La política peruana está bastante podrida. El pacto corrupto entre Boluarte, el congreso derechista y el poder económico aún se mantiene a pesar del repudio ciudadano. La urgencia del momento es desmontar esa dictadura con elecciones adelantadas, sin dejar de responder a las causas profundas del deterioro de la democracia peruana. Una salida a la crisis actual, siendo una respuesta a la coyuntura, debe tener miras mayores para luego no tropezar nuevamente con la misma piedra.
Una causa conocida de la actual crisis es un sistema político carcomido por corrupción e influencias indebidas y donde el congreso tiene a la presidencia por el cuello. Otra bastante obvia es el desprecio racista de las clases dominantes hacia las mayorías nacionales, bien sazonado con un autoritarismo marcado. Propongo que hay otro elemento adicional, indispensable para entender lo sucedido y pensar alternativas: una estructura y modelo económicos que mantienen la pobreza y desigualdad y favorecen la informalidad.
Hoy son comunes las críticas a las leyes permisivas de la minería informal que se asocian a la violencia extrema en Pataz; se ve mal que varios grupos en el congreso estén promoviendo leyes para favorecer a los colectiveros; es visto como espantoso que salgan leyes favoreciendo la tala ilegal en la amazonia. De acuerdo; se trata de tres muestras claras del deterioro de la política en el Perú. Pero faltan explicaciones al foso de podredumbre en que nos encontramos. Vayamos más allá de Dina Balearte y este congreso que todo el Perú odia. ¿Por qué hay tantos colectiveros, mineros y taladores ilegales, y porqué ellos han reforzado en este periodo sus presiones para obtener leyes especiales a su favor? Esta es una pregunta sustancial porque hay un tema de fondo: siendo cierto que la crisis de hoy se debe principalmente a los malos políticos, no podemos dejar de reconocer que problemas como la corrupción y el irrespeto a la ley están asentados en sentidos comunes y comportamientos generalizados entre los peruanos.
Informalidad, razones y críticas
¿Por qué hay tantos informales? Porque luego de tres décadas de neoliberalismo, leyes especiales para la gran minería y subsidios a los agroexportadores, la pobreza sigue rampante, los salarios no alcanzan para nada y quienes tienen la suerte de conseguir un empleo no pueden organizar un sindicato porque los despiden (como ha sucedido recientemente en Frecuencia Latina). ¿Qué pretenden entonces los que hoy se espantan ante leyes en favor de grupos informales, pero no se inmutan ante esta realidad social? ¿Que esa enorme mayoría de peruanos se resigne en la pobreza extrema mientras reza para que no tenga la mala suerte que una enfermedad crítica afecte a su familia? ¿Qué no luchen con uñas y dientes, como lo hacen hoy, por buscarse un pequeño espacio donde sobrevivir y con suerte alguna opción de mejora para sus familias?
Conviene recordar que la posición de la derecha neoliberal frente a esas leyes pro-informalidad ha sido completamente hipócrita. La Confiep y sus escribidores se indignan contra los colectiveros y la minería informal, pero defienden a capa y espada que quienes ilegalmente se han traído abajo bosques amazónicos ahora queden libres de polvo y paja y puedan volverlo a hacer. Es mucha casualidad que tras la deforestación haya grandes conglomerados como el grupo Romero y la trasnacional tramposa Ocho Sur. La derecha neoliberal también suele quejarse de las contribuciones que deben hacer los empleadores, que dicen incentiva la informalidad. Pero cuando se desfinancia Essalud para regalar millones a las agroexportadoras, agravando así las colas y desabastecimiento que sufren los asegurados, eso no importa. Tampoco les llama la atención que las AFPs cobren comisiones abusivamente altas, por el contrario, las defienden argumentando una supuesta preocupación por los adultos mayores (los del futuro, porque las ínfimas pensiones de hoy les tienen sin cuidado). Lo cierto es que, por más intentos de ocultamiento que hagan, su hipocresía les sale por todos los poros, casi como si llevaran un Rolex o un Cartier (que a la ultraderecha les parecen pequeños detalles irrelevantes). Con su práctica y su discurso han develado que su crítica no es a los desastrosos efectos ambientales y sociales de muchos informales e ilegales, solo es un argumento a medida de los intereses de las grandes empresas.
Crisis política, pobreza y desigualdad
Lamentablemente, esa actitud de quienes dominan nuestro país ha ido generando a lo largo del tiempo una reacción negativa en muchos peruanos: “de qué me hablan de cuidar el ambiente y respetar la ley, si viene la gran empresa minera, la trasnacional con ventajas o el tramposo norteamericano que saca madera sin permiso y no pasa nada”. Por eso el tremendo avance de la anomia social y la falta de respeto a la ley, con las motos de delivery pasándose la luz roja sin ningún problema y colectiveros con decenas de multas circulando. El mal ejemplo se contagia, en especial el de quienes ejercen un rol de mando.
La pobreza por un lado y la actitud ventajista de los dueños del Perú por el otro, son esenciales para entender la crisis política actual. ¿Cómo si no podemos explicar las reacciones de quienes sienten amenazado ese terrenito al que migraron en la selva, esa forma de sostenerse circulando su carrito viejo, esa única posibilidad de juntar algo que les permita pagar la universidad de sus hijos y sostenerse en su vejez? ¿Acaso debieran quedarse inmóviles mientras siguen otros dos siglos de oprobio, y para lograrlo su sumisión aplicar sentencias como la sufrida por Jean Valjean al inicio de Los Miserables?
El pueblo peruano ha estado buscando alternativas, de manera colectiva y de manera individual. Ha votado buscando cambios para ser traicionados una y otra vez las últimas dos décadas. Hubo decenas de miles protestantes entre diciembre 2022 y enero 2023, cientos fueron abaleados, muertos y heridos, y con esa sangre se afianzó el poder de quienes siempre dominaron el Perú y que habían perdido las elecciones. Este año se han retomado movilizaciones contra la privatización del agua, en defensa de los derechos de las mujeres, de comunidades frente a la minería y contra la corrupción.
Pero muchos peruanos y peruanas hoy se concentran en sus propias economías. El 2022 la pobreza en Lima era 27 por ciento, casi el doble que en 2019, y aunque no tenemos los datos del 2023 es obvio que ese indicador ha vuelto a subir dada la recesión de la construcción y la industria que cayeron en 8 por ciento. Las proyecciones para este año es que esos dos sectores claves para el empleo urbano terminarán todavía 5 por ciento por debajo del nivel que lograron el 2021: la calle sigue muy dura. Los peruanos priorizan su economía individual porque necesitan subsistir y les han cerrado todas las demás puertas. Algunos se van del país y, sí, otros buscan opciones en el transporte informal, la tala ilegal, la pequeña minería y hasta en la delincuencia. Esa respuesta social a la crisis agrava los problemas del orden necesario para un progreso nacional. Pero responder a esta situación exige algo más que simplemente clamar porque se les cierren más las puertas de la sobrevivencia y la esperanza a amplios sectores nacionales. Se necesita abrirles opciones. Sobre las estrategias y medidas necesarias para lograrlo volveremos la próxima semana.
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