La curva de contagios, hospitalizados y fallecidos por Covid-19 sigue cayendo rápidamente a nivel nacional y en la enorme mayoría de regiones, incluyendo el sur que sigue en cuarentena, lo que ya no paree tener mucho sentido. Como escribimos hace un par de semanas, la pregunta crítica es si esto se debe a la estrategia gubernamental, cosa que me parece dudosa, o si estamos llegando a la “inmunidad de rebaño” con una alta proporción de la población que ya ha tenido la enfermedad, la mayoría sin síntomas o de manera leve, debido a lo cual nuestros cuerpos ya desarrollaron inmunidad frente a este virus.

Un reciente artículo en una prestigiosa revista internacional de salud pública, el New England Journal of Medicine, resalta varios estudios señalando que el uso generalizado de mascarillas permite que más gente tenga solo una versión suave de la enfermedad, con 80% y hasta el 95% de casos asintomáticos. Esperamos con ansias el resultado de la prueba que está desarrollando el Ministerio de Salud para saber con precisión qué porcentaje de la población peruana tiene esta respuesta autoinmune, pero algunos datos preliminares que me han llegado indican que esta sería muy alta. El costo viene siendo elevadísimo con más de 70 mil muertos y decenas de miles con secuelas severas en diversos órganos afectados.

No es tiempo de cantar victoria ni mucho menos de bajar la guardia. Sospecho que, aún cuando gran parte de los peruanos pueden tener esta inmunidad adquirida, quedan grandes bolsones donde eso no ha sucedido. Posiblemente hay distritos o provincias donde no hay inmunidad de rebaño, y lo mismo sucede con grupos vulnerables que han estado aislados durante todo este tiempo, situaciones ambas que llaman a tener mucho cuidado.

La experiencia europea, que en estos momentos enfrenta una segunda ola, así como diversos estudios en China y Corea del Sur, indican que el contagio es fuerte en espacios cerrados como restaurantes y bares, aviones y buses, y en eventos masivos como fiestas, iglesias y conciertos donde además se canta o habla fuerte. En estos casos además los afectados pueden recibir una carga viral fuerte que eleva la probabilidad de que se conviertan casos graves. Estas actividades aun no deben reanudarse; si el gobierno comete la torpeza de permitirlo, por favor no vayan, no se arriesguen y a sus familias.

ECONOMIA INCIERTA

En el terreno económico hay también mucha confusión e incertidumbre. Los últimos datos procesados por Bruno Seminario, profesor de la Universidad del Pacífico, y algunos colegas, muestran una recuperación rápida de varios indicadores claves como los consumos de electricidad y de cemento, aunque por otro lado las ventas internas y la inversión aún están muy afectadas, así como el empleo y los salarios. Mientras el BCR pronostica que el cuarto trimestre de este año todavía el PBI estaría 7 por ciento debajo del año pasado, Bruno Seminario proyecta una caída de solo 2 por ciento.

Para los meses siguientes hay dos factores críticos que jalan la economía hacia abajo y dificultan su recuperación. La primera es la caída del turismo, un problema de origen externo que tiene fuertes efectos sobre el empleo. El segundo es la caída de la demanda interna: la aguda escasez de puestos de trabajo, sumada al aprovechamiento de muchos empresarios para reducir salarios y a que las familias se han gastado sus ahorros en la emergencia y sienten mucho temor, mantienen el consumo reducido. En esas condiciones, tampoco la inversión privada orientada al mercado interno, que es la mayoría a contrapelo de la propaganda pro-minera, va a regresar: para qué invertir si las ventas no se recuperan del todo y si las maquinarias e instalaciones ya establecidas no están produciendo todo lo que podrían.

LA ESTRATEGIA NEOLIBERAL

La estrategia neoliberal, en la que coinciden el gobierno, el MEF y la Confiep, es dejar que el mercado se arregle solo, lo que equivale a que los grandes conglomerados hagan lo que les dé la gana, debiendo los peruanos confiar en que ellos arrastrarán hacia delante la economía nacional. Su gran apuesta es nuevamente la minería, pensando que la extrema necesidad en que nos encontramos puede obligar a pueblos internos y a toda la nación a aceptar proyectos nefastos para el medio ambiente (en la mirada de la derecha pro-minera, con su dosis de palo y bala si es necesario). Por ahí deslizan la idea de que de la minería depende los ingresos fiscales necesarios para sostener el estado, cuando la estadística real muestra que ese sector apenas aporta la décima parte de lo que exportan, y cuando minera Yanacocha aún debe 2 mil millones de soles a la SUNAT.

