El desastre de la economía venezolana está fuera de toda duda. Es una catástrofe de proporciones. Es necesario señalar, además, que si bien el bloqueo económico ha causado serios daños y Venezuela ha sufrido la fuerte caída de precios del petróleo, la política económica de Nicolás Maduro es la principal responsable. No se puede, sin embargo, decir que eso se debe a que cualquier gobierno de izquierda genera crisis económicas, en especial porque otro gobierno bien de izquierda como el de Evo Morales en Bolivia, ha tenido un desempeño bastante bueno, superando en crecimiento al Perú en los últimos seis años seguidos. ¿Por qué uno ha sido tan malo y otro ha sido bastante bueno? Acá unas ideas de base, reconociendo que es necesario un análisis mucho más profundo al respecto.
VENEZUELA
Venezuela es un país que ha llevado al extremo, desde décadas atrás, el modelo primario-exportador. El 90 por ciento de sus exportaciones son petróleo o derivados del petróleo, y tiene un enorme valor en el subsuelo – aunque buena parte de éste debiera quedarse ahí si queremos frenar el calentamiento global. Entre el año 2000 y el 2013, digamos el auge del chavismo, Venezuela tenía casi la mitad de sus ingresos fiscales provenientes del petróleo, los que superaban el 10 por ciento del PBI. Para que los lectores se hagan una idea, en esos años cuando en el Perú vivíamos un auge similar por precios de los metales, nuestras exportaciones de petróleo y minería juntas no llegaban al 65 por ciento del total exportado y generaron un 2 a 3 por ciento del PBI de ingresos fiscales. En resumen, Venezuela ha sido y sigue siendo un país extremadamente dependiente del petróleo.
El 2015 el precio internacional del petróleo cayó a la mitad. Para Venezuela esto significó una pérdida de ingresos fiscales de 5 por ciento del PBI, una caída muy fuerte. En ese momento salió a luz un problema central de la política económica de la “revolución bolivariana”: no guardaron suficiente “pan para mayo”, es decir, no acumularon reservas monetarias y fiscales suficientes para enfrentar este shock. En la época de “vacas gordas” no se prepararon para el riesgo de que hubiera años de “vacas flacas”. Sin reservas suficientes, rápidamente perdieron toda capacidad de amortiguar el shock externo, el que terminó en una estratosférica disparada del dólar y un brutal recorte de las importaciones, mecanismos principales para que se desatara la hiperinflación y la carestía actuales. Algo similar vivimos con Alan García
en el Perú de los 80: cuando las reservas internacionales se agotaron, vino la hiperinflación y una caída de 25% del PBI.
La crisis económica hace patente que ni Chávez ni Maduro tuvieron ninguna propuesta seria para diversificar la economía venezolana. La hiperdependencia petrolera siguió siendo la orientación principal. No hicieron nada sensato para tener algo distinto a esas gallinas de huevos de oro que era su producción petrolera. Por el contrario, varias de sus medidas en los primeros años, con un tipo de cambio bajo e importaciones masivas baratas, sofocaron la agricultura y la producción en diversas industrias. Un sistema muy ineficiente de tipos de cambio múltiple y controles de precios, adicionales a estatizaciones asumidas por un estado ineficiente y muy poco transparente, agravaron las cosas.
Para agravar la situación, un pésimo manejo de PDVSA ha hecho que la producción petrolera de Venezuela haya caído de cerca de 2,5 millones de barriles diario en 2010-2015, a 2 millones el 2017 y menos de 1,5 millones el 2018. Es como si alguien que vive de la gallina de los huevos de oro, deja de cuidar a la gallina, un absurdo completo. Con el agravante de que sus reservas petroleras siguen siendo enormes, de tal manera que la caída de la producción no es porque falte petróleo, es porque han descuidado totalmente su explotación.
Para quienes creemos que es indispensable una mejor distribución de la riqueza y una ampliación de derechos básicos como la educación y la salud, esta triste realidad de la economía venezolana debe llevarnos a reafirmar algunos principios en el manejo económico. El primero es que continuar con una economía dependiente de las materias primas es mantener el riesgo de que un shock externo arrase con cualquier avance social que se pudiera haber logrado, de la misma manera que un huaico trae por tierras los pueblos a su paso. El segundo es que, siendo difícil y lento un cambio estructural que diversifique la producción, hay que ser sumamente cuidadoso en resguardar reservas suficientes para enfrentar posibles temporales. El tercero es que si una política neoliberal que confíe todo al “libre mercado” ha mostrado que trae grandes problemas de inequidad, falta de derechos, sostenibilidad ambiental y avance tecnológico, por otro lado una política de intervencionismo “a la bruta” puede ser también sumamente perniciosa.
