
A la agroexportación peruana le va cada vez mejor, el año pasado aumentó en más de 2 mil millones de dólares, un fuerte crecimiento del 22 por ciento que las llevó hasta USD 12,400 millones. Es un negocio donde predominan grandes empresas terratenientes que tienen un lobby bien aceitado en busca de que les rebajen impuestos de manera especial y den aún más facilidades para explotar a sus trabajadores. Pero no confundirse: el 95% de las unidades agropecuarias son de pequeño tamaño sumando 2 millones 200 mil familias. En ochocientos distritos de sierra y selva más de la mitad de trabajadores se dedica a la agricultura, muchos de ellos en pobreza.
Es este sector el que nos alimenta. Los pequeños agricultores, con menos de diez hectáreas, producen el 64% del choclo, el 56% de la quinua, el 55% de las frutas, el 59% de las hortalizas, y la lista sigue y sigue. Ellos mantienen una gran variedad de papas y productos que dan sustento y calidad a nuestra gastronomía. Resisten de esa manera a una creciente dependencia de importaciones en rubros como los cereales, de los que importamos el 54% de lo que consumimos (especialmente maíz, trigo, y avena), productos que en varios cientos de millones de dólares vienen subsidiados de Estados Unidos, en una competencia desleal, y en otra proporción importante de países como Argentina y Brasil.
Mientras Estados Unidos aplica subsidios enormes a su agricultura, en el Perú el presupuesto que se dedica a apoyar a los pequeños agricultores peruanos es ínfimo. Sólo al 20% de ellos el estado les ha otorgado un título de propiedad, menos de uno de cada tres tiene semillas mejoradas, ni siquiera la mitad usa alguna maquinaria o aplica fertilizantes y nueve de cada diez no recibe asistencia técnica alguna. Ese mismo porcentaje ni siquiera intenta sacar un crédito porque los intereses son muy altos o “sabe que no se lo darán”; la banca privada, altamente concentrada, no considera rentable apoyar el agro. Llevamos treinta años de una política neoliberal que maltrata a los pequeños agricultores. No es casualidad que se trate de principalmente de familias con raíces indígenas, despreciados por un estado oligárquico y centralista. El resultado es baja productividad y por consecuencia pobreza.
Quienes si han recibido enormes subsidios del estado han sido los grandes agroexportadores. Hoy tienen grandes extensiones no porque ellos hayan invertido en irrigaciones, sino porque el estado las ha construido y les ha entregado las tierras. El grupo Gloria, beneficiado además por los remates que hizo Fujimori de las antiguas cooperativas azucareras, se ha apropiado de más de 52 mil hectáreas y el grupo Romero de otras 19 mil; tampoco es casualidad que las cabezas de estos grupos en los años noventa eran visitantes asiduos a Vladimiro Montesinos en la salita del SIN y luego hayan contribuido con varios millones a las campañas de Keiko. Mientras, en la sierra más de dos terceras partes de los campesinos tienen que cultivar sin un canal de riego que les asegure el agua; dependiendo de que la lluvia llegue a tiempo y bien, condiciones en las cuales es mucho más difícil avanzar con nuevas tecnologías.
Bajo estas condiciones de enorme desigualdad, es que los gobiernos de Toledo y García firmaron un Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos que favorecía a la agroexportación pero golpeaba a los pequeños y medianos agricultores nacionales que venden en el mercado interno. A sabiendas que la agricultura norteamericana es altamente tecnificada, tiene grandes planicies de buena tierra y gozan de fuertes subsidios de su gobierno que establecen una competencia desleal, se permitió que entraran al Perú sin una protección justa de nuestro mercado. Así, el sector algodonero importante que existió alguna vez en el Perú, terminó quebrando tras el TLC. Hoy en día, la importación de miles de tonelada de trigo estadounidense subsidiado empuja a la baja el precio de la papa, camote y demás tubérculos, agravando la pobreza rural. Todo ese trigo se convierte en alimentos industrializados – galletas, fideos, etc – producidos por el monopolio que tiene el grupo Romero mediante su empresa Alicorp y pasan a agravar el creciente problema de obesidad que tenemos en el Perú.
Un cambio indispensable en el Perú es la necesidad de una política de apoyo a la agricultura familiar y de mediana producción. Esto debe incluir productos dedicados a la exportación, como café, cacao, mango y paltas, entre otros, a los que se debe apoyar con créditos accesibles, promoción de nuevas tecnologías y mucha iniciativa comercial para colocar variedades ecológicas y orgánicas en diversos mercaos del mundo. Algunos como los productores de cacao se han beneficiado de buenos programas, han logrado avances importantes y lentamente se va desarrollando la industria del chocolate nacional. Pero hay otros sectores como los alpaqueros, que son decenas de miles de familias campesinas, a quienes se les ha dado la espalda, no se ha invertido en mejorar sus pastos y ganado y se les ha dejado en manos de grandes monopolios comercializadores.
Ahora que los Estados Unidos ha roto unilateralmente un tratado firmado con el Perú imponiéndonos aranceles sin respetar el TLC, debemos por nuestra parte defender mejor el mercado interno y nuestra soberanía alimentaria. Darle prioridad y respaldo a quienes ponen los alimentos peruanos en nuestra mesa, con un gran programa de mejora de la productividad de la agricultura familiar que multiplique los rendimientos por hectárea. Eso permitiría al mismo tiempo sacar de la pobreza a millones de peruanos en la sierra y selva rural y poner alimentos más baratos en la mesa popular. Es ahí adonde debe orientarse el presupuesto público y no a regalarles otros veinte mil millones de soles en exoneraciones tributarias a los grandes agroexportadores.
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