La próxima semana se inaugura la COP27, la conferencia
mundial sobre el cambio climático. Este
año hemos tenido el invierno más frío en seis décadas en Perú, el verano más
caliente que nunca en Europa y más huracanes e inundaciones en diversas zonas
del planeta, afectando en Pakistán a 33 millones de personas. La emisión de
gases invernadero está generando problemas que nos explotan en la cara. Hace
años, informes científicos internacionales indicaron que la meta de no
sobrepasar los 1,5 grados adicionales en la temperatura planetaria era
alcanzable y lo mejor para todos, pero la lenta reacción mundial ha hecho que
ya sea muy difícil lograrla. Debemos sin embargo hacer todos los esfuerzos para
que esta situación no se siga agravando y llegue a tener efectos realmente
catastróficos sobre el planeta y en el Perú, catalogado como el tercer país del
mundo con mayor riesgo por el cambio climático.
¿Es este un tema que debe tratar exclusivamente el
ministerio del ambiente y los activistas ambientalistas? ¿La política económica
no tiene un rol importante frente a este problema? Desde luego que la tiene. Incluso
el FMI en su último informe del Panorama de la Economía Mundial dedica un
capítulo especial al tema, demostrando que es muy conveniente realizar de una
vez las inversiones necesarias para acelerar cambios tecnológicos, readecuar el
consumo y la producción en aras de cuidar el planeta. Los países que no lo
hagan tendrán cada vez mayores dificultades para colocar sus productos en los
mercados internacionales e irán perdiendo competitividad.
LA IDEA MARCO
La política económica peruana tiene una definición
clave en el llamado “Marco Macroeconómico Multianual” (MMM), que define las
proyecciones y orientaciones de política para un horizonte de cuatro años. Debe
aprobarse cada año antes de fines de agosto, así que un nuevo gobierno debe
correr para incluir sus prioridades y visiones en este documento clave que lo
recibe ya casi listo de la administración anterior. Eso hicimos el año pasado
con el MMM 2022-2025. En palabras de la economista ecologista Kelly Alfaro en
un artículo reciente, este documento “coloca expresamente la necesidad de un
crecimiento ambientalmente sostenible, siendo el componente ambiental
transversal para el logro de una descarbonización de las actividades económicas
en nuestro país. Asimismo, menciona la necesidad de promover la inversión
presupuestal orientada a metas de adaptación y mitigación ante el cambio
climático en diálogo con los compromisos climáticos asumidos por el Estado….
Con ello, el MMM elaborado en el 2021 propone consolidar la acción climática y
la sostenibilidad en la política macroeconómica, la planificación fiscal, el
diseño del presupuesto, la gestión de la inversión pública, entre otras
acciones, de manera explícita.”
Fue un empuje inicial pero
importante y de transformación. La visión previa del MEF, a la que se ha
regresado en el último MMM aprobado, sólo considera el cambio climático como un
riesgo fiscal. Efectivamente, debido a los desastres que se multiplicarían y
por sus efectos sobre la agricultura, el cambio climático puede tener un fuerte
impacto en nuestras cuentas fiscales. Pero además en el empleo, la pobreza, la
salud pública, los sistemas de transportes, etc. Se necesita una política
multisectorial de mitigación y adaptación frente al cambio climático, dentro de
la cual la política económica debe ser una herramienta fundamental.
Un área en la cual una mirada de sostenibilidad
ambiental es importante es infraestructura. No podemos seguir construyendo
carreteras o represas sin tener en cuenta los riesgos que el cambio climático
representa en las próximas décadas, y la construcción de edificios y viviendas
debe considerar diseños de mayor eficiencia energética. El diseño de los
sistemas de transporte tiene también enorme impacto en la emisión de gases,
siendo mucho más eficiente y superior el transporte público masivo basado en energías
renovables. Un renovado Plan Nacional de Infraestructura, al igual que un nuevo
Plan de Competitividad deben incluir esos elementos en al núcleo de su
formulación, algo en lo cual la cooperación internacional de diversas fuentes
ha manifestado gran interés en colaborar.
COALICIÓN INTERNACIONAL
Este no es un problema exclusivamente nacional y los
cambios económicos para enfrentarlo tampoco deben serlo. Por esa razón, en el
mundo se ha constituido una Coalición de Ministros de Finanzas por la Acción
Climática, espacio de articulación que reúne hoy a más de 75 países interesados
en apuntalar el combate al calentamiento global y acelerar la transición hacia
economías bajas en carbono.
Esta Coalición se guía por los “Principios de
Helsinki”, que implican alinear las políticas con los compromisos del Acuerdo
de París, compartir experiencia y conocimientos, impulsar medidas que resulten
en un precio al carbono efectivo, considerar el cambio climático en la política
macroeconómica, la planificación fiscal, el presupuesto, la gestión de la
inversión pública y las prácticas de compras públicas, movilizar fuentes
privadas de financiamiento climático y participar activamente en la
implementación nacional de las Contribuciones Determinadas a Nivel Nacional
presentadas en el Acuerdo de París.
En setiembre del año pasado, solicitamos que se
incluyera al ministerio de economía y finanzas del Perú a ese espacio y fuimos
formalmente aceptados al mismo en octubre 2021. Esta Coalición ha seguido
operando este año, ha estado activa en las “reuniones de primavera” del FMI y
Banco Mundial del mes pasado y se prepara a hacerse presente en la COP27 en
Egipto las siguientes semanas. El Perú no debe quedarse fuera, por el
contrario, nuestra participación debe reforzarse.
BONOS SOSTENIBLES
A nivel internacional hay otra área con oportunidades
interesantes en relación a cambo climático: el financiamiento para el
desarrollo. Nuestro país sigue necesitando captar fondos del exterior para inversiones
y hay un amplio interés en el mercado internacional para los llamados ´bonos
verdes´ y ´bonos sostenibles´. Ya a fines del gobierno de Sagasti, en julio del
2021, se aprobó el llamado “Marco del Bono Sostenible”. En reuniones en
Washington y Nueva York el año pasado, constatamos que el interés de los
inversionistas financieros por este tipo de bonos era amplio; muchos
inquirieron sobre el tema e insistieron en la conveniencia de que Perú haga una
emisión de ´bonos sostenibles´, cuyos fondos son exclusivamente orientados a proyectos
y gastos que generen impactos positivos sobre el medio ambiente y promuevan el
acceso equitativo y de calidad a servicios básicos, de salud y educación.
