El escenario internacional ha cambiado hacia uno marcado por el conflicto entre Estados Unidos y China. A pesar de que Donald Trump es un tipo impulsivo, impredecible e irrazonable, no se trata de una política meramente marcada por su personalidad. La pelea de fondo es por la punta tecnológica, la misma que definiría la supremacía económica y político-militar. Esa es la razón por la cual el “establishment” económico-financiero gringo insiste en que el centro de la disputa es lo que ellos consideran el robo de parte de China de la tecnología estadounidense. No es tampoco casualidad el conflicto alrededor de Huawei, llegando a encarcelar a su gerente financiera e hija del propietario de la empresa y a presionar a otros países para que declaren que los equipos Huawei ponen en peligro la seguridad nacional porque permiten el ciberespionaje, algo que ni Alemania ni Inglaterra han aceptado por falta de pruebas.

Se trata de una lucha por la hegemonía mundial. Caído el muro de Berlín y la Unión Soviética,  las últimas tres décadas se han caracterizado por la pax americana, una hegemonía de los Estados Unidos que intentó ordenar el mundo mediante organismos como el FMI y la OMC (y con guerras en el oriente medio sin demasiado éxito). Una impresionante alza económica y tecnológica de China ha puesto en cuestión este mundo unipolar. El PBI de China ya sobrepasó al de Estados Unidos, y aunque en términos de PBI per cápita todavía están muy atrás (no olvidar que la población china cuadruplica la de los EEUU), su avance en energías renovables, carros eléctricos y tecnologías de la información es notable. EEUU quiere bloquear a Huawei porque esta empresa disputa la frontera actual en tecnologías de información y comunicaciones 5G. Frente a esto, el conglomerado económico-financiero-militar dominante en los EEUU considera que es mejor actuar preventivamente, a pesar de que la entrada de China en el tablero político mundial no ha sido agresiva sino cautelosa, cambiando 25 años de la política internacional resumida en la frase “Oculta tu fuerza, espera tu tiempo” establecida por Deng Xiaoping.

EL PERÚ EN UN MUNDO NUEVAMENTE BIPOLAR

Es muy difícil predecir si en esta carrera tecnológica y económica, sostenida por sus aparatos estatales, China seguiría acortando distancias y terminará desplazando a los EEUU. Mucha tinta ha corrido los últimos años en las editoriales norteamericanas al respecto. Algunos consideran que Xi Jinping ha girado a una mayor estatización de su economía y que esa política frenará su avance. Sin embargo, tampoco es cierto que las grandes corporaciones gringas operen sin respaldo estatal sino todo lo contrario; por ejemplo el internet, los smartphones y los avances farmacéuticos se basan todos en  investigaciones financiadas por el estado. Por otro lado, la reciente crisis en Boeing por la caída de dos aviones 737 Max muestra las debilidades de sus mega-empresas de alto nivel tecnológico. En cuanto a sus sistemas políticos, el mismo hecho de que Trump sea presidente es clara muestra de lo jodido que están los gringos, pero China ahora suma a su consabida falta de derechos ciudadanos el que Xi Jinping puede ser reelegido indefinidamente.

Lo más probable es que por varias décadas vivamos una nueva bipolaridad (como durante la guerra fría de EEUU vs la Unión Soviética entre 1950 y 1990), estando por definirse cuál será la relación entre las dos potencias dominantes. Seamos claros en señalar que ninguna de ambas potencias ha dejado ni dejará de ser imperialista. Desde que surgió como potencia mundial, los EEUU dejaron de ser “defensores de la democracia”, mantuvieron a Filipinas más de cuarenta años como colonia e invadieron decenas de veces países centroamericanos y caribeños, incluyendo la invasión a Cuba de Bahía de Cochinos donde fueron derrotados. Luego de eso, en 1973 la CIA y Kissinger estuvieron detrás del golpe de Pinochet contra Salvador Allende. Contradiciendo la teoría de inicios de este milenio de que en América Latina no habría más golpes de estado porque los EEUU ahora eran demócratas, hemos visto Washington respaldando golpes de estado en Paraguay, Honduras y Haití los últimos años.

