El gobierno Vizcarra no se ha dado cuenta que uno de los asuntos más críticos en el Perú de hoy es la economía popular urbana y como ésta ha sido golpeada por la caída de los salarios, los despidos y la falta de empleo. Sólo la inconsciencia total puede explicar que a David Tuesta se le haya ocurrido, luego de decretar un paquetazo de impuestos a los combustibles, cobrarles impuesto a la renta a los trabajadores que ganan menos de 2 mil soles mensuales. Añadiendo leña al fuego, al mismo tiempo Tuesta quiere devolver más impuestos a las mineras y prorrogar por veinte años más los beneficios tributarios y laborales especiales que tienen los agroexportadores.

Hay que estar bien perdidos para no darse cuenta como ha empeorado la situación económica de la mayoría de familias en las ciudades peruanas. Para quien encerrado en el MEF no mira la calle sino solo las estadísticas, el campanazo más reciente ha sido el anuncio de que el 2017 la pobreza monetaria aumentó en 375 mil peruanos, de los cuales 200 mil viven en Lima. Una figura más completa requiere ver, como hemos insistido en estas páginas, que no paramos de perder puestos de trabajo en forma masiva: si al último trimestre del año pasado el dato del INEI era que se habían perdido 160 mil empleos, al primer trimestre de este año la cifra ha subido a la astronómica cifra de 424 mil puestos de trabajo perdidos en empresas de 11 y más trabajadores, es decir, básicamente empresas formales. Es un desastre social. En las empresas grandes de más de 50 trabajadores el INEI registra mediante su Encuesta Nacional de Hogares una caída del empleo de 9 por ciento, tan alta que no tiene antecedentes en tres décadas y es difícil de creer (la fuente de la información es el “Informe de Empleo a Nivel nacional del INEI” – cuadro 6). En cualquier otro país del mundo sería titular de primera plana.

Con estas cifras, es muy probable que la pobreza el 2018 aumente aún más que el 2017, ya que la caída del empleo es tan grande que una recuperación económica tímida como la que algunos datos muestran para estos últimos meses no la va resolver, y menos si seguimos con un modelo primario-exportador que poco aporta en este sentido.

Reiteremos también que con cientos de miles de despidos, insistir como hace “El Comercio” y sus analistas en que “el mercado de trabajo es muy rígido” porque es “imposible” despedir en el Perú es un completo absurdo. ¿Cómo podría ser difícil despedir en el Perú cuando las grandes empresas han botado a más de 360 mil personas en un año? La historia de que es “imposible despedir” es desmentida por los hechos nueve mil veces cada semana.

Es necesario traducir estas frías estadísticas en experiencias cotidianas. Pensemos en aquella familia con el padre despedido, sin trabajo, buscando vender queques en las calles para ver si así consigue para el pan (con soledad) del día. Imaginemos en el joven salido de la secundaria que se pasa mes tras mes pateando latas antes de resignarse a irse a la ceja de selva a recoger coca. Visualicemos aquella mujer en sus cincuentas que, tras ser despedida porque la empresa no tiene ventas suficientes, sabe que sus posibilidades de emplearse son muy bajas y no tiene una pensión asegurada. Recordemos a esa profesional con experiencia cesada porque el gobierno le cortó el presupuesto a su institución y que ya no encuentra empleo por más que busca, en una frustración continua que puede fácilmente convertirse en depresión. No olvidemos la situación más desesperante de quien tiene a cargo un hijo o hija que requiere cuidados especiales y para quien el despido significa además haber perdido el apoyo de la seguridad social. Vivimos en un país en el que para millones de peruanos las oportunidades económicas se han achicado dramáticamente y a quienes ahora imaginar una vida sin angustias financieras es mucho más un sueño que una posibilidad.

Regresando a los números, veamos el significado distributivo de esta situación. Si el PBI ha aumentado 3 por ciento real y al mismo tiempo los precios del cobre y demás minerales han subido como 10 por ciento en promedio, eso quiere decir que el Perú ha generado bastante más dinero. Si al mismo tiempo la pobreza aumenta porque el empleo ha caído uno o dos por ciento y los salarios otro tanto, quiere decir que la desigualdad en la distribución de los ingresos ha aumentado. Mientras unos pocos siguen acumulando riqueza muchos otros bajan en la escala económica.