A fines de octubre del año pasado el MEF hizo una
emisión de bonos muy exitosa, US$ 4 000 millones, con vencimientos a diez,
treinta y cincuenta años, obteniendo tasas de 3,0%, 3,55% y 3,60%,
respectivamente, tasas muy pero muy inferiores a las que tendríamos que pagar
si esos bonos se emitieran hoy. Pudimos encontrar una ventana de oportunidad muy
conveniente para esta operación. Dentro de este paquete, los bonos con
vencimientos a diez y cincuenta años, por US$ 2 250 millones y US$ 1 000
millones, representaron los primeros bonos sostenibles emitidos por la
República del Perú. Es un camino que nos conviene proseguir.
DEBIERA SER SÓLO EL INICIO
Como dijimos al principio, la política económica no
puede ser ajena al objetivo de mitigación y adaptación frente al cambio
climático. Hoy enfrentamos un momento difícil porque los altos precios del
petróleo han empujado la inflación al alza mientras el Perú estaba particularmente
vulnerable por haber descuidado políticas de eficiencia energética y promoción
de energías renovables. Pero eso es también una oportunidad: estrategias
audaces de transición energética hoy pueden contribuir a dos objetivos al mismo
tiempo, mejorar la situación macroeconómica y avanzar en la descarbonización
como ha sido nuestro compromiso con el mundo. Son objetivos prioritarios que no
debemos olvidar, ni aún en medio de la crisis de gobernabilidad y los
escándalos de corrupción que vive el país.
Regreso sobre el tema de la informalidad,
esencial para nuestro futuro. Más allá de las vicisitudes del momento político
y manteniendo nuestra indignación frente a la corrupción, no podemos dejar de analizar
los temas de fondo. Un país sin pensamiento crítico siempre tropezará con la
misma piedra.
La informalidad es un problema fundamental para
la gobernabilidad, nos frena la posibilidad de tener reglas comúnmente
respetadas y una institucionalidad estatal-nacional indispensable para el desarrollo.
¿Cuál es su causa primordial? La falta de
puestos de trabajo, que obliga a una mayoría de peruanos a recurrir al
autoempleo y las microempresas familiares para sobrevivir. Los empleos en
empresas medianas y grandes, de más de 10 trabajadores, sólo alcanzan para 1 de
cada 5 trabajadores urbanos. Falta crecimiento de sectores diversificados como
la agricultura, el turismo, los servicios con avance tecnológico y la
industria, especialmente de medianas empresas y pequeños productores
articulados bajo diversas formas asociativas y cooperativas. Si hubiera más
puestos de trabajo, habría menos vendedores ambulantes y jóvenes cachueleando.
EL CÍRCULO VICIOSO DE LA ECONOMIA IN-REGULABLE
La escasez de puestos de trabajo genera un círculo
vicioso de ingobernabilidad económica, porque en el autoempleo y las microempresas es muy
difícil establecer regulaciones esenciales para que la economía funcione
eficientemente. Veamos los ejemplos de la venta ambulatoria de comida y del
transporte que son muy claros al respecto.
Una regulación básica en cualquier parte del
mundo es que la venta de comida debe cumplir algunas condiciones sanitarias
básicas. La difusión de bacterias debe controlarse, los platos y vasos no deben
ser fuente de contagio. En todo el mundo hay autoridades sanitarias a cargo de
controlar eso, y así también lo dice la ley peruana. Pero, más allá de la
enorme debilidad de las instituciones estatales y su falta de presupuesto para
atender este tema ¿es factible controlar las decenas de miles de puestos ambulantes
y micro-establecimientos que venden sánguches, refrescos caseros, jugos, tallarines
rojos, ´aeropuertos´, ceviches y un largo etcétera? Muchos son muy sabrosos,
pero ¿son seguros para la salud? A mis veinte años contraje tifoidea, presumo
yo que fue por tomarme un jugo de naranja en un carrito callejero del Parque
Universitario, de esos que lavan los vasos en el mismo balde de agua uno tras
otro. Una década después tuve cólera (la enfermedad, no un ataque de ira). Aún
me gusta y consumo, a veces, la comida callejera. Pero el riesgo es obvio y la
pandemia nos lo recordó. Proteger la salud pública es una de las tareas básicas
de cualquier estado, pero ¿perseguir a estos vendedores callejeros en algún distrito
resuelve algo? ¿Sería acaso posible tener un verdadero ejército de
controladores sanitarios supervisando los vendedores ambulantes? No, desde
luego que no. La necesidad de miles de subsistir, en este caso vendiendo comida,
genera tal informalidad que ningún estado podría controlar.
Algo similar sucede con el transporte urbano. Predominan
los taxis informales, apoyados ahora por las apps. Motos y bicis de delivery,
pagados por viaje y por lo tanto con todo el incentivo a ir rápido, invaden
veredas y se pasan luces rojas. Las combis son un ejemplo de formalidad falsa,
pudiendo acumular decenas de multas sin que pase nada; podríamos avanzar mucho
con una buena reforma que ordene el transporte público masivo con unidades de
mayor tamaño, rutas bien diseñadas y sistemas metropolitanos y carriles
segregados. Pero tenemos una multiplicación violenta de taxis y colectivos
informales chantándose en las esquinas por doquier. ¿Es debido a la incapacidad
del estado que no se regula este sector, o es que la tremenda cantidad de carros
en servicio lo convierten en una incontrolable hidra de un millón de cabezas?
¿y no son acaso esos miles de taxis y colectivos la forma que tienen muchísimos
peruanos para subsistir?
COMPORTAMIENTO SOCIAL INFORMAL
Como quienes ahí trabajan ya saben que no hay un
control eficaz, actúa sin mayor consideración por el orden público. Así se
multiplica el comportamiento informal, que no respeta ni las regulaciones
básicas. “La vida es así, no la he inventado yo” dirán muchos. Esto, a su vez,
atrae a más gente a estos comportamientos informales de subsistencia: la
situación se agrava. Esta actitud, además, se contagia hacia otros ámbitos.
Quien es vendedor callejero y sabe que el tránsito es desregulado y desastroso,
puede pensar que no importa meterse entre los carros a ofrecer su producto o
servicio, dificultando un poquitín más el tránsito. Y si ya vieron que no hay
un control básico ¿no es lógico que en tiempos mejores piensen que se puede evadir
a la SUNAT?
