Terminando el año es tiempo de evaluaciones y el panorama es incierto, lleno de riesgos y hasta sombrío, en el mundo y en el Perú. El demagogo Boris Johnson gana las elecciones en la democracia más antigua del planeta. Donald Trump comprometió la política exterior sólo para desacreditar a su rival pero será blindado en el senado y puede hasta ser reelecto. El mundo financiero aplaude porque este tipejo ha llegado a un acuerdo con el dictador chino Xi Jinping. Mientras el mundo va directo a una verdadera catástrofe ambiental Trump tuitea contra Greta, la adolescente valiente que lucha por el planeta, a él no le importa que se joda el mundo si mantiene sus millones.

América Latina está que arde. Mientras en Chile el pueblo masivamente insiste en que se largue Piñeira de una buena vez, en Bolivia donde la población es mayoritariamente indígena andina un gobierno golpista prohíbe que sus funcionarias usen polleras. Bolsonaro arrasa con la amazonia a toda velocidad y Lula sale libre luego de revelarse audios donde el juez que lo condenó hacía arreglos políticos con ese fin. El gobierno de la ultraderecha colombiana es repudiado en las calles. Argentina repudia a Macri e inicia un nuevo giro a la izquierda mientras en Uruguay la izquierda pierde las elecciones por un pelo. Mientras los pueblos latinoamericanos se agitan, los Estados Unidos de Trump abiertamente anuncian su escalada intervencionista.

Hay muchas agendas mezcladas y entrecruzadas. Gran desorden. Las luchas contra la desigualdad, contra los billonarios tramposos, a favor de los trabajadores y el pueblo. Los conflictos en torno a los migrantes y los sentidos de la globalización. La democracia bajo asalto por demagogos. Miles de mujeres peleando por equidad y siendo enfrentadas agresivamente por machitos asustados. Nuevas olas religiosas aparecen como portaestandartes del conservadurismo, como recordando a los cristeros del México del siglo XIX o la revolución de los Canudos en Brasil. Redes sociales que van pasando de descontroladas y violentas a manipuladas de manera encubierta mientras se empieza a discutir como regular su aprovechamiento de nuestros datos privados. 

Una gran confusión parece prevalecer. A río revuelto, ganancia de pescadores, que como siempre son los billonarios dueños de monopolios, que aprovechan la resistencia al feminismo para que demagogos con discursos estafadores faciliten sus robos y latrocinios, como Donald Trump y Rosa María Bartra. Mientras se mantiene entre algunos intelectuales un discurso optimista de los indicadores económicos y sociales de progreso, la humanidad no parece sentirlo así. Me trae a la mente algunos momentos de la historia en los que se cayó de las alturas del optimismo a pozos profundos de muerte y sufrimiento para millones, como la Europa del año 1914, el mundo en 1930 y el Perú de los 1980s. Las crisis políticas existen y, casi siempre, sorprenden.

En el Perú se acercan unas elecciones que no atraen a la ciudadanía. Todo puede suceder. Las aguas están muy movidas. Hay que mirar desde más lejos y desde más abajo para encontrar norte y esperanza. Hay que pensar en décadas, no en años, y mirar no solo las alturas de la política sino las tramas sociales donde lo individual se mezcla con lo público.

UNA HISTORIA

Intento una mirada de largo plazo a través de una historia particular que conozco. Empieza 45 años atrás, en un colegio de monjas de La Victoria, cerca del Parque Cánepa. Llega al tercero de primaria una niña que ya casi ha perdido totalmente la vista, apenas ve sombras y eso le durará poco:  se llama Esperanza y está ahí porque han cerrado el colegio para ciegos. Para ayudar a la invidente, las profesoras deciden que las demás alumnas se turnen para acompañarla durante el recreo en el patio. En su primer turno, la chica ciega se estrella contra un poste y termina con un chichón gigante.

¿Cómo hace educación física una niña ciega? Corriendo amarrada, un poco suelta, a su amiga que si puede ver. ¿Cómo aprendía matemáticas en un tiempo sin computadoras personales ni internet que convierta en audio? Con una caja de 10 x 10 donde se van acomodando cubos con puntos en relieve para representar números. ¿Cómo sabe si sus amigas son altas o bajas, blancas o mestizas, chinas o cholas? Preguntando y preguntando, haciendo que sus amigas se adiestren en observar y describir. ¿Cómo responde los exámenes? Tiene que usar una máquina de escribir lo que, como ella cuenta, era muy difícil porque no podía leer lo que escribía y tenía que concentrarse muchísimo para no repetir las palabras; en muchas ocasiones las profesoras se quejaron por el ruido de la máquina.