BOLIVIA
El caso de Bolivia es muy distinto en sus resultados, aunque partiendo de una estructura similar, ya que sus exportaciones son también básicamente primarias, aunque más diversas que las venezolanas (gas y petróleo, oro, zinc, soya).
Primero veamos los resultados: los últimos seis años consecutivos, desde el 2013 (inclusive) hasta el 2018, el crecimiento económico de Bolivia ha sido mayor que el del Perú, todos y cada uno de esos años. El año pasado Bolivia creció 4,5 por ciento y el Perú ni con una oportunísima corrección de datos hacia atrás del INEI logró llegar al 4 por ciento (casi casi). En los seis años pasados, Bolivia ha acumulado 10 puntos de crecimiento económico más que el Perú, 34 por ciento ellos frente a 24 por ciento nosotros, según datos del Banco Mundial y del FMI.
Según el último reporte del FMI de la economía boliviana, la inflación es de menos de 2 por ciento anual. Sus reservas de gas siguen siendo mayores a las de 5 años atrás, en más de 10 trillones de pies cúbicos – TCF (el Perú tiene 16 pero las políticas no nos ayudan a salir del hoyo). Su inversión pública es de cerca de 14% del PBI en 2013-2017 (en Perú era 5% del PBI y ahora apenas 4%). El sistema bancario boliviano es sólido, y según el FMI “los fondos de pensiones juegan un rol importante en el sector bancario al tener depósitos de largo plazo y bonos subordinados”. El FMI considera que el 2019 Bolivia crecerá otra vez encima de 4 por ciento, empujada por la agricultura en base a proyectos de etanol.
El sustento económico de la propuesta de Evo Morales ha sido la nacionalización del gas y la aplicación de nuevas reglas que permiten que el estado boliviano se quede con la mayor parte del valor de sus recursos naturales. Pasó de recibir menos de 3 por ciento del PBI en ingresos fiscales por el gas y petróleo, a recibir más del 10 por ciento. Es una enorme diferencia. A pesar de ello, los ingresos fiscales provenientes de los hidrocarburos fueron un tercio del total en Bolivia, proporción parecida a la existente en México, frente a 40 por ciento en Venezuela. Pero el gobierno de Evo no ha descuidado otros sectores como la agricultura de exportación; sus exportaciones totales se triplicaron en los primeros 8 años de gobierno.
Según el FMI “el gobierno fue eficaz en gestionar la economía usando las rentas del gas para promover el progreso socioeconómico. Políticas macroeconómicas prudentes durante el boom de materias primas ayudó a acumular ahorros, promover el crecimiento y la reducción de la pobreza. Después del 2014 el gobierno ha aplicado políticas anti-cíclicas para sostener la demanda y contener el impacto adverso del shock de menores precios internacionales del gas” (traducción propia). Añade que “entre el 2006 y el 2017 el gasto social aumentó en 10 por ciento anual, con transferencias a adultos mayores, mujeres y niños llegando a más de la mitad de la población. El acceso a agua potable, electricidad, educación y servicios de salud ha aumentado enormemente”.
Bolivia también ha realizado algunas estatizaciones pero limitadas a servicios básicos como agua potable, electricidad, transporte y telecomunicaciones y no ha aplicado ni controles de precios ni tipos de cambio múltiples. Hasta el momento, parece que se trata de un intervencionismo más sensato.
Esto no quiere decir que la economía boliviana no tenga riesgos importantes. Todo lo contrario. Los últimos años esa aplicación de políticas fiscales anticíclicas les ha permitido mantener crecimiento, pero los déficits fiscales continuados van llegando a su límite. Las exportaciones no se han diversificado, Bolivia tiene muy poco desarrollo industrial y el mantener un tipo de cambio real bajo los últimos años no está ayudando en ese sentido. Están apostando a la explotación de litio, un metal de demanda creciente, en asociación con empresas alemanas y chinas, pero lo cierto es que todavía hay mucha incertidumbre al respecto.
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