Por su parte, los pocos empleados públicos
llamados a controlar ven que su esfuerzo logra escasos resultados. Sienten
también que ese colectivero o vendedor ambulante bien podría ser un familiar al
que no le queda otro camino para sobrevivir. En esas condiciones muchos se dirán
¿para qué trabajar con ahínco? ¿por qué no aprovechar cuando haya una
oportunidad para sacar una ventaja personal? Nace ahí el círculo vicioso: ni se
respeta el interés público, ni se busca realmente hacerlo respetar.
Hay un tema de fondo acá, en términos de
entender cómo funciona nuestra sociedad. Una economía que genera pocos puestos
de trabajo en empresas formales, que empuja a millones a subsistir en el
autoempleo y la informalidad, genera una sociedad desafectada del estado. El
ser social informal determina la conciencia social informal; y ese ser social
está determinado por la estructura económica y los pocos empleos que ésta
genera.
ESTRUCTURA ECONÓMICA Y OPERATIVIDAD ESTATAL
En los países desarrollados, incluso en países
latinoamericanos con estructuras productivas más diversificadas y
organizaciones económicas más fuertes, el estado no necesita una enorme
cantidad de personas y un enorme aparato para asegurar que la mayoría de
trabajadores estén en planilla y se paguen sus contribuciones a la seguridad
social. Basta controlar a un cierto número de empresas, cada una de las cuales es
responsable por varios cientos de trabajadores. Es como funciona, pero a escala
muy insuficiente en el Perú, el sistema de control de planillas por la SUNAT.
La SUNAT no pone el énfasis en supervisar a los 3 millones y medio de asalariados,
si no en controlar a las empresas formales que son algunos miles. Quien hace
buena parte del trabajo de registro y control son las empresas, y ellas son
responsables de sus trabajadores o les cae una multa o sanción. El problema en
el Perú es que, como dijimos, solo 1 de cada 5 trabajadores se encuentra en un
empleo de esa naturaleza. Hace falta cambiar esta realidad.
Esta transformación puede lograrse con más
empresas medianas y grandes, pero creo que más democrático, igualitario y
sostenible es hacerlo mediante cooperativas o asociaciones: una agrupación de
pequeños cafetaleros que venden juntos su producto bien puede tener el registro
de afiliados y trabajadores y asegurarlos. Una cooperativa de taxis bien puede
llevar ese registro igualmente. Necesitamos que haya una política de promoción
de la asociatividad, de las cooperativas y de las cadenas de valor que conecten
a los pequeños y microproductores con los exportadores. Tenemos que generar
esas alternativas sector por sector y región por región, porque las formas
deben ser específicas y a la medida de cada realidad. La venta de comida es una
cosa, el transporte otra, la producción agraria una diferente, y así podemos
multiplicar los casos. Eso hace que el problema y su solución sean complejos,
no podemos negarlo, pero no hay otra salida.
La informalidad es un gran problema nacional. Para
millones en Perú, sin embargo, la única forma posible de subsistencia es
mediante el autoempleo o lo microempresa familiar, porque la economía no genera
suficientes puestos de trabajo. Resulta indispensable pensar este tema con
profundidad, conectando economía, sociedad y política. Esta es una primera
entrega al respecto.
Empecemos por las cifras: tenemos dos fuentes
estadísticas y tres indicadores muy distintos de trabajo formal e informalidad.
Fernando Cuadros, experto en el tema, ha compilado un buen balance al respecto.
Si partimos de la encuesta nacional de hogares, se suele usar como indicador si
los trabajadores privados responden tener el seguro de Essalud; con esa medida
el 2021 un 68 por ciento eran informales. Pero la misma encuesta pregunta a los
trabajadores si tienen un contrato formal de trabajo y bajo esa medida la
informalidad baja a 59 por ciento. Pero hay otra fuente de información, la
planilla electrónica que las empresas deben entregar a la SUNAT mes a mes bajo
amenaza de multa, y resulta que según esa fuente había 3 millones 570 mil trabajadores
formales privados el 2021, mientras las definiciones anteriores basadas en
encuesta indican que serían 2 millones 600 mil (dicen tener contrato) o sólo 2
millones 80 mil (se consideran afiliados a EsSalud). ¿Cuál es más certera? Es
improbable que las empresas registren en la planilla más trabajadores que los
que realmente tienen, porque eso les significaría un mayor pago de
contribuciones. Siendo así, un error más probable seria que cuando se encuesta
a los trabajadores, estos no tienen claro que tienen Essalud o contrato de
trabajo.
FORMAS Y CAUSAS
Hay que añadir, además, que los trabajadores informales
pueden serlo por dos razones distintas. La primera es si la empresa o microempresa
es toda ella informal, como podría serlo una pequeña tienda o peluquería; en este
caso la informalidad está marcada principalmente por la tributación. La segunda
razón es cuando una empresa, vendiendo con factura y pagando a la SUNAT, tiene
trabajadores sin contrato o camuflados como si solo prestaran servicios, configurando
una evasión parcial de contribuciones.
¿Por qué la informalidad? El asunto de fondo es
que mientras la mayoría trabaje en autoempleo o microempresas apenas en la
sobrevivencia, será poco lo que se pueda avanzar frente a la informalidad. Para
la derecha ultraliberal y la Confiep, toda la informalidad se debería a que
sería muy caro para las empresas tener a los trabajadores como formales, según
ellos porque tienen que pagarles gratificaciones, CTS y seguro de salud. Ellos
ocultan que los salarios en Perú son muy bajos comparados a otros países, mucho
menores que en Chile, Colombia o Argentina. Si faltan puestos de trabajo
formales en el Perú no es porque el costo laboral sea muy alto, sino por el
escaso desarrollo de sectores que usan intensivamente trabajo, como el agro, el
turismo y los servicios. La diversificación productiva es la clave y requiere
una política clara.
