Lima y las grandes ciudades en Perú atraviesan una trabazón. Es más que un tiempo de crisis, es un entrampamiento que parece tener la fuerza de amarre de un nudo gordiano. Clave para apreciar su profundidad es el crecimiento de la pobreza, que entre 2019 y el 2023 en las ciudades casi se duplicó, pasando de 14 por ciento a 26 por ciento, un aumento de 3 millones 500 mil personas – y eso según los datos oficiales que no incluyen totalmente a los inmigrantes venezolanos. El problema viene de antes, ya entre 2014 y 2019 la pobreza urbana no se redujo, como venía haciéndolo los años anteriores. Márquese la diferencia con el campo: la pobreza rural ha sido siempre mucho más alta que en las ciudades, alcanzando hoy a dos de cada cinco peruanos, pero se redujo 5 puntos entre 2014 y 2019 y luego no ha aumentado. El contraste es notorio. A pesar de las nulas políticas de apoyo, el campo peruano sigue progresando poco a poco con el empuje de millones de pequeños agricultores familiares que gracias a la reforma agraria son propietarios de su tierra, han logrado mayor educación y están mejor conectados por carreteras y celulares.

Los últimos años las ciudades peruanas han atravesado varios golpes sucesivos. Primero fue la inmigración venezolana, un millón trescientos mil, concentrados en Lima y unas cuantas ciudades, cuando cualquier idea de justicia diría que era Estados Unidos quien debió acogerlos – pero los rechazaron brutalmente. La política de puertas abiertas de PPK para agradar a los gringos agravó los serios problemas de falta de empleo que sufrimos los peruanos desde hace décadas. Luego vino el Covid-19, que afectó mucho más a Lima y las grandes ciudades, debido a la velocidad del contagio luego de que, ante la falta de sustento económico por la tacañería de Vizcarra con los bonos de ayuda, la gente se viera obligada a salir a las calles para poder comprarse alimentos. Tras lograr vacunación universal y reactivación el 2021, siguió una política económica recesiva: el ajuste fiscal y monetario se trajo al mercado interno, la industria y la construcción abajo, con un retroceso del 8 por ciento ese año el 2023. La caída ha sido mucho mayor que el -0,6 por ciento de cifra oficial del PBI, porque ese dato suma el crecimiento de la minería que no tiene mayor impacto en las economías urbanas del Perú. Hoy hay alguito de crecimiento pero este 2024 la industria y la construcción, el núcleo productivo en las ciudades, estará todavía bastante debajo de lo que terminó el 2021 – hasta las proyecciones oficiales del BCR así lo indican.

El problema de las ciudades peruanas va mucho más allá del corto plazo económico y la pobreza. Ya desde antes muchas de nuestras ciudades eran un desastre ambiental; ahora 68% de sus habitantes no tienen agua segura (6 puntos más que hace diez años) y fuera de Lima un tercio no tiene buen recojo de basura (en Lima una de cada cinco personas no tiene buen recojo de basura y nuestro alcalde ´exitoso empresario´ acaba de empeorar el problema). Pero es el transporte y el caos urbano la mejor expresión de ese entrampamiento que sufrimos. Es como un nudo gordiano que se va engrosando y enredando cada vez más. La cantidad de colectivos, combis, buses informales y carros con manejo desaforado, donde cada uno hace lo que le da la gana como en el sueño anarco-capitalista de Milei, hace que cada año perdamos millones de horas atrapados en el tránsito. Qué más trabado que una arteria limeña en hora pico. La congestión agrava la contaminación ambiental, haciendo de Lima una de las ciudades con peor calidad del aire de Latinoamérica. Los que más la sufren son los conos, distritos alejados donde vive la gente más pobre: San Juan de Lurigancho, Puente Piedra, Carabayllo o Vitarte –sucede que el viento empuja el polvo y las partículas hacia los cerros, ahí donde se asienta el casi millón de limeños sin agua ni desagüe en casas precarias, y que pueden demorarse dos o más horas hasta llegar a su trabajo o llegar a un hospital con atención especializada de salud. En el trayecto, deberán enfrentar múltiples puntos donde están al acecho los robadores de celulares, el que asalta a punta de pistola o simplemente arrancha la cartera a una mujer – o la agrede sexualmente.

¿Es un estado sobreregulador, unas empresas estatales terribles, una burocracia que traba todo, lo que entrampa nuestras ciudades? ¿Necesitamos un shock ´libertario´? El problema es que ya lo tuvimos, con Alberto Fujimori, en 1992 y por eso estamos tan mal. Gracias a la privatización extrema del fujimorismo, con desregulación absoluta del transporte urbano, no tenemos nadie en el estado preocupándose de manera seria por el transporte, la contaminación ambiental o el ordenamiento territorial en las ciudades. Gracias a eso, el “libre mercado” y la “libertad avanza” saca sus garras y muestra sus espantosos resultados.

Si uno compara Lima con otros centros urbanos de Latinoamérica, la diferencia es notoria. Carecemos de una reforma del transporte que lo ordene y modernice mínimamente. Una red inteligente de semáforos podría hacer mucha diferencia y está fácilmente a nuestro alcance.  En vez de eso, nuestro alcalde de derecha ultramontana retrasa la línea 2 del metro mientras nos endeuda hasta el cuello para una lista de lavandería de puentes que simplemente se le ocurrieron en algún sueño y de los cuales no hay estudios ni responden a plan alguno. Tampoco tenemos nada parecido a una planificación del desarrollo urbano. La zonificación, lo más básico de cualquier regulación urbana, es cambiada en favor de algunos sinvergüenzas, como según ha establecido la Contraloría hicieron las hoy congresistas Norma Yarrow y Martha Moyano para favorecer al vocero de fujimorismo Miki Torres por un valor de varios millones de dólares, imponiendo mega-edificios sobre barrios residenciales. Mientras nuestros “líderes” se preocupan de sus bolsillos y los de sus amigotes, en los márgenes de las ciudades la supervivencia y la necesidad termina en manos de las mafias invasoras de terrenos, generando un 70 por ciento de una informalidad ingobernable y una inseguridad creciente.

La economía urbana requiere un empujón que reactive el mercado interno, junto a una iniciativa de gran amplitud para elevar la productividad de cientos de miles de pequeñas empresas promoviendo tecnologías y nuevas cadenas de valor, así como una nueva mirada industrializadora. Pero sin ciudades vivibles, ordenadas y seguras, nuestra economía no podrá despegar ni nuestra calidad de vida podrá mejorar. Necesitamos una política urbana que con visión estratégica planifique Lima y las ciudades, haga las reformas del transporte y establezca políticas de vivienda y regulación del uso del suelo urbano en aras del bien común. Para estos dos grandes cambios, las nuevas tecnologías nos permiten muchísima información, que hoy es recogida desde cada uno de nuestros celulares e ingresos a las redes sociales y que se puede juntar con la que proviene de los satélites que están encima de esta parte del planeta. Sé que hay muchos retos por delante, algunos muy difíciles, pero abordar el serio entrampamiento de nuestras ciudades es uno de esos impostergables.