
Durante casi cuatro décadas, la economía mundial estuvo regida por las leyes del hiperglobalismo neoliberal: libre comercio internacional y de flujo de capitales, mandatados por la Organización Mundial del Comercio – OMC y los TLC – Tratados de Libre Comercio. En este periodo el Perú retornó a un modelo exportador de materias primas bajo la primacía de la minería, que redundó en desindustrialización y bajo crecimiento. China, en cambio, aprovechó la oportunidad, para crecer aceleradamente en base a un despegue manufacturero asombroso hasta convertirse en la primera economía del mundo. Otra enorme diferencia entre Latinoamérica y China ha sido la tecnológica. De este lado del Pacífico se apostaba por que todo lo resolviera la inversión extranjera, con unos pocos grupos nacionales corriendo la ola de las nuevas tecnologías para reforzar posiciones monopólicas. China aprovechó para apropiarse todo el conocimiento técnico de los países desarrollados, e invirtió fuerte hasta constituir una dinámica poderosa de innovación.
Simultáneamente a este desarrollo primario-exportador minero, un nuevo sector creció fuertemente en Perú las últimas décadas: la agroexportación. Productos frescos para el consumo como arándanos, uvas, paltas (avocados), mangos, mandarinas y varios otros; café y cacao. La agroexportación se ha concentrado en grandes latifundistas, pero también ha alcanzado un sector aun pequeño de pequeños y medianos productores; genera empleo pero de muy mala calidad y con mucho abuso, y mantienen exoneraciones tributarias que quieren ampliar con fuerte lobby en la actualidad.
Esta evolución económica ha generado dos problemas centrales en Perú. Por un lado, un muy escaso nivel de empleo formal con derechos (algunitos nomás ya que a quien hace un sindicato lo despiden), y una amplia mayoría de informales, microempresas y trabajadores independientes de baja productividad y bajos ingresos. Por otro lado, un estado raquítico, con una presión tributaria que no llega a 15% del PBI, incapaz de brindar seguridad, educación, salud pública o infraestructura suficiente. Ambos generan una gran desigualdad y se conjugan en una crisis del estado-nación. Hoy no solamente tenemos un gobierno totalmente ilegítimo, sino que enfrentamos un problema de mayor calado, ya que la desigualdad, ineficacia estatal e ilegitimidad de la democracia han generado una explosión crítica de inseguridad ciudadana y bandas criminales.
Estando el Perú, y buena parte de Latinoamérica, en medio de nuestra propia crisis, EEUU ha dejado de lado toda pretensión de “libre comercio”. Busca frenar a China, arrebatar recursos estratégicos y forzar políticas de su interés sobre los menos poderosos que están geográficamente cerca. Hoy Trump expresa intereses imperiales muy claramente, la democracia no le importa ni en su propio país y menos afuera, no respeta las leyes internacionales y busca imponerse abiertamente por la fuerza. Para el Perú son graves sus amenazas de subir aranceles a productos agropecuarios. Tendría poco sentido que Trump incluya los productos peruanos porque se trata de alimentos en los que EEUU no llega a auto-abastecerse, en especial durante su invierno que es cuando el Perú concentra sus exportaciones. Pero la sinrazón es algo que puede suceder de la mano de Donald Trump.
Siendo urgente para nuestra economía una política frente a los riesgos, es importante una mirada a mediano y largo plazo. La transición energética mundial nos da oportunidades: cobre a buen precio internacional y demanda por energías sostenibles para las que tenemos buenas condiciones. Pero hasta el momento no le estamos sacando provecho. Ni siquiera hacemos que la minería tribute lo justo ante precios de los metales por la estratósfera. El Perú debe sacarse la mirada distorsionada del modelo neoliberal y tener visión estratégica. Desde luego para eso se requiere que como país tengamos primero una estrategia de modernización económica y que nuestros recursos los aprovechemos para nuestro desarrollo en vez de estarlos rematando sin ton ni son. El desarrollo y diversificación productiva y el avance tecnológico, la defensa de nuestra industria y agro, y la inversión en buenas infraestructuras sin robo de por medio, deben entrar en la agenda. Es en ese sentido que debemos reorientar nuestras relaciones con China mientras mantenemos una postura necesariamente defensiva antes las posibles agresiones de los Estados Unidos.
El otro gran tema que ya nos toca las puertas es la Inteligencia Artificial (IA). La IA genera oportunidades de aumento de la productividad de manera amplia, y para las pymes y la agricultura – sectores claves que brindan sustento a la mayor parte de las familias peruanas- puede mejorar las actividades de promoción de tecnologías y mejoras en la gestión de negocios. Por otro lado, hay el riesgo de que con la IA se sustituyan trabajadores en servicios que generan empleos, como los “call centers”; la tecnología debe ser regulada para orientarla hacia los objetivos sociales. Para el estado y su relación con la ciudadanía, servicios claves como educación y salud pueden avanzar mucho en calidad con ayuda de la Inteligencia Artificial y gran parte de la administración pública podría mejorar su atención al público. La IA también genera riesgos a la democracia: empodera a quienes controlan las redes sociales y permite generar deep fakes. También acá hay fuerte conflicto entre Estados Unidos y China. El veto de Estados Unidos a Huawei y a TikTok, las prohibiciones de que empresas de EEUU vendan microchips de alta potencia y la respuesta de China con deepseek son claras muestras de ello.
La Inteligencia Artificial va a afectar las economías, la sociedad, la política y la seguridad nacional. El conflicto China-EEUU en este ámbito es una ola creciente que golpeará a nuestras costas, y debemos aprovecharlo en nuestro favor. Una estrategia soberana es indispensable al respecto, incluyendo una regulación del uso de los datos que cotidianamente nos extraen los nuevos monopolios mundiales de esta era de la información.
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