En estos rubros hay muchas micro, pequeñas y
medianas empresas con gran potencial, pero enfrentan diversas barreras. Una de
ellas es que el crédito les sigue siendo escaso y caro; y no ayuda que con el
ajuste monetario del BCR un préstamo les cuesta ahora 6 por ciento más que hace
año y medio. Otro problema es el esquema tributario. Tenemos un sistema de
impuestos a las pymes inefectivo y mal diseñado, que quisimos cambiar con
nuestra propuesta de reforma tributaria el 2021. La idea era que la propia
SUNAT pre-hiciera las declaraciones de impuestos a las pymes, con tasas
preferenciales que desincentiven la evasión y promoviendo su inversión
permitiendo una depreciación super-acelerada en un año. Pero la comisión de
Constitución del Congreso bajo dirección fujimorista y de la ultraderecha actuó
como el perro del hortelano: ni permitieron que mejoráramos el sistema ni han
movido un dedo para hacer el sistema tributario más amigable a los micro y
pequeños empresarios, algo en lo que hoy aprovechando el internet y la
facturación electrónica puede avanzarse con rapidez.
LA ORGANIZACIÓN ECONÓMICA
Insistamos en que la principal razón por la que
tenemos tanta gente en trabajo informal es que muchísima gente no tiene otra
opción: simplemente no hay puestos de trabajo formales. La enorme mayoría de
los informales son autoempleados, gente que trabaja por su cuenta o junto a dos
o tres familiares, quizás contratando, por horas o temporadas, una o dos
personas más. ¿Podemos pensar que pueden pasar a ser formales, vender siempre con
recibo o factura y mensualmente pagar impuestos y presentar su ”planilla
electrónica” a la SUNAT, el señor que vende periódicos en la esquina de mi casa
y que trabaja solo, la señora que vende panes y emoliente un poco más allá acompañada
de su sobrino apenas en horas pico, la señora que atiende una bodeguita –
verdulería junto a su hijo o el joven que bicicletea delivery en una app? No,
eso es inviable. La forma como otros países han salido de esta situación es
creando empleo masivamente en empresas industriales o de servicios, y de esa
manera quienes están vendiendo en las esquinas podrán acceder a un trabajo
digno. En otras palabras, debemos pasar de tener a una mayoría como
autoempleados o en microempresas, a un nivel de organización productiva de
mayor escala.
Pareciera que lo único que funciona así en el
Perú es la gran empresa, donde hoy predomina el mercantilismo. Tenemos ahora el
agravante de que ahora entran a tallar trasnacionales buscando aprovechar con
nuevas tecnologías la débil capacidad del estado para ordenar y fiscalizar los
servicios. Las empresas de apps de delivery o taxis han inventado una nueva
forma de operación que terceriza el trabajo en individuos aislados, informales
ante el estado peruano pero actuando bajo condiciones, reglas y supervisión
estrictas de la empresa privada, es decir, altamente formales en lo privado. En
el camino eluden tributación, derechos laborales, seguridad y resguardo del
espacio público, todo por aumentar sus ganancias. Estas nuevas apps aplican en la realidad un esquema
de formalidad privada – informalidad pública, estricta aplicación de reglas
privadas junto a evasión frente al estado, que ofrece comodidades a los
consumidores en su uso cotidiano pero nos genera grandes problemas para la
construcción de un mejor país a largo plazo.
Hay otras formas de organización económica para
ganar escala: las cooperativas y asociaciones productivas. Existen bastante en
el mundo pero muy poco en el Perú. En diversas metrópolis, por ejemplo, los
taxis funcionan como cooperativas, en la que cada persona es dueña de su carro
y lo maneja y cobra, pero mediante la cooperativa o asociación tienen compras
conjuntas de combustible y carros que les permite acceder a mejores precios y financiamiento,
tienen una organización de turnos y atención de pedidos, y al mismo tiempo
asumen colectivamente la obligación de cumplir las normas urbanas y legales. Si
uno falla, la cooperativa lo sanciona, porque si no, el estado multa a toda la
cooperativa. Hemos tenido alguna vez en Lima líneas de buses de una “empresa de
propiedad social”, pero hoy en el transporte urbano predomina un sistema de
licencias con intermediarios tramposones o corruptos como Orión– y la reforma
del transporte urbano casi no avanza (y veo improbable eso mejores los próximos
años). Mejor experiencia en el Perú son las cooperativas cafetaleras, grandes y
con décadas de funcionamiento. Los modelos de asociación pueden ser diversos,
pero sin mejores fórmulas de organización económica, promovidos y articulados
por el estado, la informalidad en la economía y en particular en sectores como
el trasporte o los mercados populares donde trabajan millones, no será superada.
Acá una presentación reciente mía sobre Pandemia, Recuperación, Desarrollo y Gobernabilidad hecha en un seminario internacional sobre desarrollo de IDEAS.LAC, una mirada basada en el Perú con alcance latinoamericano
Se ha abierto un debate a partir de un decreto
del gobierno precisando los límites de la tercerización, las cuales benefician
a no menos de 130 mil trabajadores. La norma fue dada en febrero y se dio a las
empresas seis meses para que se adecúen. Para la Confiep y quienes defienden
este modelo neoliberal, es un atentado tremendo contra la inversión creadora de
empleo. Sin embargo, el empleo formal privado ha crecido 7,3% en el último año,
así que no se registra el efecto señalado.
En vez de repetir frases ideologizadas,
analicemos en detalle el tema. Empecemos por la palabra tercerización, que para
la mayoría no es de uso cotidiano. Se refiere a una estrategia empresarial
consistente en que una serie de actividades que la compañía necesita realizar,
las contrata con otras empresas, “terceras” en el sentido que no son la
directamente encargada de la producción ni son sus trabajadores. Una empresa
moderna depende de diversos productos y servicios para hacer viable su negocio;
una cafetería o restaurante bien puede comprar los postres en otro lado y alquilar
un local en un centro comercial que se encargue de la seguridad y la limpieza;
una universidad puede contratar una empresa que atienda los comedores porque esa
no es su especialización. Entendiendo eso ¿sería razonable que en un restaurante
se diga que quienes atienden a los clientes, registran el pedido y cobran,
preparan la comida y la sirven, sean trabajadores de una empresa distinta, es
decir tercerizados? ¿o podría ser razonable que yo, como profesor
universitario, en realidad no sea contratado por la universidad, si no por una
“empresa especializada en proveer servicios de dictado de cursos en educación
superior”? No, claro que no. En ambos casos estamos hablando de labores que son
la esencia misma de los servicios brindados.
