Hace tres semanas escribí acerca de la fuerte caída en el ritmo de contagios, hospitalizaciones y muertes por Covid. Discutía si lo que ha causado este dramático cambio en la epidemia es la llamada “inmunidad de rebaño”, que surge cuando ya la mayoría hemos tenido la infección y los sobrevivientes hemos desarrollado anticuerpos frente al virus. Esa hipótesis se hace cada vez más fuerte, lo que nos exige pensarla a fondo, con todos sus significados y consecuencias.

Los datos indican que las muertes por Covid, medidas por el Sinadef, han caído de seiscientos a cien al día. Un centenar de muertos diarios todavía es demasiado, pero la tendencia a la baja es rápida. La pregunta clave es: ¿por qué? No veo grandes cambios favorables de estrategia gubernamental o comportamiento ciudadano y la caída de los indicadores del Covid es previa a la campaña publicitaria del miedo. La hipótesis alternativa es que sea por inmunidad de rebaño. Hace 3 semanas, con 70 mil muertos, estimé que podríamos (ojo con el condicional) estar en más de 70 por ciento de peruanos que ya habían pasado por el Covid, la enorme mayoría sin síntomas o síntomas leves. Farid Matuk ha hecho un cálculo reciente, más detallado, estimando en 13 millones y medio el número de infectados mayores de 25 años, equivalente al 76 por ciento de esa población.

¿Con esos porcentajes ya llegaos a la inmunidad de rebaño? No se sabe con certeza, para este virus, con qué cantidad de contagiados se detendría la trasmisión de la enfermedad; pero en los estudios a nivel mundial 70 por ciento es una cifra alta y algunos dicen entre 25 y 50 por ciento. Los cálculos señalados para Perú se basan en modelos que son solo aproximaciones y pueden no ser precisos en este caso. Además, una cosa es un promedio nacional y otra, muy distinta, la posibilidad de que subsistan bolsones donde no se ha llegado a esa inmunidad de rebaño, quizás en distritos rurales alejados. La situación es todavía incierta.

CAMBIO DE JUEGO

Si hubiera inmunidad de rebaño, ese sería un game changer, un giro completo de nuestra situación. Marcaría un antes y un después, con muy amplias consecuencias. Al mismo tiempo, es algo difícil de considerar puesto que nos obliga a aceptar una nueva manera de pensar y un error tendría consecuencias catastróficas.

Una vez que el porcentaje de la población que ha desarrollado inmunidad es muy alto, simplemente el virus deja de trasmitirse. Pasa algo parecido con el sarampión en el Perú: la vacuna no tiene cobertura del cien por ciento sino ahora algo como 85 por ciento, pero no hay la enfermedad debido a que las oportunidades para que el virus circule son muy bajas. En ese caso, los que no tienen la vacuna están siendo protegidos por los vacunados, que establecen una especie de “escudo social” contra la enfermedad. Si frente al Covid ya llegamos a la inmunidad de rebaño, algo parecido ocurriría. De ser ese el caso, pasaría a ser muy poco probable que alguien que no ha tenido la enfermedad se contagie, incluyendo a los adultos mayores y la población en riesgo. Tal vez sólo los encuentros de mucha gente, prolongados, en espacios cerrados y con cantos, declamaciones o gritos, serían aún demasiado riesgosos.

Se me encoge el estómago cuando escribo esto. Durante meses he insistido en favor de medidas para evitar que el Covid se esparza tanto y cause tantas muertes. Ahora, casi nada de eso podría (insisto en resaltar el condicional) importar. ¿Cómo puedo decir algo absolutamente opuesto a lo que con todo mi espíritu gritaba semanas atrás? Bueno, es que la situación ha cambiado. Así de simple. Si las cosas cambian, hay que pensar de nuevo. “El análisis concreto de la situación concreta”, pregonaba Lenin.

Anotemos una precaución importante: nadie sabe cuánto tiempo dura la inmunidad frente al Covid que otorga el haber estado infectado. Tampoco estamos seguros de en qué proporción nos seguirá defendiendo nuestra respuesta autoimune dentro de varios meses, porque no es un asunto de ´blanco o negro´, ´protegido o desprotegido´, hay una gradualidad.

Mientras tengamos “inmunidad de rebaño”, incluso la vacuna es innecesaria: nosotros solitos nos hemos “vacunado”. En la historia de la salud pública esto se conoce como ´variolización´, porque la primera respuesta de la humanidad frente a la terrible viruela fue infectar a las personas con el virus de manera leve, para que se autoinmunicen. Pero en este caso, la inmunidad podría irse en seis meses a dos años, y en ese momento la vacuna sería fundamental.