Hay que anotar que el desempleo, los salarios bajos y la mala distribución de los ingresos son asuntos de preocupación en todo el mundo. Los cambios tecnológicos que se vienen en un futuro próximo traen un serio riesgo de que los trabajadores sean reemplazados por robots y máquinas, aumentando aún más la desigualdad económica y de poder entre el capital y los trabajadores, con muy potentes sistemas de información siendo aprovechados para exprimir a los consumidores en beneficio de unos pocos monopolios gigantes. No por gusto Marc Zuckerberg, el dueño de Facebook, está teniendo que responder duros cuestionarios ante el congreso estadounidense y el europeo, aunque sin soluciones a este problema a la vista.

Martín Vizcarra debiera mirar esta situación con mucho cuidado, recordando lo que pasó con PPK hace poquito. Este “presidente de lujo” fue indiferente a una situación similar; el deterioro de las economías populares se trajo su popularidad al piso y ya sabemos lo que pasó con él. No, la salida de PPK no fue solo por haber buscado arreglos con unos fujimoristas primero (Keiko) y otros después (Kenji), sino sobre todo porque nadie en la calle lo quería, y con razón: la gente lo eligió porque quería que mejoraran sus economías pero obtuvo exactamente lo contrario.

INMIGRANTES, EMPLEOS Y SALARIOS

Pensando en el trabajo y las economías populares, hay otro problema importante que considerar. Según el Ministro de Relaciones Exteriores ya hay en el Perú 300 mil venezolanos, de los cuales 45 mil tienen Permiso Temporal de Permanencia que los habilita a trabajar de manera formal. La enorme mayoría de los otros 255 mil trabajan de manera informal: según el canciller Popolizio el 70% de los venezolanos trabaja aunque menos del 20% tiene permiso de hacerlo, ilegalidad que a este ministro no le mueve un pelo.

La cantidad de venezolanos que está presionando hoy en el mercado de trabajo va en rápido aumento, ya que ingresan unos 3 mil por día, es decir 90 mil por mes. A este ritmo llegarían en este año al millón, o sea, a 7 por ciento de la fuerza laboral urbana. En un contexto de pérdida de puestos de trabajo, la presión que esta mayor oferta laboral hace sobre el empleo y los ingresos de los estratos bajos urbanos, especialmente en Lima, es muy grande. Como me contó ayer un colega profesor, hay malos empresarios que contratan dos venezolanos por el precio de un peruano pagándoles 500 soles mensuales a cada uno.

Mientras tanto los Estados Unidos cierran sus puertas y Donald Trump tiene la caradura de hablar sobre la región cuando sus políticas muestran que los latinoamericanos no le interesan un comino. Estados Unidos y Europa tienen economías mucho mayores que la peruana, por lo que si se quiere una mejor distribución de las oportunidades laborales o una ayuda urgente para los venezolanos, son ellos los que tienen mucho mejores condiciones para hacerlo, en especial en los Estados Unidos donde el desempleo está en uno de sus niveles más bajos de la historia. Es una terrible paradoja que mientras los países ricos del mundo cierran sus fronteras, sean los trabajadores y pobladores del sur donde hay altos niveles de pobreza y subempleo crónicos los que deban asumir la carga de la solidaridad humana. Porque del bolsillo de la Confiep no sale un cobre de solidaridad con los venezolanos inmigrantes, todo lo contrario, los grandes empresarios están felices de poder contratar cholos más baratos ante la presión de una oferta laboral ampliada.

Siendo hijo de inmigrantes latinoamericanos y recordando  a mi suegra que se ganó la vida varios años en Venezuela vendiendo menús, tengo una alta sensibilidad sobre el tema de los migrantes. No entra en mi piel una postura xenofóbica. Pero lo que pasa en el mundo, sobre todo en los países desarrollados, nos grita en la cara los enormes riesgos políticos que trae el ser indiferente a una situación donde se conjugan pérdida de empleos, caída de salarios e inmigración: ahí están Trump en Estados Unidos, el lío en que se han metido los ingleses con el Brexit del que no saben cómo salir, este par de grupos locos que ahora dirigen Italia, Hungría perdiendo su democracia y la lista sigue.

No creo por ello que la respuesta deba ser solamente mantener una defensa ideológica de la solidaridad con los pobres del mundo, principio que considero válido; hay que atender también el problema económico y laboral de millones de trabajadores y familias peruanas que se ha agudizado. Si no, corremos el riesgo de que cualquier día nos despertaremos con un payaso gorilón a la cabeza de un masivo movimiento reaccionario.

Si se mantiene indiferente a este problema, Vizcarra juega con un fuego que lo puede quemar seriamente en un plazo corto. Si, en un espectro más amplio, la clase política y la intelectualidad peruana comparten esa indiferencia, también pueden darse de narices con una fea sorpresa.

 

PD: Y como para darnos la razón, según encuesta GfK un 41% de los peruanos creen que el gobierno debe preocuparse de crear puestos de trabajo