Se mantiene circulando la idea de que el gobierno de Alberto Fujimori habría sido muy exitoso en su gestión económica. Varios lo ven desde una perspectiva muy ideologizada: como impuso un modelo de “libre mercado” contra los “estatistas”, fue bueno. Este punto de vista neoliberal es ahorrativo en el uso de neuronas, no les hace falta pensar, solo repetir el mantra; no vale la pena detenerse en lo que es pura consigna, repetición sin fin, coro de una bandada de loros. Pero hay quienes sostienen una apreciación positiva por comparar la economía peruana de los años noventa con el periodo inmediatamente anterior, el desastre de fines de los ochenta. Discuto acá que esa mirada es demasiado estrecha, con anteojeras. Es necesario tener una visión más amplia, que vea la economía durante el gobierno de Alberto Fujimori también en comparación con otras décadas de nuestra historia y otros países del mundo, y que considere además otros factores esenciales para entenderla, como el fin del conflicto armado interno.

Veamos primero la razón, que la hay, de considerar a los años noventa como mucho mejores para nuestra economía que los años ochenta. Estos son conocidos como la “década pérdida” para Latinoamérica, y dentro de la región nuestros gobernantes Belaunde y García se las arreglaron para que fuéramos los peores del desastre regional. Belaunde nos dejó con un PBI per cápita que en 1985 fue 9 por ciento menor al de 1980 y una inflación de 158 por ciento anual, resultado de una política económica que redujo aranceles, golpeó muy duro la industria nacional y agravó los choques de una crisis financiera internacional y el Fenómeno El Niño. Con todo lo mal que está nuestra economía ahora, con pobreza y desempleo crecientes, eso fue mucho peor. Fue malísimo. Pero el quinquenio siguiente fue aún más crítico: bajo la presidencia de Alan García el PBI per cápita cayó en 1988 y 1989 en 24 por ciento, mientras en esos años los precios se multiplicaron por 500 veces. No cabe duda que ese gobierno hizo la peor administración económica de nuestra historia. En suma, en términos económicos los años ochenta fueron la peor década de todo nuestro siglo XX, y esa tremenda caída económica se dio cuando Sendero Luminoso inició sus acciones armadas así que el empobrecimiento masivo y la pérdida de esperanzas fue como gasolina alimentando ese incendio de la pradera.

COMPARACIONES INDISPENSABLES

Frente a eso, cualquier cosa que comparemos resulta favorable. Cualquiera. No es de extrañar por eso que los años noventa fueran mejores que los ochenta en términos económicos. Pero cualquier otra década de paz lo fue. Reducir el análisis del periodo de Fujimori a esa comparación con los ochentas es de una estrechez extrema.

Veamos otras comparaciones. El crecimiento del PBI de 3,9 por ciento promedio en los noventas resulta menor al 5 por ciento anual que hubo durante los 25 años entre 1950 y 1975; con Velasco – esa bestia negra para la derecha oligárquica – el crecimiento fue de 5.2 por ciento anual en promedio. La diferencia es bien grande cuando se acumula por varios años. Entre 1990 y el 2000 el PBI per cápita creció 22 por ciento, entre el 2001 y el 2010 creció 58 por ciento, más del doble. Aunque los noventas era un periodo de recuperación, el año 2000 el PBI per cápita todavía era 16 por ciento menos al de 1975, el último año de Velasco. En ese mismo periodo, entre 1990 y el 2000, China aumento su PBI per cápita en 87 por ciento y Corea del Sur en 80 por ciento, frente al Perú de Fujimori con 22 por ciento.

Pensemos en poner calificaciones al estilo de notas de un curso, del uno al veinte, a nuestro crecimiento económico. Sin duda en los años noventa la nota debe ser mayor que la de los ochentas, tal como un 09 de nota es mayor que un 03, pero mucho menor que un 18, como podemos calificar a China y Corea del Sur. ¿Crecer al 2,2 por ciento anual como sucedió durante el gobierno de Alberto Fujimori puede calificarse como un 09 de nota, no estoy siendo demasiado duro? Pensemos un poco que significa ese crecimiento del 2,2 por ciento anual. A ese ritmo ¿Cuánto nos hubiéramos demorado en alcanzar el nivel que tenía Corea del Sur en el 2000, suponiendo que ese país asiático se estancaba y dejaba de crecer? 71 años. Más de siete décadas. Más de lo que cualquier adulto puede esperar vivir. Difícil decir que ese es un resultado adecuado mínimamente aceptable. 09 está bien, ese resultado no califica ni para un 10.

RECORDANDO EL PRINCIPIO Y EL FIN

Recordemos además que los últimos años de Fujimori fueron bastante malos para la economía. En 1998 el PBI per capita cayó 2,1 por ciento, en 1999 volvió a caer otro 0,1 por ciento – peor que Dina. El 2000 no logró recuperar ni la mitad de la caída previa y el 2001 volvió a irse para abajo con un negativo de menos 0.6 por ciento. La construcción estaba aún peor: cayó 10 por ciento en 1999 y otro 7 por ciento el 2000. La inversión privada, esa variable que tanto resaltan los neoliberales admiradores del fujimorismo, al tercer trimestre del 2000, el último de Fujimori, había caído 22 por ciento menos en relación a cuatro años antes. No nos dejó con una economía creciendo, en alza y despegue, acelerándose; terminó con una economía recesada, desempleo creciendo y pobreza aumentando. No fue un crecimiento sostenido, fue parada de borrico.

Hay que revisar también como se dio el crecimiento antes de eso, en su primer quinquenio. Tampoco le fue bien al inicio. El PBI per capita cayó en 1990 (año compartido entre García y Fujimori) y aun así en 1991 no creció y en 1992 (el año del autogolpe) volvió a caer otro 2,5 por ciento.  Cuando la economía peruana empezó a crecer fue recién en 1993 y 1994, luego de la captura de Abimael Guzmán y la cúpula senderista y el derrumbe de Sendero Luminoso. Ese hecho, que le debemos al GEIN y no a Fujimori, fue fundamental para que se detuvieran los “paros armados”, el transporte volviera a la normalidad, los negocios pudieran abrir sin miedo, se recuperara la confianza de los inversionistas y la economía volviera a crecer.  Esto que es obvio suele ser dejado de lado por quienes defienden la política económica de Fujimori, su shock que empobreció a millones y aplastó sueldos y pensiones, y su política de “libre mercado” que nos dejó un transporte urbano desastroso e informalidad rampante.