Cuarenticinco años después, tiene título de educadora y es invitada a dar unas charlas de capacitación a Celendín, a un par de horas en carro de Cajamarca. Para muchos de nosotros, es cuestión de tomar el avión, ir al paradero, tomar el carro, ir a un hotel. Nada es así de fácil para una persona ciega. Pero ahí llegó Esperanza, dando una mano a los maestros de esa provincia alejada.

Diría que es casi imposible “ponerse en los zapatos” de una persona que no puede ver. Difícil imaginarse todo lo que habrá costado, cuando no había programas ni políticas públicas para personas con discapacidad, cuando una persona invidente solo podía acceder a muy pocos libros en braille o en audio, ingresar a San Marcos y estudiar una carrera universitaria con escasos medios económicos. Miles de barreras, de gente que no entiende ni empatiza, de traslados en micro con mucha indefensión, de momentos llenos de miedo y angustia.

Quizás lo más difícil para muchas personas con discapacidad que tienen una familia y un medio que les da apoyo, pienso, es lograr un equilibrio entre la necesidad de ayuda y la afirmación de su autonomía. Esperanza Villafuerte lo logró. Es profesional, se casó y se divorció, terminó una maestría, trabaja a tiempo completo en un puesto ganado por concurso público, sobrevive con un sueldo modesto, estudia una segunda carrera.

No sólo eso: Esperanza es activista por los derechos de las personas con discapacidad y en especial por las mujeres con discapacidad. Me encanta el nombre de su cuenta en tuiter: @40karatslady. Desde hace muchos años pone su esfuerzo en el cambio social. Ha participado por años en diversas organizaciones gremiales que defienden a este grupo social. Colaboró con varias comisiones oficiales, elaborando y mejorando propuestas. Sabe cómo nadie todas las leyes, decretos y planes públicos. Elaboró las cartillas de la ONPE para facilitar el voto de quienes sufren alguna discapacidad. Conoce todas las discusiones, los argumentos y las argucias. Ha estudiado todas las dificultades por las cuales muchas normas no se cumplen, dejando a un alto porcentaje de personas con discapacidad sin posibilidades de tener un empleo e impedidas de ir a edificios públicos, hasta hospitales, carentes de rampas que los hagan accesibles. Ahora su nuevo reto para continuar esta lucha es que postula al congreso con el número 10 en la lista de Juntos por el Perú.

En un momento como el actual, cuando la economía no crece ni genera empleos, la industria está parada y la salud carece de presupuesto, los congresistas ladrones se aferran a sus puestos y quieren volver, cuando Keiko está libre gracias por un señor Blume elegido con los votos fujimoristas y Chávarry sigue de fiscal supremo, cuando se puede decir en TV que 8 mil violaciones son pocas, cuando ni el presente ni el futuro se ven prometedores, vale la pena regresar a estas historias personales.

Porque ¿acaso para que Esperanza Villafuerte haya podido crecer y luchar tuvo como respaldo un país próspero y propicio? No! Tuvimos hiperinflación, derrumbe de la economía, terrorismo, San Marcos asediada por las balas, dictadura fujimorista, corrupción acendrada, captura del estado, desigualdad brutal, estado ausente e incapaz. Siempre los estudiantes con discapacidad enfrentaron grandes barreras y nunca se ha cumplido la ley para darles oportunidades de empleo. Si uno mira de lejos, Esperanza trae esperanza.  ¡ El pueblo no se rinde, carajo !

DESIGUALDADES

En medio de esta incertidumbre y confusión que predomina a nuestro alrededor, me guío por dos ideas. La primera es de razón y marca mi ubicación: estoy siempre contra las desigualdades y en favor de los explotados, discriminados y abusados. Las personas con discapacidad son de los grupos que suelen olvidarse en esta ecuación.

La segunda idea a la que me aferro es de purita fe: la humanidad avanza. Con grandes desgracias, con millones de muertos, con tremendos retrocesos, con dictadores asesinos en el medio, pero avanza. Eppur su muove, como decía Galileo cuando encabezaba la lucha de la razón contra el oscurantismo de la iglesia conservadora. No siempre es fácil tener esta fe; consuela poco el movimiento de la historia cuando atisbamos delante de nosotros lo que puede ser un abismo. Luchas como las de Esperanza ayudan a mantener la fe.

Me viene a la mente Javier Diez Canseco, ese luchador incansable a pesar de su marcada cojera, honesto y valiente como el que más. En uno de sus últimos activismos promovió la campaña “Discapacidad no es Incapacidad”. Luchaba contra todas las desigualdades y contra ésta en particular, pero siempre evitando la victimización y pensando en el pueblo como protagonista de la historia. Seguimos luchando, Javier, con la esperanza de que la humanidad se abra paso a un futuro mejor.