LAS TERCERIZACIONES TRAMPOSAS
Hace unos años me dieron esta información: la
empresa Pluspetrol operadora del gas de Camisea tenía en su planilla siempre
entre 17 y 19 trabajadores, nunca veinte. ¿Raro, no? ¿Por qué? Porque hay un beneficio que tienen los
trabajadores, consistente en que se les debe repartir una proporción (muy
minoritaria) de las utilidades de la empresa. Pero esa obligación solo existe
para empresas de veinte a más trabajadores. Era fácil deducir que la razón por
la que esta empresa siempre tenía menos de veinte trabajadores, era para eludir
la ley y negar ese reparto de utilidades, para quedarse con la totalidad de las
mismas. Pero para la explotación del gas de Camisea se necesitan más de veinte trabajadores.
¿Y entonces? Fácil: los demás trabajadores necesarios no estaban en la planilla
de Pluspetrol si no contratados por una “empresa tercerizada”. De esa manera
Pluspetrol Camisea registraba menos de 20 trabajadores y no repartía
utilidades, quedándose los dueños capitalistas con mayores ganancias. Como si
quien atiende una cafetería o un profesor universitario, realmente no fueran
empleados directos, sino terceros, usando el pretexto de un “servicio
especializado”.
Este ejemplo es una muestra de una
tercerización tramposa: su objetivo no es el mejor aprovechamiento de la
especialización propia de nuestra época, es sacarle la vuelta a los derechos
laborales establecidos por ley. Hay varias razones por la que esto conviene a
las empresas. Una es la señalada respecto a las utilidades. Pero es un ejemplo
algo extremo, no sucede así en muchas empresas que tienen más de veinte trabajadores
propios y también muchos “tercerizados”. En la jerga del sector minero se les
conoce como “contratas” y son más de doble que los trabajadores directamente
contratados por la mina. En los últimos dos años, hay 20 mil trabajadores menos
contratados por las empresas mineras y 90 mil más en contratas. Puede ser algo
justificado en algunos casos, pero dudo que lo sea en todos. ¿Por qué? En primer lugar, tercerizar es una
forma de debilitar a la organización de los trabajadores. Como con la
tercerización en una sola mina hay varias empresas distintas, cada grupo de
trabajadores debe tener un sindicato aparte, y si lo consiguen formar, deben
presentar un pliego de reclamos y una negociación aparte, lo que hace mucho más
difícil que se unan para contrapesar el poder empresarial. Así, si el sindicato
de la empresa principal va a un paro, los “tercerizados” siguen trabajando y la
presión sobre la empresa es mucho menor.
La responsabilidad frente al incumplimiento de
la legislación laboral y frente a riesgos de seguridad es otra razón. A algunos
trabajadores se les somete a contratos ilegales y se les pone como “prestadores
de servicios” para no pagarles gratificaciones y CTS, o no se protege
suficiente su seguridad en el trabajo (recuerden el terrible accidente en un
McDonald´s en el que murieron dos jóvenes). Pocos logran defender exitosamente
sus derechos ante el poder judicial, pero si son trabajadores tercerizados, la
empresa principal no asume el costo; lo asume la “empresa contratista”, y si el
reclamo es por una suma muy grande, simplemente no lo paga, quiebra y luego
registra la empresa con un nuevo nombre. Eso le resultaría mucho más difícil de
hacer a la empresa principal, porque es la titular de las concesiones, permisos
y licencias que necesitan para operar.
GRAN COSTO
Por estas razones, es necesario regular la
tercerización, que no se abuse de ella. El decreto aprobado establece que el
“núcleo” de la empresa no puede ser tercerizado. Como yo lo entiendo, el
restaurante o café en un centro comercial, si puede encargar a otra empresa la
seguridad y la limpieza, pero no la cocina ni la atención. Una universidad
puede contratar con otra empresa un servicio de comedor, pero no uno de “clases
especializadas”. Son ejemplos simples, mientras la realidad empresarial produce
muchas cosas diferentes con formas de organización propias a cada sector que es
necesario reconocer y regular adecuadamente. Simplemente señalar que no se puede
tercerizar el “núcleo” de la empresa deja amplio lugar a interpretaciones, y cuando
algo queda indefinido, genera incertidumbre, da ventaja a los poderosos y abre
espacio a la corrupción. Es necesario controlar los abusos anti-laborales y
anti-sindicales pero manteniendo las ventajas reales de la especialización y
basándose en una regulación transparente y clara.
No hay que perder de vista, sin embargo, el
asunto de fondo: en nuestro país la sindicalización es muy baja, los
trabajadores están muy desprotegidos, los salarios son reducidos y las
ganancias empresariales son grandes. Mientras los ingresos por trabajo representan
alrededor del 60% del PBI en los países desarrollados y se acercan a dicho
valor incluso en algunos países de la región, en el Perú ahora apenas llegan a 30%.
Los trabajadores mineros han perdido 26% de su poder adquisitivo los últimos
dos años. La industria hoy produce 6 por ciento más por trabajador que en el
2019 pero sin aumentar salarios. A la base de esta situación está que el
porcentaje de trabajadores sindicalizados en el sector privado es apenas 5 por
ciento. Hay que ser claros, sin embargo, que en este terreno hay un problema
mucho mayor que la tercerización: más de 70 por ciento de trabajadores formales
tienen contratos a plazo fijo, los que en la práctica impiden la
sindicalización porque al que promueve la organización de los trabajadores,
simplemente no lo renuevan el contrato, y eso sí que requiere una reforma
urgente.
El aporte de los trabajadores a la creación de
la riqueza es obviado por la derecha pro-empresarial, como si no fuéramos parte
indispensable de cualquier empresa o institución. Es necesario insistir en que
la creación de valor se produce mediante la colaboración de las empresas
privadas con el Estado y los trabajadores, debe haber mayor justicia en la
distribución del ingreso y para ello la ley debe resguardar los derechos de los
trabajadores.
De la presentación realizada en Foro del Colegio M´édico
6 de octubre 2022
Voy a hacer un
repaso de la evolución de la economía en relación con la pandemia del Covid19 en
el Perú, poniendo énfasis en tratar de responder tres grandes preguntas. La
primera es: ¿si como dicen algunos sectores la economía peruana había funcionado
tan bien entre 1992 y el 2019 cómo es que tenemos 240,000 muertos y una tasa de
mortalidad de las más altas del mundo? Lo que quiero analizar es si resulta
válida la idea de algunos economistas de que el crecimiento es todo lo que
importa, mientras al mismo tiempo constatamos que en pandemia, luego de haber
crecido, hubo tan alta mortalidad. Esa es a mi juicio la primera gran pregunta
a responder sobre la economía y la pandemia.
