La pandemia no está contenida. Los casos y las muertes de Covid-19 se reducen en algunas regiones pero aumentan en otras, e incluso hay diferencias entre provincias de la misma región. A nivel nacional, aún no estamos seguros si lo que las últimas semanas parece ser una meseta se mantendrá.  Es posible que el uso generalizado de mascarillas nos ayude y lleve a un lento declive de la enfermedad, diferenciándonos de lo que hoy pasa en Estados Unidos y otros países. Pero la negativa a dar mayor apoyo de bonos a una población empobrecida y el levantamiento de la cuarentena han llevado a una circulación masiva de gente que en paraderos y combis corre serio riesgo de contagio. El transporte público es ahora el lugar más crítico de nuestro país, donde estamos jugándonos un posible rebrote de fatales consecuencias. ¿Qué se puede hacer? ¿Cómo debemos cuidarnos y que podría hacer de manera urgente el gobierno?

CUIDARSE

Hay dos medidas esenciales que debemos tomar para reducir el riesgo de contagiarnos al transportarnos. La primera es obvia: reducir los traslados al mínimo. Todo lo que requiera viajes y no sea urgente o de suma importancia, mejor postergarlo hasta nuevo aviso. En la medida que podamos trabajar desde casa, el llamado teletrabajo, mejor. Toda chamba que pueda ser hecha así debe alentarse y promoverse; las empresas y entidades públicas deben invertir en equipos y software que lo permitan y faciliten. Los empresarios deben ser conscientes de que trabajar de esta manera cuida la salud de sus trabajadores, colabora con la sociedad y los va poniendo en mejor pie competitivo para los siguientes años. En el estado, desde luego, es un despropósito mayúsculo, que la opinión pública debiera castigar severamente, obligar innecesariamente a que los trabajadores viajen, como con estas payasadas de “sesiones descentralizadas” bamba del congreso.

Yo hago mis clases desde la sala de mi casa (no tengo un sitio mejor), conectado desde mi laptop a este nuevo sistema de reuniones virtuales llamado Zoom. No es fácil adaptarse pero es un esfuerzo que vale la pena hacerla porque, además, nos dará réditos mucho más allá de este año, durante décadas. Personalmente estoy por hacer algunas inversiones en nuevos equipos que mejoren mi trabajo. El gobierno debe dotar a profesores y funcionarios públicos de equipos, laptops y conexiones de internet, y promover todo lo posible el teletrabajo. Pero hay muchas otras cosas que pueden hacerse desde casa hoy, desde un comercio electrónico que se ha multiplicado, hasta espectáculos y creaciones artísticas en vivo, preparación de salsas, mermeladas y comidas en la cocina de casa, artesanías y obras de arte, etcétera.

La segunda medida para evitar subirse a un microbús es usar otros medios de transporte: ir a pie, en monopatín, escúter, bicicleta o, si es ya demasiado lejos, moto. Lo más contaminante y que ocupa más espacio en las calles es el carro, así que trato de reducir su uso al mínimo. Salvo que las distancias sean demasiado grandes, voy a pie o en bicicleta, que es lo más saludable y lo mejor para reducir la congestión y la contaminación. En cuanto al Covid-19, es muy seguro, usando la mascarilla y manteniendo la distancia, algo que se hace casi naturalmente yendo en bici. El gran tema es el riesgo en las ciudades debido al tráfico y mal manejo, por eso es urgente que se hagan ciclovías por toda la ciudad, en estos meses aunque sea de manera temporal separando espacios con conos.

SUBIENDO AL BUS

Lamentablemente, para muchas personas ninguna de esas soluciones es viable. Menos del uno por ciento de los viajes de transporte urbano en el Perú se hacen en bicicleta,. Esta cifra puede aumentar bastante pero en muchos casos las distancias para ir al trabajo o visitar un familiar son demasiado grandes. Incluso para ir de compras, la bicicleta tiene sus limitaciones en cuanto a la carga que se puede llevar, lo digo por experiencia (me falta comprarme parrilla, caja y alforjas). Como se necesita un transporte motorizado y comprar un auto para muchos está fuera de su alcance, la mayoría tiene que andar en ómnibus.

