Los venezolanos que lleguen al Perú antes del próximo miércoles pueden tener un “Permiso Temporal de Permanencia” que les da permiso de trabajar y se otorga incluso a quienes están en situación irregular. Ya hay más de medio millón de ellos acá.Al mismo tiempo, cinco mil hondureños, la centésima parte de los venezolanos en Perú, atraviesa México buscando poder entrar a los Estados Unidos y Donald Trump ha amenazado con mandar el ejército contra ellos, inventando incluso que hay ahí “criminales y gente desconocida del medio oriente”. Sustentaré acá porqué es correcto plantear al mismo tiempo que Estados Unidos abra un poco sus puertas mientras el Perú debe terminar con la política de dar a los migrantes unas facilidades que no otorga Estados Unidos, ni Ecuador, Chile o Brasil.

Es importante discutir estos dos casos porque en el caso de la ola de inmigrantes llegados a Lima, muchos peruanos se sienten identificados. Ya sea porque nuestros padres o hermanos fueron migrantes en Venezuela u otro país, porque tenemos una hija migrante en Europa o porque somos hijos de migrantes, nos sentimos un poco representados en esos venezolanos que están por todas nuestras calles. Pero no es lo mismo. Parecen casos similares, pero no lo son. Son cosas muy distintas.

INMIGRANTES EN NUESTRO TERRITORIO

Nunca antes una oleada inmigratoria había estado en los titulares de los periódicos: no afectaban el empleo local ni nuestra vida cotidiana. En mis 57 años de vida, no recuerdo nunca haber escuchado acentos extranjeros vendiendo chocolates, galletas o tamales en las esquinas. Los venezolanos en su mayoría están en plena edad de trabajar: 53% tienen entre 19 y 29 años y la mayoría sale a la calle a buscar dinero para su sobrevivencia. Esta enorme oferta de trabajo se ha traído abajo los ingresos de los ambulantes e independientes y es aprovechada por empresarios inescrupulosos para bajar salarios y explotar trabajadores. 45% de los venezolanos recién llegados no consigue ni el salario mínimo. No se crea que por esto los venezolanos están en una condición disminuida: la mitad de los peruanos tampoco alcanza el salario mínimo. En la venta callejera y en el mercado laboral informal se suman ambos, peruanos pobres y venezolanos recién llegados, disputándose las pocas ventas o el escaso empleo en un mercado interno deprimido, mientras en este río revuelto la Confiep pesca feliz.

Pensar que la actual oleada inmigratoria al Perú tendría iguales efectos que lo sucedido en años anteriores, es como creer que es lo mismo tomarse una copita de vino de vez en cuando que acabarse tres botellas en una noche. Como muchas cosas en la vida, casi todas, la cantidad y el tiempo son importantes, y demasiada cantidad en demasiado poco tiempo hace daño. Podemos ponerlo así: la economía peruana está empachada porque 550 mil venezolanos son demasiado. En especial cuando en el último año el empleo en empresas (de 10 y más trabajadores) se redujo en Lima y otras 17 ciudades del país.

Hay que reiterar, por cierto, que eso de que cada persona que se añade a la fuerza laboral crea su propio empleo y su propia demanda, es un mito. Un mito peligroso. La gente encuentra cómo sobrevivir en el Perú, claro que sí, pero más ambulantes en las calles no son signo de un emprendedurismo creativo sino de la confluencia del hambre con la necesidad. Más ambulantes no son signo de progreso sino señal del fracaso del modelo económico peruano en generar lo primero que queremos los peruanos, que es un empleo. Tenemos que buscar cómo resolver ese problema; echarle más agua al caldo, que es lo que hacemos cuando se añaden cientos de miles de venezolanos a la venta callejera, no resuelve sino que agrava el problema.

PERU VS ESTADOS UNIDOS

La cantidad es, también, una gran diferencia con lo que sucede ahora con los hondureños que quieren entrar a Estados Unidos. 550 mil venezolanos (según la cuenta de ACNUR de las Naciones Unidas) son el doble de la cantidad de jóvenes peruanos que buscan trabajo cada año y son más que los empleos que la economía peruana puede crear en tres buenos años de crecimiento seguidos, situación que hoy no pasa de un buen deseo: hace más de año y medio que la economía empresarial peruanas en vez de generar puestos de trabajo reduce su demanda de mano de obra. Mientras tanto, en Estados Unidos se vienen creando 2 millones de empleos al año, frente a los cuales los 5 mil hondureños no son sino el 0.2 por ciento, en momentos en que la tasa de desempleo en Gringolandia está en su nivel más bajo desde que el hombre pisó la Luna por primera vez ¡hace casi cincuenta años!