La segunda gran
pregunta que quiero intentar contestar es en relación a lo que se dijo en el
momento crítico de la pandemia en el sentido que: “No podemos seguir con la cuarentena y con estas medidas restrictivas
de aforos porque se está matando la economía” ¿Eso era verdad o no era verdad?
Esta idea llevó a que se presentara la situación como una que exigía escoger
entre salud o economía, se argumentó que había que escoger solo una de las dos,
una disyuntiva terrible. Pero ¿era
verdadero ese dilema o no? ¿había que escoger entre salud o economía, una u
otra, necesariamente, o había otra forma de entender la situación?
Y lo tercero que
quiero preguntar es ¿cuáles son las lecciones desde el punto de vista del
estado peruano, y propongo la pregunta no de una manera restringida en relación
a posibles nuevas pandemias y la salud pública, sino incluso de una manera más
amplia, ampliando la mirada hacia la estrategia de desarrollo y las relaciones
entre el estado y la sociedad.
ANTECEDENTES
La economía
peruana entre el 2,000 al 2019, y posteriormente, ha sido marcada por una política
neoliberal; una política donde ha dominado el libre mercado. A a las grandes
empresas, se le ha dado muchas facilidades, ventajas y beneficios, predominando
una lógica de priorizar el sector primario exportador con una extrema debilidad
del estado.
Teníamos un PBI
retrasado debido a la gran crisis de los 80s y hasta 1992, y además tuvimos un
contexto en el cual los precios de nuestras exportaciones, los términos de intercambio
fueron muy favorables. Respecto al año 2000, el 2013 eran prácticamente el
doble. Esto significa muchos más dólares ingresando al Perú. El país tuvo
condiciones internacionales muy favorables.
En base a esto, logramos un crecimiento que
fue récord entre los medianos y grandes países latinoamericanos entre el 2,000
y el dos mil y el 2019. Logramos una gran por fortaleza fiscal, reducción de la
pobreza, mejora en los indicadores de desnutrición crónica infantil y de varios
otros indicadores de salud, ampliación de la cobertura de la educación inicial
y superior. Como consecuencia de ello, pobreza se redujo.
Si uno analiza
el crecimiento con más detalle, lo podemos ver en el cuadro adjunto. Entre el
2001 y el 2010 América Latina creció 3,1 por ciento anual en promedio y el Perú
5,6. Los cinco años siguientes: América Latina creció en promedio anual 1,4 y
nosotros 4,8.
En términos de
deuda pública, de fortaleza fiscal, el Perú el 2,019 era de los países que tenía
menos deuda en América Latina. En promedio América Latina tenía el doble de
deuda pública, como porcentaje del PBI, que el Perú. No estábamos
particularmente endeudados, teníamos un espacio fiscal, una excelente
clasificación crediticia, había amplio espacio para que el estado pudiera tener
recursos en caso de urgencia. Y nuestras reservas internacionales eran
excelentes.
Pero había
varios problemas que no se estaban viendo. El crecimiento estaba disminuyendo, se
estaba ralentizando, iba cada vez más despacio. Nuestra economía no era muy compleja,
ni se había diversificado, no había creído mucho el empleo, había alta
desigualdad, bajo gasto social y baja presión tributaria.
En este gráfico,
en el espacio verde se muestra el porcentaje de la población está en el
autoempleo, el micro empleo y su productividad es muy baja. Se ve como desde el
año sesenta hasta el momento seguimos con una enorme parte de la población como
vendedores ambulantes, pequeños campesinos, gente que tiene una productividad
muy baja. Apenas una pequeña parte de la población, a pesar de todo este
crecimiento, ha pasado a tener trabajar en sectores de mayor productividad, que
son los mayormente formales.
En términos de
la complejidad de nuestra economía, de nuestra tecnología, hemos avanzado muy
poco. El Perú esta en el puesto 94 de 127 países evaluados (Información
provista por la Universidad de Harvard), y con tendencia al descenso en los
últimos años, mientras que pueden ver como México, Colombia o Chile estaban
bastante por encima.
Tenemos una alta
desigualdad que se mantiene elevada, y la opinión de la gente sobre la
distribución de la riqueza en el Perú es que solo 15% cree que la distribución
es justa o muy justa. 85% de los peruanos consideran que a la distribución del
ingreso es injusta o muy injusta, según los últimos datos de Latinobarómetro.
La capacidad de
las instituciones púbicas, en la región y sobre todo en el Perú, de corregir
las dinámicas desigualadoras del mercado, son muy limitadas. Un elemento esencial que hay que tener en consideración
es: ¿cuál es la capacidad del Estado? La capacidad del estado tiene muchos
indicadores pero hay uno muy importante que son sus recursos financieros;
porque como dicen: “la salud no tiene precio, pero como cuesta”. Los ingresos
del gobierno general en el Perú en 2019, año antes de la pandemia, estaban
bastante bajos. Si nos comparamos con
Colombia, un país vecino a nosotros, ellos tienen diez puntos más del PBI de
ingresos, es decir, un 50% más; por cada dólar que hay en el Perú,
en relación con su economía y a su tamaño de la población; les he hablado de Colombia para ser un poco modesto, pero se
supone que el Perú quiere entrar a la OCDE y estamos en la mitad de ese nivel.
Y por eso muchos países de América Latina
hicieron un esfuerzo sostenido, en este milenio, aumentando su presión
tributaria, no en términos exagerados, digamos, en cuatro puntos del PBI, cinco
puntos del PBI. No es una revolución; en España, cuando entró a la Unión Europea, elevó su
presión tributaria en más de diez puntos del PBI. En cambio, el Perú prácticamente no logró mayor avance.
Entonces llegó
la pandemia. Y la pregunta, repito, es esta: si tenemos una gran economía,
fortaleza fiscal, poca deuda, y para algunos todo iba muy bien, porque razón
tuvimos una de las mortalidades más grande del mundo.
No me voy a
detener en las explicaciones primarias, digamos los determinantes más
inmediatos de la salud, pero sí analizando su vinculación al tema económico.
Sabemos que en indicadores como: médicos por habitante, camas UCI por habitante,
cualquiera de estos indicadores básicos de la oferta de salud, estamos a la
cola en la región.