Me cuesta escribir estas líneas por que la idea de la inmunidad de rebaño me ha causado repulsión todos estos meses. Cuando empezó esta epidemia en el mundo había quienes proponían que la política a seguir era apostar por la inmunidad de rebaño, como anunció el gobierno estúpido-conservador de Boris Johnson en Inglaterra. El resultado, como era previsible y ha quedado demostrado con los resultados de Suecia, que siguió esta política, es miles de muertos adicionales sin ninguna ventaja para la economía. Buscar la inmunidad de rebaño no sólo era una política equivocado, era una política criminal. ¿Cómo decir ahora que tener la inmunidad de rebaño nos abre oportunidades? Bueno, hay que distinguir el pasado, del futuro: este desastre suma 80 mil muertos, debemos llorarlos y compadecernos de nuestra desgracia, pero también hay que mirar hacia adelante, y para eso necesitamos mantener nuestro raciocinio por encima de emociones descontroladas. Una distinción ética es también clave: de ser cierta la inmunidad de rebaño, eso no significa que valoremos positivamente las decisiones que provocaron esos 80 mil muertos. Para nada. Si pudiéramos regresar el tiempo, mantendría la crítica a las inequidades pre-existentes y las decisiones tomadas, por el contundente hecho de la enorme mortalidad y enfermedad sufrida.

SEGUIDILLA DE CAMBIOS RÁPIDOS

Hay un tema más de fondo detrás de esta discusión, y es que la epidemia nos ha obligado a cambiar muchísimo, pero tenemos que seguir adaptándonos constantemente. Lo que parecía necesario ayer, ya no parece serlo hoy. “Todo lo sólido se desvanece en el aire”, como dice una frase famosa. Ni siquiera hay muchas verdades, sino apenas aproximaciones que no llegan a ser certezas, sobre las cuales debemos tomar decisiones, individual y colectivamente.

Recordemos algunos asuntos en los cuales hemos debido cambiar de opinión en estos seis meses de pandemia. Podemos empezar por esos primeros meses, cuando recién se conocían los primeros casos y algunas voces insistían en que había más muertos por dengue en la selva que por el Covid, y que por tanto había que priorizar lo primero. Las cifras eran verdaderas: hasta marzo las muertes por dengue eran mucho mayores que las del Covid. Pero es que el tsunami recién se aproximaba a nuestras costas. Hoy, nuevamente resulta necesario recordar que el Covid no es la única enfermedad ni epidemia presente.

Llegó entonces la epidemia del Covid y el debate de las mascarillas. Nos hemos olvidado, pero en las primeras semanas la recomendación que incluso realizó la Organización Mundial de la Salud es que no compráramos mascarillas porque había que cuidar que el personal de salud las pudiera tener. Pocas semanas después, cambio total: “no se despeguen de sus mascarillas”. ¿Fue un error el primer mensaje? En parte sí, porque ahora sabemos que incluso unas mascarillas de tela hechas en casa ayudan bastante, pero sólo en parte: era necesario priorizar a los trabajadores de salud. El mensaje debió ser más complejo: no te compres ahora una mascarilla N95, hazte una en casa o cómprate una artesanal.

Podemos seguir con temas como el lavado de manos, que ya no es tan importante como parecía al comienzo y algunos expertos a nivel mundial indican que esa campaña puede estarnos desviando de la prioridad, que es evitar el contagio aéreo. En otro caso similar, en casa durante meses mantuvimos toda una dinámica de cambiarnos los zapatos al entrar y salir y buscar desinfectarlos, algo que no aparece en las recomendaciones internacionales frente al Covid, pero que se mantiene en muchos mercados y locales comerciales.

Me animo por eso a escribir y publicar este artículo. Porque lo más importante es pensar, pensar y no dejar de pensar. Prefiero los análisis complejos que no dan respuestas precisas sino que abren espacio a incertidumbres, frente a esas campañas simplonas del miedo que nos tratan como animales. Opto por revisar constantemente lo que antes tenía como verdades. Y sigo teniendo fe en que la humanidad avanza sobre la capacidad de razonar, aunque esta solo pueda ser parcial e incompleta, aunque el racionalismo occidental del siglo 18 no haya sido el fin de la historia, aunque esta fe mía sea ella misma irracional.  Cogito, ergo sum: Pienso, luego existo.