No nos hagamos, sin embargo, ninguna ilusión respecto de China. En el Perú y en América Latina, y también en Africa, está clarísimo que busca acceso a minerales y otros recursos naturales sin ninguna consideración por el ambiente, los derechos humanos o la democracia. En nuestro país tenemos las experiencias de Shougang en Marcona y de MMG en Las Bambas. Las inversiones chinas tienden a profundizar el modelo primario-exportador, llevándose nuestras materias primas lo más barato posible sin reconocer derechos sociales o ambientales, al mismo tiempo que nos inundan con ropa y productos baratos que destrozan nuestra precaria industria.

Para un país pequeño y dependiente como el Perú, un mundo bipolar nos permite sacar alguna ventaja de la competencia entre los dos. Es lo que hizo el gobierno de Velasco, que no tenía ninguna simpatía ideológica por el comunismo pero abrió relaciones con la Unión Soviética y negoció con ellos desde la compra de tanques hasta ayuda para la pesca. Esto, que parece obvio no lo entiende el gobierno de Vizcarra.

DISTINTAS CIVILIZACIONES

A diferencia de oportunidades anteriores, esta disputa por la hegemonía mundial involucra dos civilizaciones distintas. Desde que se inicia la historia de la economía-mundo hemos pasado del predominio español/portugués en los siglos XVI y XVII al predominio inglés en el siglo XIX y luego la hegemonía de los EEUU. Así, la hegemonía siempre ha reposado en estados basados en la civilización “occidental y cristiana”. Es más, desde hace más de 200 años que la hegemonía está en manos del mundo anglo-sajón, uno de cuyos resultados es que el inglés sea la “lingua franca” mundial. Cuando luego de la II Guerra Mundial negociaron en Bretton Woods las bases del nuevo orden económico-financiero internacional, el norteamericano Harry White y el inglés John Maynard Keynes no tenían ninguna dificultad de comunicarse puesto que ambos hablaban el mismo idioma de nacimiento.

Hay mucho por discutir respecto del significado de este “choque de civilizaciones”, término que tomo prestado del célebre libro de Samuel Huntington de hace dos y media décadas atrás. Hoy el conflicto es de estados que representan culturas distintas con orígenes que se remontan varios milenios en el pasado y que marcan fuertemente dos estructuras sociales y formas de pensar muy diferentes.

Asuntos que parecen claves en estas diferencias culturales son el entendimiento de las relaciones entre los individuos y el estado, así como de las relaciones entre padres e hijos y el de la equidad de género. Las implicancias son enormes. Por ejemplo, mientras en occidente nos resistimos a que puedan fácilmente apropiarse de nuestros datos personales por un asunto de derecho a nuestra privacidad (lo que está llevando a que Europa regule a Facebook y Google), en China esa postura tiende a verse como sospechosa y propia de quien por razones ilícitas quiere esconderse del bien público representado por el estado.

Por otro lado, el que en este choque de civilizaciones se ponga en cuestión el “poder blanco” tiene un fuerte contenido simbólico en países como el Perú. Ha sido la visión de una supuesta superioridad de la civilización occidental la que ha sustentado un racismo histórico, con destacados pensadores nacionales y gobiernos del siglo pasado planteando que el problema nacional se resolvía “mejorando la raza” con inmigrantes europeos. Este pensamiento racista consideraba como parte de las razas “inferiores”, junto a los indios latinoamericanos y los negros africanos, a los “amarillos” del Asia, y así los trataron cuando trajeron coolíes chinos en condiciones de semi-esclavitud. El que ese “poder blanco” esté puesto en cuestión por la disputa mundial por la hegemonía puede tener enorme fuerza simbólica en países como el nuestro. Cómo esta historia se desenvuelva es una de las grandes interrogantes sobre lo que nos espera las próximas décadas.