A la par, registramos los mayores niveles de
informalidad en el empleo en la región, debido al tipo de crecimiento que
tuvimos. La baja capacidad de estado esto también ha dado lugar a estos otros
factores de riesgo en la pandemia, como la baja cobertura de internet: Perú 53%,
muy por debajo de Chile, Brasil, México; y por supuesto muy por debajo de
Dinamarca y Estados Unidos. Otro indicador es el acceso sistema financiero: Perú alcanza el 40%, mientras que Chile 74%.
¿Y esto por qué es importante? Porque cuando se quieren pagar bonos, cuando se
quiere hacer alguna medida de apoyo, hay un problema con el sistema operativo
de pagos.
Clave es que el
Perú tiene un nivel de informalidad laboral muy alto respecto a otros países. En
la base de eso tenemos millones de personas que tienen que estar vendiendo en
las calles, o haciendo una pequeña peluquería en su barrio, o teniendo dos
hectáreas de agricultura para subsistir en el campo. Su productividad es muy
baja.
El balance general
es que el crecimiento económico no lo es todo, la economía no sube automáticamente
todos los botes, como lo hace el mar. Nuestra economía tenía una serie de
problemas, que explica por que la economía ya se estaba deteniendo previamente
al inicio de la pandemia. Tenía ciertos pies de barro, pero sobre todo generaba
estos elementos que favorecieron el desarrollo de la pandemia: Informalidad,
inequidades sociales, poco internet, y desde luego la debilidad del sistema de
salud, que tiene varias explicaciones, pero que resalto la económica: el escaso
financiamiento. Es por un tema de recursos. Por ejemplo, respecto a la cantidad
de médicos que hay en el Perú, si son pocos o muchos, hay dos miradas. Respecto
a los médicos que necesitamos son muy pocos, pero respecto a las plazas
existentes, hay una gran cantidad de médicos que salen de la universidad y no
consiguen plazas. Es decir, necesitamos muchos más médicos, pero el Perú no
está pagando por la cantidad de médicos que necesitamos. Más que no haber
tenido una suficiente cantidad de formación de médicos; no hemos destinado
suficiente dinero para pagarle a los médicos de la salud pública peruana.
EL DILEMA
SALUD-ECONOMÍA EN LA CUARENTENA
Veamos el segundo tema. La economía con la
cuarentena. Se dijo. “Hay que detener esto, esto fue la peor decisión que se
tomó en el Perú porque la economía se fue al agua y esta caída es
irreversible”. Pero no fue irreversible.
Esta caída del PBI producida por la cuarentena
efectivamente fue de las más grandes de América Latina. Casi ningún país de
América Latina tuvo una cuarentena tan fuerte y tan restrictiva como la del
Perú; y una caída del producto bruto interno tan grande como la que tuvimos acá.
Pero la recuperación se logró en un plazo relativamente corto. Podíamos
soportarlo.
En el intermedio, se tomaron decisiones críticas,
lo que debe ser evaluado por la salud pública. A fines del 2020 comenzó la
segunda ola y cuando estaba comenzando, economistas influyentes en el gobierno dijeron:
“no hay que preocuparse porque ya tenemos inmunidad de rebaño, no hay que
detener la economía”, y la economía siguió, pero tuvimos cien mil nuevas
defunciones. El número es escalofriante. Algunas decisiones críticas que se han
tomado, en función de priorizar la economía antes que la salud pública, probablemente
han tenido un alto costo en vidas humanas.
La esencia aquí es tomar lecciones para el
futuro, y la próxima vez no debemos plantearnos este falso dilema: salud o economía. Si
frenamos un poco la economía esto nos trae abajo para siempre. La evidencia
muestra que no es así. La evidencia muestra también que esa
recuperación económica sucedió en otros países en la región, como Colombia o Chile,
y un elemento clave para una recuperación más permanente, ha sido la
vacunación, me parece que eso está bastante claro.
La inversión
privada que estuvo detenida el 2,020, porque
la construcción estaba casi prohibida durante un periodo, se recuperó. La
inversión privada y la inversión pública se recuperaron totalmente el 2021.
Hace poco, este año se dice: “¡Huy! La
inversión privada va a crecer cero por ciento”. Sí, pero lo que ha
resaltado entre otros Julio Velarde Presidente del Banco Central de Reserva, es
que el 2021 no solamente la inversión privada creció 37%, fue el 15% más que la
del 2,019. Si este año estamos en este nivel, es como si tres años seguidos, la
inversión privada hubiera crecido 5%. En estas circunstancias de crisis
económica internacional eso no está nada mal. Con la inversión pública, ha pasado
algo parecido, hay un rebote pero mantenemos un nivel de inversión pública que
es bastante bueno.
La gran lección
es que la economía peruana es resiliente, responde rápidamente ante un golpe
tan duro como fue una caída del producto bruto de 40%, una cifra brutal, pero
la caída duró muy poco. El mayor desastre del siglo pasado, que ocurrió entre
los años 88 y 89, en el primer gobierno de Alan García, la economía peruana
cayó un 30%. Esta vez la caída fue proporcionalmente mayor, pero duró un corto
periodo. Concluimos que la caída fue brutal, pero la economía peruana tiene una
resiliencia al respecto si se toman las medidas macroeconómicas adecuadas y se
controla la pandemia.
Quiero regresar
aquí a un elemento de discusión adicional, sobre un tema crítico de las
políticas para enfrentar la pandemia: ¿El Estado pudo haber hecho un mayor
esfuerzo fiscal?, ¿Pudo haber puesto más dinero para los bonos y para el sector
salud en los años críticos de 2,020 y 2,021? Y la respuesta es: Desde luego que
sí, fácilmente, holgadamente, sin ninguna duda.
¿El gobierno
hizo un esfuerzo significativo para poner dinero al sector salud? Sí. ¿Y dio
una cantidad de bonos? Sí. ¿Pero ese bono de trescientos ochenta soles pudo
haber sido de mil soles? La respuesta clara desde el punto de vista del espacio
fiscal es: Sí, sí pudo. Uno puede evaluar las cifras y verá que en el caso de
que se hubiera dado ese bono, la deuda pública del Perú no habría subido significativamente.
En vez de estar en 35% podría estar 37%; hubiéramos estado aún muy por debajo
de lo que está el promedio de países emergentes de América Latina y de lo que
se considera razonable en el Perú. Por si acaso este nivel de deuda pública del
Perú, el Fondo Monetario Internacional lo calificó dentro del decil (10%) más
bajo entre todos los países emergentes, o sea, había espacio fiscal. Entonces
ahí hay una gran lección: ¿en un momento crítico se puede fuertemente mover
todos los recursos posibles para ayudar a la gente? ¡Sí!