Para decirlo corto: en el Perú no hay empleo para acomodar a los venezolanos. Vamos, ni la tercera parte de peruanos consigue un empleo decente y encima en vez de ir para adelante estamos yendo para atrás, con el empleo industrial retrocediendo 2,2 por ciento. Pero en Estados Unidos sí hay, y bastantes. Pero ellos cierras sus puertas y nosotros las abrimos tanto que los ecuatorianos han creado un “corredor” para que los venezolanos se vengan acá y no se queden en su país. Corredor que por cierto no sigue, porque Chile tiene tremenda barrera en la frontera con Perú.

En relación a los inmigrantes no sólo está el asunto del empleo. También están servicios básicos como salud, para lo cual la clave son los recursos que les dan sustento. Estados Unidos tiene un PBI 44 veces mayor que el Perú; lo que el Perú produce en un año Estados Unidos lo hace en 8 días. En cuanto a riqueza acumulada, Estados Unidos tiene 185 veces más. Pero en el Perú hay 550 mil venezolanos a quienes debemos darles atención de salud y en Estados Unidos no llegan a 300 mil. Por nuestra frontera norte estuvieron entrando 5 mil venezolanos por día continuamente durante meses, mientras Trump no quiere dejar entrar a 5 mil ni una sola vez.

¿BRAZOS ABIERTOS?

Algunos dicen que, si otros países han acogido a los peruanos en sus tierras, nosotros debemos ser igualmente acogedores. No sé qué historias habrán oído, pero yo he sabido de otras. Unos padres que fueron a Estados Unidos donde trabajaron ilegalmente por treinta años, separados de sus hijos y sin poder visitarlos, para mantenerlos y pagarles sus estudios, hasta que se  jubilaron y regresaron al Perú con unos pocos ahorritos guardados. Una familia se fue ilegal a EEUU (pareja y cuatro hijos) y cuando padre decidió arriesgarse y venir unas semanas al Perú ya nunca pudo volver a su familia en años, hasta que los de allá consiguieron residencia tras matrimonios bamba que les sacaron un ojo de la cara. Hace pocos años un amigo quería visitar parientes en Venezuela y no conseguía que le dieran la visa.

Al final algunas verdades quedan de los relatos. La primera: en ningún otro lugar se permite que cientos de miles entren sin pasaporte y se les da facilito permiso de trabajo, porque las democracias deben defender a su gente (o se mueren) y la gente quiere empleos. No existe el “derecho humano a traspasar fronteras” como erróneamente se ha planteado; existe el derecho al trabajo y quienes tienen la primera obligación de defenderlo y promoverlo son los estados nacionales para sus ciudadanos.

La segunda: Estados Unidos pretende ser el campeón defensor de los venezolanos pero no los deja entrar a su país; por el contrario, anda empujando que la carga la asuma Sudamérica. Su razonamiento simple es que “más venezolanos en Perú, menos venezolanos tratando de entrar a Estados Unidos”, a pesar de que los recursos que hay allá para atenderlos son muchísimo mayores que acá.

La tercera: la desigualdad económica existente es la gran fuerza que mueve las migraciones. En uno, cinco o diez años Venezuela mejorará, pero la presión de la gente en los bordes de los Estados Unidos y de Europa seguirá presente. Si los países desarrollados nos andan imponiendo sus TLCs y el calentamiento global, nuestros estados deben defender políticas que le den más oportunidades a nuestra gente.

Hoy que la globalización está en retroceso por el feroz ataque de Trump, dos cosas vale la pena replantear. La primera es recuperar la soberanía, la capacidad de cada país de decidir sus destinos y proteger a sus ciudadanos. La segunda, es girar hacia otra globalización, donde la democracia, los derechos humanos y el ambiente estén primero, y en esa nueva globalización deberá incluirse una nueva mirada, más justa y mejor regulada, de las migraciones. Hoy es un buen momento para comenzar, Estados Unidos está con un desempleo bajísimo mientras nuestra economía anda tambaleándose y reduciendo puestos de trabajo.