La guerra comercial desatada por Donald Trump contra China y varios de sus principales aliados y socios comerciales está empezando, y en este caso, sería tonto confiarse en aquello de “guerra avisada no mata gente”. La cuestión es hasta dónde llegará esta guerra comercial, para lo cual hay que adentrarse un poco en las razones de fondo de la misma.
Revisemos primero los hechos. Trump abrió fuegos, más allá de la retórica previa, estableciendo aranceles (impuestos a la importación) al acero y al aluminio de 25% y 10%, de los que finalmente no exceptuó ni a sus socios del TLCAN México y Canadá ni a sus aliados de la Unión Europea. México respondió con aranceles a aceros y embutidos y amenazó adicionales sobre soya y maíz; Canadá anuncia aranceles sobre bienes gringos por 12,800 millones de dólares; la Unión Europea respondió con impuestos del 25% afectando unos 2,800 millones de euros sobre importaciones de maíz, jugo de naranja, maquillaje, tabaco y motos, con algunas de las medidas dirigidas en especial contra estados como Kentucky donde Trump tiene apoyo. Aunque la respuesta europea no es ni la mitad del golpe que les dio Trump, que suma 6,400 millones, el brutamontes gringo amenazó a Europa con ponerles aranceles a los automóviles, amenaza que también ha soltado contra Canadá y México.
Lo curioso es que algunas de las medidas de Trump son como dispararse a los pies, puesto que empresas como la conocida Harley – Davidson está planeando mover parte de su producción a otros países. La Unión Europea, igual que México, ha interpuesto acciones contra EE.UU ante la Organización Mundial del Comercio y Ángela Merkel ha llamado a coordinar entre los varios países afectados por los misiles proteccionistas disparados por Trump.
Aunque estas medidas ya son de preocupación, mucho más delicada parece ser la relación de Estados Unidos con China. Trump impuso aranceles de entre 15% y 25% a más de un millar de productos chinos que suman unos 50,000 millones de dólares, que entraron en efecto desde el 6 de julio (se dio un plazo para que las autoridades aduaneras de los EEUU estén preparadas para la aplicación de las medidas). China respondió estableciendo tasas arancelarias del 25% sobre 659 productos agrícolas, entre los que destacan soya, maíz, arroz, carne de res y de chancho, sobre todo producidos en estados que respaldan electoralmente a Trump. Todo esto fue anunciado hace semanas y entre las amenazas intercambiadas previamente, pero aun no llevadas a cabo, Trump mandó preparar una lista de productos para una segunda ronda de alzas con aranceles por 200 billones mas una amenaza de 200 billones adicionales, luego de lo cual China ha anulado las negociaciones hechas con EEUU y anunciado que responderá con represalias proporcionales. El desenlace es totalmente incierto.
Odios y razones
Una parte de la política de Trump es simplemente la expresión de su conexión demagógica con los obreros y agricultores blancos, su principal base electoral, que han sido manipulados a creer que sus dificultades económicas se deben a los “malos” extranjeros y a odiarlos, sean estos chinos productores de bienes industriales o mexicanos y latinos inmigrantes: el viejo argumento xenofóbico.
Es cierto que los trabajadores norteamericanos no ven mejoras económicas en casi tres décadas y sus posibilidades de progreso están severamente recortadas, por lo que el descontento de una clase trabajadora empobrecida, tanto en EEUU como en varios países europeos, tiene una base material y no es simplemente un capricho ideológico. Pero la contrapartida de ese retroceso de los ingresos del trabajo se debe a la enorme concentración de ingresos en billonarios con conexiones políticas como Trump. En Estados Unidos el 0.01 por ciento más rico pasó de controlar el 7% de la riqueza a controlar el 22% de la misma. La economía norteamericana crece pero sólo en beneficio de los más ricos.
La razón de fondo es que las políticas neoliberales, desde Ronald Reagan en los 90s, se han traído abajo los sindicatos y sus posibilidades de negociación colectiva, han facilitado el auge de un sector financiero abusivo, permite que los gerentes obtengan remuneraciones millonarias y un mercado crecientemente concentrado en grandes monopolios exprime a los consumidores. La “hiperglobalización”, en el término acuñado por Dani Rodrik, sin regulación adecuada (y por supuesto cerrando las puertas de los países ricos a los migrantes), no ha llevado a una mucha mayor eficiencia de los mercados, según la creencia neoliberal, sino a muchos mayores abusos de los monopolios – financieros y otros.
El engaño que ha logrado producir Trump logrando que los blancos empobrecidos le echen la culpa a los extranjeros y no a los plutócratas que se han apoderado de los gobiernos es, en ese sentido, ciertamente notable, aunque no debemos olvidar que la falta de alternativas progresistas lo ha permitido. Felizmente, como dijo Abraham Lincoln, ““Se puede engañar a todo el mundo algún tiempo, se puede engañar a algunos todo el tiempo, pero no se puede engañar a todo el mundo todo el tiempo”. La demagogia xenófoba trumpista caerá.