Esto es
importante puesto que uno de los grandes problemas, respecto a la primera cuarentena,
fue que la gente tenía hambre y por eso dejaron de respetar la medida. Lamentablemente
el primer bono demoró en llegar. El primer bono era anunciado para 2´700,000 personas
básicamente rurales beneficiarias de programas sociales; pero había varios millones
en Lima y las principales ciudades que no tenían que comer, y de esa población
los beneficiarios del primer bono no eran ni el uno por ciento. Se demoró mucho
en tomar una decisión de un apoyo amplio, de espíritu universalista, a la gente
que lo necesitaba. Ahí me parece que hay un tema que alguien debería investigar
con más detalles, sobre lo que pasó en esos momentos críticos.
EL ESTADO
PERUANO
Quiero concluir
la presentación con una mirada más amplia del tema, no solo económica: el
estado peruano está en crisis, es demasiado débil.
La primera
debilidad económica del estado es que tiene poca plata y destina poca plata a
salud y a protección social. Cualquier comparación con otros países muestra que
el Perú gasta muy poco en protección social y en otras cuestiones sociales,
como vivienda y transporte público, elementos que agravaron la pandemia. Pero
el mayor problema que tenemos ahora, y que la pandemia lo desnudó y lo agravó,
es el de un estado débil, y esta crisis le ha generado una crisis sumamente
aguda a este estado. Un primer componente de esta crisis del estado se refiere
a la inestabilidad política. Este es el quinto gobierno en cuatro años y no
sabeos cuánto durará. Hemos pasado de tener una democracia que solía cambiar
presidentes cada cinco años, a ser un país que suele cambiar presidentes cada
año.
Más allá de la
coyuntura política, la crisis del estado tiene causas estructurales. El 85% de
los peruanos cree que el gobierno es para beneficiar a unos grupos poderosos. Esto
los cree ahora, y los creía hace varios años consistentemente; eso lo mide una
encuesta que se llama Latinobarómetro. 85% de los peruanos cree que el acceso a
la educación, a la justicia, a la salud son injustas. Hay una enorme
desigualdad que hace que la gente no quiera al gobierno; lo cual es lógico si la
mayoría cree que el gobierno es para beneficiar principalmente a unos
poderosos, con el agravante de que viene la pandemia, el momento más crítico de
nuestras vidas, cuando nuestros familiares están entre la vida y la muerte y el
Estado es un fracaso total, no cubre para nada las necesidades que tenemos por
ningún lado.
Uno confía en
alguien, en una institución, cuando en el momento crítico está a tu costado. “Uno conoce a los amigos en los momentos
difíciles” dicen, pero el Estado en estos momentos tan difíciles no fue
nuestro amigo. Frente a la debilidad del estado, que creo que es el gran
problema nacional, la gran lección que nos deja la pandemia puede ponerse así:
con un estado tan débil y en crisis como éste, no resolvemos ni la pandemia ni
la salud pública ni la economía ni el bienestar social. El estado requiere
recursos y para eso una reforma tributaria es esencial. Es una lógica muy
directa y fuerte en términos de pensamiento económico: Sin plata no hay salud,
el estado necesita plata para dar la salud, y tiene que sacarla de los
impuestos. No hay que ser economista para entender esto.
Clave en la
debilidad del estado es la informalidad. Hay muy pocos empleos en las grandes
empresas y en las medianas empresas. Millones sobreviven en el autoempleo. Por ejemplo,
el señor que vende periódicos; la señora que tiene su tiendita, que vende unas
cuantas cositas, que trabaja sola. Esto da una baja productividad y un nivel de
subsistencia ínfimo, que nos lleva a la imposibilidad de fiscalización por
parte del Estado. No hay Estado que funcione con esa estructura productiva. Estos
agentes productivos no solo son informales, son informalizables, ¿podríamos
pensar qué todo ese sector pueda ser formal?, ¿podríamos pensar qué el Estado
va a pedirle recibo a cada uno de los productores de papa de los mil ochocientos
distritos de Perú porque les rebajamos los impuestos?, ¡es imposible! Y eso
genera un círculo vicioso, porque el estado es débil, el estado no fiscaliza,
si el Estado no responde a las necesidades de la gente, se multiplica una
lógica individualista, inclusive “antisocial”, reflejada en todas estas
discusiones respecto de si usamos mascarillas o si respetamos a la colectividad.
Hay otro gran nudo que
ata esta debilidad del Estado, y es que el junta la informalidad con la
desigualdad. La otra gran razón por la que la gente tiene una gran desafección por el Estado, se mantiene en la informalidad,
no respeta las reglas y no confía en lo que el Estado le dice, es porque el 85%
cree que el Estado funciona para beneficiar a unos cuantos grupos poderosos. ¿Y
por qué piensan así? No son ni amnésicos ni irracionales. Es por la enorme desigualdad
que existe en el Perú. El que tiene dinero y tiene Covid puede ir a una clínica
privada y gastar los cien mil soles que le piden por una semana de cama UCI,
pero si no tienes plata, sólo si tienes suerte logras acceder a esa atención
especializada de salud que es cuestión de vida o muerte. Esa realidad se repite
en muchísimos ámbitos de la vida, pero nada lo refleja con más crudeza que el
hecho de que ni siquiera cuando está nuestra vida en juego tenemos un mínimo de
igualdad. Si en condiciones cuando está en juego la vida y la muerte hay una
distancia tan gigantesca entre los distintos sectores sociales, entonces ¿no es
entendible qué alguien que está en esas condiciones de desventaja no tenga
mucho ánimo a favor de actuar en pro del bien colectivo y del estado que
supuestamente representa ese bien colectivo?
Creo que lo que
estamos viviendo ahora es que tras la pandemia ese sentimiento se ha llevado al
extremo, hay un sálvese quien pueda generalizado, originado en las condiciones
tan letalmente desiguales que hubo durante la pandemia. Siento que en los distintos estamentos del Estado
y de la sociedad cada uno baila con su propio pañuelo, y el que puede por las
condiciones sociales o económicas que tiene, saca más ventaja. Considero que
hay una enorme destrucción del sentimiento colectivo, del sentimiento de
nación, sin el cual no tenemos Estado y no tenemos desarrollo y ni tendremos
salud pública. Para mí esa es la gran lección que pone en evidencia la
pandemia.