Mi madre murió, a sus ochenta años, de un tipo de cáncer llamado Linfoma no-Hodgkin. Maldita enfermedad, la hizo sufrir con el dolor y le ganaba a todos nuestros esfuerzos por evitarlo. A pesar de los años que han pasado, pienso en ella cuando investigo y me entero que en nuestro país cada año hay 45 mil nuevos casos y 30 mil muertes por cáncer.
Entre las mujeres los más frecuentes son los de cuello uterino, mama y estómago, en los hombres los de estómago, próstata y piel. Hay razones para tener miedo. En el Perú de hoy las enfermedades no trasmisibles constituyen la mayor parte de la carga de enfermedad (62 por ciento), dentro de las cuales el cáncer ocupa un lugar preponderante, pero el estado peruano sigue centrado sus políticas de salud hacia las enfermedades infecciosas y la salud materno-infantil como hace décadas atrás.
No estamos solos en este problema. Según el Economist Intelligence Unit, “el cáncer ya es la segunda causa de mortalidad en América Latina, y la carga económica que exige se incrementará notablemente en los años venideros. En los 12 países del estudio, el cáncer es el causante del 19 % de las muertes en promedio. La incidencia de cáncer y la mortalidad (si no se hace algo al respecto) en América Central y América del Sur seguirán aumentando marcadamente entre 2012 y 2035. Se prevé que la cantidad de casos aumentará en 91 % durante este período”.
Esto no es inevitable. Podría haber mucho menos casos, ya que de acuerdo a la Organización Mundial de la Salud – OMS, “alrededor de un tercio de las muertes por cáncer se debe a: índice de masa corporal elevado, ingesta reducida de frutas y verduras, falta de actividad física, consumo de tabaco y consumo de alcohol.” Como para recordarnos la urgencia de que se aplique el etiquetado obligatorio a la comida chatarra, que el fujimorismo se empeña en sabotear con el apoyo de Salvador Heresi en el congreso. También de lo necesario que es que se cumplan los convenios internacionales firmados por el Perú para que los avisos publicitarios de cigarrillos realmente muestren el grave daño que ocasionan, se frene su venta a menores de edad y se desincentive que miles de jóvenes se enganchen con este vicio. Estamos hablando de miles de muertes evitables, que el gobierno debe poner por delante de las ganancias de las grandes industrias.
Desiguales frente al cáncer: asunto de vida o muerte
Si la prevención es fundamental, siempre habrá casos que deben ser detectados a tiempo y tratados. En esto hay enormes desigualdades, producto de un escaso gasto público y una centralización de la atención del cáncer que discrimina contra las poblaciones más pobres, los pueblos indígenas y poblaciones rurales.
Sólo uno de cada tres limeños de 40 a 59 años han tenido una consulta preventiva del cáncer en los últimos 2 años, pero en las zonas rurales es apenas uno de cada siete. Mientras casi un tercio de las limeñas se ha hecho una mamografía en los últimos 2 años, apenas una de cada veinticinco mujeres rurales lo ha tenido. Incluso la cobertura del Papanicolaou, un examen para detectar tempranamente y prevenir el cáncer cervical (del cuello uterino) que es bastante sencillo, llega a dos tercios en las ciudades pero solo a la mitad en la sierra y selva.
En total sólo 20 por ciento de las mujeres de 30 a 59 años ha tenido un examen clínico de mamas en los últimos doce meses. También en este caso existe una fuerte desigualdad en contra de las mujeres rurales, de la sierra y la selva y de los grupos de mayor pobreza, donde la cobertura de examen de mamas apenas llega a la mitad de esta cifra.
Junto a la fuertísima centralización de la atención del cáncer en Lima, donde se concentra tres de cada cuatro de los especialistas, está la enorme dificultad de acceder a diagnóstico y tratamiento en las zonas más rurales y alejadas: regiones completas como Huancavelica, Amazonas, Huánuco, Apurímac, Ayacucho y Cajamarca, siendo de las más pobres del Perú, no tienen ningún oncólogo, médico especialista en cáncer.
Cuando se logra el diagnóstico, el costo de los medicamentos llega a 25 mil soles para un cáncer de mama y 23 mil para un cáncer gástrico, 22 mil para un cáncer de próstata y 71 mil para un cáncer de pulmón, equivalente este último a más de 10 años de ingresos de una persona trabajando con el salario mínimo. Son muy altos costos, exacerbados por el otorgamiento de patentes mediante los cuales el estado deja que los monopolios farmacéuticos cobrando lo que les da la gana.