Pero para esta guerra comercial hay otra razón: la disputa por la hegemonía mundial que se abre entre Estados Unidos y China, en la cual se mezcla lo económico, lo militar, lo político-diplomático y lo tecnológico. Esto último es uno de los principales blancos de Trump, quien insiste en el argumento “él me pegó primero” (propio de un niño de primaria) porque China le habría “robado” a EE.UU. su tecnología. Trump quisiera detener el progreso tecnológico e industrial chino. Sucede que mientras el PBI de China ya supera al de Estados Unidos, eso solo lo logra por su mayor tamaño poblacional mientras su productividad es un cuarto que la estadounidense, de tal manera que frenar su progreso tecnológico no es algo que China pueda aceptar. Por otro lado, aunque el gasto militar de los Estados Unidos es todavía más del triple del chino y tiene seis veces más aviones y siete veces más cabezas nucleares, Xi Jinping tiene claro que en el largo plazo lo que determina el dominio de un país sobre otro es su economía y su tecnología.
Trump: Golpea primero pero sin estrategia
Hagamos un esfuerzo por entender la apuesta política de Trump en la escena mundial. Una parte de su posicionamiento táctico es absurda, al pelearse con todos sus aliados en vez de aislar a su enemigo principal (claramente China). Otra parte de su apuesta son valores con los que discrepamos absolutamente, como el pisotear las reglas universales de convivencia entre las naciones y zurrarse en la democracia. Se trata de valores centrales del espíritu rooseveltiano que marcó la post-Segunda Guerra Mundial con la fundación de las Naciones Unidas y la Declaración Universal de los Derechos Humanos, sacrificados todos en el altar de la “primacía americana” trumpista.
Reconozcamos, sin embargo, que Trump está respondiendo a una transición que se ve venir en el mundo: la ascensión del poder chino y la declinación de “occidente”. En este “occidente”, Europa ha quedado fuera de juego por el Brexit (que marca la salida final y definitiva de Inglaterra de las decisiones mundiales), los agudos conflictos al interior de la Unión Europea con grupos xenófobos y la confrontación UE-EEUU que acaba con esa alianza fundamental. Quedan pues, como los dos contendientes por la hegemonía, Estados Unidos y China (por más que Rusia quiera mostrar su peso con medidas de cyber-inteligencia, su economía y tecnología no le alcanzan).
Trump ha desatado tempranamente el conflicto, nuevamente bajo una idea simple: golpea doble quien pega primero. Pero pega a locas, de cualquier manera y de manera errática. Al aislar a los Estados Unidos del mundo, pone en riesgo su ventaja estratégica, la de ser cuna y asiento de las principales empresas en tecnologías informáticas, llámese Microsoft, Alphabet-Google, Facebook o Amazon, para las cuales la escala planetaria es su espacio preferido de acción. Por otro lado, su demagogia xenófoba orientada a ganarse a los trabajadores blancos no sirve para consolidar su unidad interna, sino todo lo contrario, siendo Estados Unidos hoy un país con creciente presencia latina y asiática (y teniendo su origen social claramente anclado en las inmigraciones europeas de la pre-guerra, como la propia madre y abuelo de Trump). Toma además medidas que afectan a buena parte de sus industrias, es decir, a su propia base obrera blanca.
Las medidas de Trump solo pueden tener una respuesta de mediano plazo de China: reforzar su ya sustancial apuesta por la tecnología, para la cual claramente ya tienen las bases científicas y productivas necesarias (copiar lo de otros países siempre es barato y conveniente, pero la potencia de sus universidades y empresas es fenomenal). Además, la agresión trumpista le dará a Xi Jinping justificativos importantes para mantener y reforzar su vertical concepción del poder y su liderazgo.
Es curioso: no había comenzado la batalla por la hegemonía entre occidente y China cuando Inglaterra tira la toalla y Estados Unidos hace tonterías. Es como cuando un personaje famoso, aplaudido por millones, de esas super-estrellas sin parangón, de repente simplemente muestra que carece totalmente de la capacidad de mirarse hacia dentro y de entender que no es el centro del universo. Simplemente pierden la cabeza. Siento que algo así pasa con los Estados Unidos pasa ahora, salvo que Trump termine siendo solo un accidente pasajero (siendo peruanos tenemos bien claro que la historia está llena de extraños y sorprendentes giros).
Creo que con la guerra comercial desatada por Trump, Occidente ha perdido ya toda la primera parte de la disputa por la hegemonía mundial. No sé qué sentir al respecto: una civilización, que no puede dejar de ver como mía, se viene cayendo, envenenada en su interior por una xenofobia fascistoide manejada por unos plutócratas demagogos. Pero a pesar de todas las críticas que le tengo, aún me resulta mayor el temor a ese gigante desconocido, autocrático y agresivo que es China.
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