El problema es que nuestro sistema de transporte, privatizado y desregulado desde la reestructuración neoliberal decretada por Fujimori, reforzado en Lima por las tres gestiones de Castañeda, es un desastre mayúsculo. Desordenado, lento, congestionado, ha convertido las calles en escenario de la “guerra del centavo” que genera accidentes por centenares. Los buses, ´coasters´ y microbuses son una apretujadera, espacio privilegiado para que una serie de machitos pendejos acosen sexualmente a las mujeres. Ahora estos buses y micros son el mejor sitio para que el Covid-19 se reproduzca, ya que el virus se trasmite con facilidad en espacios cerrados pequeños que tienen mucha gente dentro durante un largo rato (la misma razón por la cual los restaurantes son otro espacio en el que hay que tener muchísimo cuidado). Nos hemos mal acostumbrado a un sistema de transporte público que está, honestamente, entre los peores del planeta, muchísimo peor que el de cualquier país vecino. El enorme tiempo perdido y el nivel de maltrato al que son sometidos los limeños no se vive en Santiago, Quito, La Paz, Bogotá, Buenos Aires o Sao Paulo, ni de lejos, y eso que ellos tampoco tienen sistemas de transporte como los europeos.

Al inicio de la cuarentena, en marzo, el gobierno estableció que en el transporte público nadie podía ir parado y sólo podía usarse la mitad de los asientos, estableciendo un distanciamiento social. Pero eso se ha relajado y ahora se permite el uso de todos los asientos. El problema de base es que, con la circulación de gente ampliada, no había forma de que la flota de buses y micros actual cubriera a toda la demanda de transporte usando sólo la mitad de los asientos. Incluso es probable que en unas semanas, cuando haya aún más movimiento, ni siquiera usando todos los asientos pero impidiendo que haya pasajeros parados se pueda cubrir la demanda. Desde luego, a más pasajeros y más congestión, aumentan exponencialmente las probabilidades de contagio; algo se podría ganar si se abren las ventanas porque el flujo de aire se lleva los virus al exterior. Si se suben a un bus o micro, háganse un favor y lleven una buena mascarilla bien ajustada, protectores faciales con su mica transparente adelante, vayan abrigados y pidan que abran las ventanas: no es por ser dramático pero su vida está en juego.

Algo más se puede ganar si se amplían los corredores exclusivos para buses, lo que permite que vayan más rápido, reduciendo el tiempo de exposición de los pasajeros y permitiendo un flujo de aire mayor.

ENTRE LO ESTRUCTURAL Y LAS NECESIDADES DEL MOMENTO

El tema de fondo, desde luego, es similar a lo sucedido con la salud: décadas de mínima inversión pública y predominio del “libre mercado” nos están pasando la factura, y se hace más urgente que nunca una verdadera reforma del transporte con fuerte participación estatal. Que no se arañe nadie por considerar que un sistema predominantemente privado no es eficiente; como sucede en cualquier metrópoli, en Lima ya tenemos un Metro y un Metropolitano subsidiados.  Ahora tenemos que ampliar y mejorar un sistema de transporte público que realmente sea eso, público en el sentido de estar pensado en servir a la comunidad y regulado y financiado en consonancia.

Pero no se puede lograr ese objetivo en un corto plazo, y nuestro transporte urbano YA es el principal foco de contagio del Covid-19. No se trata, por cierto, de algo desconocido para la salud pública: hace ya bastantes años que se maneja la hipótesis de que en esos micros congestionados contagia la tuberculosis, igualmente trasmitida por pequeñas partículas en el aire emitidas por los enfermos al toser.

Las posibles medidas adicionales quedan todas fuera del ámbito del sector transporte o del sector salud. Corresponden a la economía y la producción: para evitar que por obligaciones de trabajo la gente se aglomere en el transporte urbano se puede paralizar temporalmente algunos sectores productivos u obligar a algunas empresas e instituciones a atender en horarios diferenciados, comenzando labores muy temprano o hasta muy tarde. Medidas antipáticas, incómodas y con sus costos. El problema es que, hasta donde alcanza mi análisis, no hay otras que puedan ser efectivas.

Las decisiones son difíciles y pueden volverse más difíciles. En lo que no cabe duda es que hay que poner ahora todo el empeño en modificar al máximo posible nuestro transporte para enfrentar los nuevos riesgos traídos por el coronavirus; si queremos sobrevivir no podemos seguir como antes.