Costos privados y presupuesto público
La combinación de pobreza y desempleo, escasa cobertura de seguros de salud y un sistema público de salud que descarga parte importante del costo sobre los pacientes, hace que el alto costo del cáncer sea un tema crítico. No solo es lo que cuesta el diagnóstico y los exámenes previos, la cirugía, la quimioterapia y radioterapia, las consultas médicas y las medicinas. También está el traslado del paciente de provincias y el alojamiento y comidas para él y sus cuidadores en las semanas que puede requerir un tratamiento contra el cáncer en Lima u otra ciudad principal. Están los medicamentos y costos de atención de problemas nutricionales y de salud causados por el tratamiento o la enfermedad. Está también la pérdida de ingresos por muchos días en los que no se puede trabajar, asunto fuerte en un país como el Perú en el que más de tres cuartas partes de la población no tiene seguridad social.
Las diferencias en torno al cáncer se hacen presentes no solo en las posibilidades de continuar con vida, sino también en la muerte y en los últimos días de vida de las personas, que en muchos casos están llenos de sufrimiento, dolor e indignidad que pueden ser evitados. Pienso nuevamente en mi madre, en el dolor que sí le logramos evitar, y en cuantas peruanas que no tienen esa ayuda y el enorme sufrimiento que causa ese déficit.
Frente a esta epidemia, el estado peruano no ha estado a la altura de las circunstancias. Tras una década de fuerte crecimiento económico y auge fiscal gracias al boom de las materias primas, debido a una política neoliberal el Estado ha destinado recursos a este problema de manera muy tardía e insuficiente. Recién a partir de 2012 el cáncer fue materia de un programa público especial de prevención y control para siete cánceres: Cuello uterino, Mama, Colon, Estómago, Próstata, Leucemias y Pulmón. Pero si tiene Usted la terrible suerte de tocarle otro cáncer, pues el estado se pone de costado. El cáncer representa el 14% de la carga de enfermedad en el Perú, pero menos del 6% presupuesto en salud y apenas 0,12% del PBI. Es por estas condiciones presupuestales y por los altos costos que tiene, que las políticas frente al cáncer sean tan débiles. Ojalá que el nuevo ministro de economía tenga un poco de humanidad y recuerde con Vallejo que “el dolor crece a treinta minutos por segundo, paso a paso, y la naturaleza del dolor, es el dolor dos veces”.
Mientras entre el 2008 y el 2012, años del boom minero, la recaudación tributaria se duplicó aumentando de 13 mil a 26 mil millones de dólares anuales, al final de ese periodo el programa contra el cáncer solo recibía 130 millones de dólares, es decir, un 1 por ciento del ingreso adicional recaudado por el Estado en este periodo. Y eso que el Estado solamente ha capturado una pequeña parte de la renta extraordinaria producida durante el boom minero, calculada en 139,000 millones de dólares para el periodo 2003-2015. Así, durante el boom minero hubo abundantes recursos económicos a la par que se dejaba sin el derecho a la salud, sobre todo por enfermedades no trasmisibles y atenciones complejas de alto costo, a millones de peruanos. El Estado prefirió dejar que la mayor parte de las ganancias se quedaran en las empresas privadas y dejó de lado el derecho a la salud, en particular en relación al cáncer.
Pasado el boom de altísimos precios de los metales, desde el 2014 la recaudación tributaria ha caído y el derecho a la salud se ha visto golpeado aún más. Para 2016 el presupuesto inicialmente aprobado implicaba un recorte en la atención de salud, lo que llegó a generar tantos problemas que el gobierno se vio obligado a una ampliación presupuestal de emergencia para el sector salud. Tanto el 2016 como el 2017 vieron reducirse el presupuesto para el Seguro Integral de Salud y el cáncer. Pero aun así, el 2017, el ´gobierno de lujo´ dejó 100 millones de soles sin gastar del programa de prevención del cáncer. En este año, el Ministerio de Salud solo ha gastado el 5 por ciento de su presupuesto anual en el rubro, cuando en promedio el estado ya va gastando un 20 por ciento de su presupuesto anual modificado. Para quienes tienen cáncer, parafraseando levemente a Vallejo, “señora ministra de salud, jamás fue la salud más mortal”.
Artículo publicado en Hildebrandt en sus Trece el 20 de abril de 2018
Un estudio más detallado sobre el tema puede encontrarse en http://files.pucp.edu.pe/departamento/economia/DDD449.pdf
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