Esta estrategia quiere repetir el mismo modelo de las últimas tres décadas, el que nos llevó a donde estábamos a inicios de este año: bajo crecimiento, poco empleo, alta informalidad, escaso desarrollo tecnológico, evasión y exoneraciones tributarias, paupérrima salud pública. En suma: enorme desigualdad, a pesar de que millones de trabajadores, mujeres, jóvenes y familias peruanas, en las ciudades y en el campo, se sacan la mugre diariamente para progresar, empujando su micronegocio y mejorando sus capacidades pero navegado con viento en contra gracias a la falta de empleo, a un mercado monopolizado y un estado que los discrimina. El modelo primario-exportador prioriza la explotación por grandes empresas de materias primas como los metales, el petróleo y gas, la pesca y la madera, sectores que tienen altos costos ambientales, no emplean ni al 2 por ciento de la población económicamente activa y concentra las ganancias y el poder económico, que luego se expresa en influencias políticas indebidas ¿recuerdan la bolsa de 2 millones de dólares de los grandazos de la Confiep para la campaña de Keiko, revelada por Jorge Barata de Odebrecht?

Pero saliendo (¡ojalá!) del Covid, si se aplica la misma política neoliberal ni siquiera podríamos regresar a donde estábamos, por las dos razones mencionadas: el turismo demorará mucho en regresar y la demanda interna sin un empuje no se recupera solita.

NECESITAMOS AUMENTAR LA DEMANDA

Que la demanda juega un rol clave en el crecimiento en tiempos de recesión y que por eso, en este momento los países deben aplicar políticas fiscales y monetarias orientadas a levantar la demanda, es hoy un consenso internacional. Esta política, preconizada originalmente hace 90 años por John Maynard Keynes, hoy es abrazada por el FMI y todos los organismos internacionales de economía y de desarrollo, por medios liberales como el Financial Times y The Economist, aplicada por los gobiernos ultraderechistas de Donald Trump y Boris Johnson, así como por gobiernos de centro y progresistas y el recientemente lanzado Consenso Latinoamericano.

En el Perú, hasta el MEF y el BCR hablan en ese sentido. Pero la ministra de economía y finanzas habla una cosa y hace otra, desde la forma como demoró el Bono Universal y ha impedido que haya más pagos de éste, y como se puede apreciar en el Presupuesto presentado para el 2021. Su política se resume en esta frase del Marco Macroeconómico Multianual que sustenta el presupuesto: “el gasto no financiero del Gobierno General disminuirá 1,6% real en 2021”. Es decir, habrá una disminución del presupuesto. Además, esa caída del 1,6 por ciento real, con toda seguridad será mayor porque es muy poco probable que se cumpla el estimado del MEF de que el próximo año, con elecciones y cambio de gobierno, habrá un aumento de la inversión pública del 22 por ciento y “alcanzará su avance más alto de los últimos siete años”. Eso mismo nos promete el MEF todos los años, pero con la política planteada en el presupuesto sería imposible de lograr en la coyuntura política que se viene, ya que insisten en concentrar la inversión pública en el gobierno central, debilitado por la crisis y en cambio de posta, en vez de darle impulso real a la inversión descentralizada en las regiones, provincias y distritos.

Lo peor es que hay voces que piden que se reduzca el gasto público, algo insólito en medio de una recesión donde lo que más falta es demanda. Quienes, a diferencia de lo que hoy hacen todos los países desarrollados y recomienda hasta el FMI, consideran que el déficit fiscal sería un problema, debieran proponer que de una vez se establezca el impuesto a las grandes fortunas, se prohíba a los grandes grupos financieros usar paraísos fiscales para eludir impuestos, se cobren las deudas tributarias y se cobre impuestos justos a la gran minería que hoy feliz con el cobre encima de los 3 dólares de la libra ha vuelto a hacer super ganancias.  Ninguna de las medidas tributarias anteriores le restaría a la demanda interna, y podrían ser el inicio de un estado con mayor fuerza redistributiva, algo muy necesario cuando el empobrecimiento y la desigualdad se han agravado.

Levantar la demanda interna es fundamental para iniciar una nueva forma de crecimiento económico, en la que tenga prioridad las pequeñas empresas y el agro, la industria, los servicios de mayor valor agregado y el cambio tecnológico. Lo que ha pasado los últimos con los productores de papa, por ejemplo, es ilustrativo: debido a la falta de demanda el precio en el mercado mayorista de Lima cayó de 1 sol 50 el kilo a apenas 50 céntimos, la tercera parte, razón por la cual en algunos distritos de Andahuaylas ni valía la pena sacar la papa de bajo tierra. ¿Cómo van a mejorar su economía y reducirse la pobreza en esas condiciones? El mismo problema tienen los miles que en las ciudades han salido a vender diversos productos y servicios, muchos con gran empeño, nuevas ideas y uso de tecnologías, pero enfrentados a un mercado recesado donde vender es recontra difícil. Ojalá algo tan simple y conocido en la macroeconomía como una política de aumento de la demanda logre entenderse noventa años luego de su formulación.