Crecientemente las grandes decisiones, en el Perú y el mundo, se sustentan en egos enloquecidos enfrascados en riñas irreflexivas. Es como si lo único relevante fuera aplastar a un enemigo, muchas veces imaginario, y si eso requiere estafar o matar pues que así sea. Mientras tanto, hay cada vez menos pensamientos razonados.

La lista de mensajes absurdos de estos años es inacabable. En el Perú, ni qué hablar: los cincuenta muertos con los que Dina se inauguró fueron justificados por ella con unos inventados “ponchos rojos”, mientras el dirigente empresarial y presidente del Partido Popular Cristiano(PPC) Carlos Neuhaus dijo que en las protestas se usaron lanzallamas. Ambos mensajes están totalmente fuera de la realidad: ni una foto o evidencia que los respalde. ¿Cómo dialogar con quien tiene una idea totalmente distorsionada de la realidad? ¿cómo hablar con quien tiene una posición de poder pero tiene pajaritos en la cabeza?

El mundo está tan fuera de razón como el Perú. Solo hace pocas semanas, Donald Trump, en medio del debate principal de la campaña, muy suelto de huesos dijo que había inmigrantes caribeños comiéndose gatos y perros. Tremendo engaño y no pierde un seguidor;  puede ser elegido nuevamente presidente de Estados Unidos luego que promoviera un golpe de estado con turbas asaltando al Capitolio. Vladimir Putin busca reinstaurar el imperio ruso de hace dos siglos, siguiendo a los zares del siglo XIX con campañas hiperconservadoras basadas en una supuesta superioridad de sus tradiciones mientras el retraso económico y tecnológico es notorio. Israel mata decenas de miles de niños y niñas en Gaza, de manera salvaje y totalmente contraria al derecho internacional y las Naciones Unidas.

Los demagogos y las mentiras campean en todos lados. Hemos llegado a extremos tremendos: las campañas anti-vacunas, sin ningún basamento científico, han logrado horadar la protección frente a epidemias con consecuencias tremendas: en el primer semestre de este año se han registrado doce brotes en Estados Unidos, mientras en Europa el año pasado hubo treinta mil casos y veintiuna mil hospitalizaciones en cuarenta países, algo que se había evitado por cuatro décadas.

DEL LIBRO AL MICROVIDEO

Postulo que la causa profunda de este deterioro tiene que ver con el gran cambio en cómo nos comunicamos los humanos, al pasar de los libros a los microvideos. En el desarrollo de las civilizaciones un rol fundamental lo tuvo la comunicación escrita; en el caso de los incas mediante los quipus. La escritura permitió registrar la realidad y trasladar esa información a través del espacio y del tiempo, lo que los homo sapiens no podían hacer bien antes. Hace cinco mil años se empezó a marcar cuantas cabras, vasijas de vino, personas o espadas habían en un pueblo, y a trasmitir esa información sin que pierda exactitud a otros lugares. Se avanzó luego a lenguajes más y más complejos. Por muchos siglos la habilidad de leer y escribir fue algo de pequeñas élites. Felizmente, entre los siglos XIX y XX en el mundo se amplió el alfabetismo enormemente y lo que era de élites se convirtió de masas. Mediante libros, artículos y ensayos puestos al alcance de millones de personas, hemos ido avanzando en nuestra comprensión de la sociedad.

Hoy domina la comunicación mediante videos, que ha evolucionado a segmentos cada vez más cortos. Es difícil evitar la adicción a estos, ya sean tiktoks, reels de Instagram, X,  youtube o cualquier otro, me consta. El video, al tener imágenes en movimiento y lenguaje oral, apela a un lado de nuestras mentes más profundo, desarrollado durante los cientos de miles de años en que los homo sapiens vivían como nómades. Durante ese tiempo, mil veces mayor o más que el que la mayoría de la humanidad escribe y lee, la comunicación era oral y visual. Por eso los humanos privilegiamos, en nuestras familias y en muchas de nuestras actividades, la comunicación oral directa, que contiene además la enorme fuerza de la comunicación gestual, esa que a veces es difícil de describir con exactitud y que también sirve para engañar, pero que tiene una fuerza particular: ver a alguien querido llorando nos llega con mucha más fuerza que miles de palabras.

La comunicación oral, sin embargo, tiene un problema: en la distancia y en el tiempo se va deformando, como en ese antiguo juego infantil del “teléfono malogrado”. Es difícil recordar con exactitud muchas cifras, lugares y acciones, o una narrativa en toda su complejidad. Por eso, cuando queremos indicar con precisión como armar una mesa que viene por partes o explicar como queremos una pieza que se necesita para una máquina, el texto escrito es mejor. Para que pudiera funcionar una organización humana de amplio alcance y con poder, el escrito era indispensable; no habría habido imperio incaico sin quipus que le permitieran al inca saber lo que sucedía en pueblos distantes. De ahí la importancia de la escritura durante muchos siglos.

Ahora todo cambió. Hay una nueva tecnología que se ha masificado. Mediante el video podemos trasmitir con exactitud a través del espacio y el tiempo, y los videos se aproximan a esa comunicación directa oral y visual de manera sorprendente. No es igual que el cara a cara, pero se parece. Debido a su conexión con esos cientos de miles de años de homo sapiens sin civilización que están en lo más profundo de nuestros cerebros, el video tiene dos grandes diferencias sobre el texto escrito. El primero es que nos resulta más fácil de asimilar su información. Sólo hace unos días tuve que eliminar un recibo electrónico que emití con un error; leyendo las instrucciones escritas de la Sunat no lo pude hacer (no explicaban bien); en pocos segundos encontré un video explicativo en internet y lo hice facilito. Para entender videos no hace falta el esfuerzo de aprender a leer y escribir, la comunicación oral la aprendemos en casa antes de los dos años. Temo por eso que a futuro aumente el analfabetismo, en especial lo que se llama analfabetismo funcional, o que para la mayoría de personas leer y escribir se limite a unas pocas líneas. ¿Por qué me parece preocupante? Porque el texto escrito sigue teniendo una complejidad y prestarse a una rigurosidad del pensamiento mayor que la del micro-video.

Hay una segunda característica del video que es peligrosa: nos convence con gran facilidad. Como seres humanos le creemos mucho más a alguien que muestra la cara y con tono de voz firme, movimientos adecuados, “bien vestidos y de buena apariencia” nos presenta una idea, que a un texto escrito que es tan impersonal. Además, los artículos científicos son muy difíciles de leer y suelen ser hiper-especializados. Un gran logro, extraordinario, del premio nobel de economía reciente dado a Acemoglu, Johnson y Robinson es que su artículo sobre el gran peso del colonialismo es nuestro subdesarrollo lo han citado 20 mil otros a lo largo de dos décadas; pero no es ni la milésima parte de lo que un “influencer” potente puede alcanzar con un video en una semana.   

En resumen: los humanos preferimos los microvideos a los libros, y con los microvideos cualquier idea loca o cualquier fraude, puede parecernos más creíble que las ideas bien sustentadas, organizadas en forma lógica y con respaldo científico. Lograr que las ideas sensatas y razonadas prevalezcan sobre las tonterías absolutas se ha vuelto muy difícil. Estamos bien jodidos, y no sólo en el Perú.