ALFONSO BERMEJO Y PEDRO FRANCKE

El futuro económico del país se juega en su capacidad para transformar materias primas en productos de alto conocimiento. Esa transformación no es una quimera: es una estrategia posible si dejamos de ver la industrialización como un sueño anacrónico y empezamos a verla como una ruta urgente. Ya es hora de desterrar esa idea instalada por economistas que aún le rezan al Consenso de Washington, quienes nos aconsejan olvidarnos de ser un país industrializado. Esa resignación pasiva solo garantiza que sigamos atrapados en la trampa de los recursos naturales, exportando lo mismo de siempre, piedritas de colores, mientras el mundo se reinventa.

La industrialización peruana no será una copia de modelos extranjeros, sino un tejido propio donde convivan los conocimientos de nuestros pueblos ancestrales y tecnología de punta. Desde la acuicultura de conchas de abanico en Sechura hasta la fabricación de drones para monitoreo agrícola en La Libertad, cada eslabón productivo debe mirar hacia la innovación inclusiva. Lo mismo debe aplicarse al sector servicios, donde el talento local —desde el desarrollo de startups en Lima o Arequipa, hasta el turismo cultural comunitario en Cusco o Puno— tiene el potencial de liderar procesos de transformación económica con identidad. Mientras otros países avanzan hacia economías basadas en conocimiento, nosotros seguimos postergando las decisiones estratégicas.

Las universidades, institutos de educación superior no universitaria y centros de investigación e innovación son un engranaje clave. Institutos como el TECSUP en Trujillo o el CITEpesquero en Piura deben evolucionar hacia centros de innovación, formando especialistas en diferentes áreas de alta demanda o de productos-nicho. La receta incluye laboratorios con tecnología de punta y pasantías obligatorias en empresas tecnológicas, siguiendo un modelo de educación dual. Para acelerar este salto, es clave aprovechar nuestra diáspora académica. Miles de científicos e ingenieros peruanos en prestigiosos centros de investigación pueden transferir tecnologías clave mediante programas de enlace, como los financiados por el BID.

Pero todo esto será insuficiente si no enfrentamos el marco comercial y fiscal que hoy nos ata de manos. La ola proteccionista global —impulsada por figuras como Donald Trump— nos ofrece una oportunidad para revisar los Tratados de Libre Comercio (TLC) firmados en las últimas décadas. Es tiempo de renegociar cláusulas que limitan nuestra capacidad de proteger e impulsar industrias nacientes o nos fuerzan a exportar materias primas sin transformación. Los países que hoy lideran la innovación productiva no lo hicieron con mercados totalmente abiertos, sino a través de estrategias combinadas de apoyo, promoción y protección inteligente, con exigencias claras de generación de valor agregado. En ese marco, resultan fundamentales herramientas como el acceso al crédito, el financiamiento de innovaciones, la asistencia técnica a redes de comercialización, y el uso estratégico de la política fiscal y arancelaria para orientar el desarrollo productivo.

Del mismo modo, la inversión pública no puede seguir tratada como un pecado económico. Necesitamos marcos fiscales que permitan al Estado invertir, articularse con universidades y empresas, y liderar procesos de transformación productiva. La bioindustria, por ejemplo, tiene un potencial inmenso: la Amazonía alberga más de 25,000 especies vegetales con propiedades únicas. Pero sin laboratorios regionales, sin certificaciones internacionales ni acceso a tecnologías como la microencapsulación, seguiremos condenados a vender materia prima mientras otros capturan el valor.

La minería, también, puede convertirse en un motor de innovación si apostamos por plantas de procesamiento de cobre, litio o por biotecnología para recuperación ambiental. El algodón Pima, la alpaca, la quinua o la maca pueden dejar de ser commodities para transformarse en textiles inteligentes, alimentos funcionales o, inclusive, bioplásticos. Todo eso requiere una política industrial activa, valiente e inteligente.

Chancay no puede convertirse únicamente en un puerto para la extracción de minerales. Debe proyectarse como un verdadero hub logístico regional, capaz de ensamblar vehículos eléctricos, exportar productos agroindustriales con alto valor agregado y atraer manufactura avanzada. Las Zonas Económicas Especiales pueden jugar un rol clave en este proceso, siempre que no comprometan la recaudación fiscal necesaria para financiar la industrialización que el país requiere. La clave está en construir un ecosistema productivo integral: parques industriales articulados, acceso a crédito para el desarrollo tecnológico, e inversión sostenida en formación técnica y académica de calidad que nos permita capitalizar nuestras ventajas competitivas. La transición energética también abre nuevas oportunidades: con una de las mayores radiaciones solares del mundo y reservas significativas de gas, el Perú tiene el potencial de producir hidrógeno verde para exportación, un sector estratégico en el que países vecinos como Chile y Argentina ya nos llevan la delantera.

Finalmente, si aspiramos a una inclusión real, debemos romper con las inercias estructurales que hoy marginan a gran parte del país del desarrollo productivo. Asociaciones cafetaleras en Chanchamayo, por ejemplo, pueden integrarse a cadenas de valor bean-to-bar utilizando tecnología solar, trazabilidad mediante blockchain, e incluso algoritmos de inteligencia artificial para optimizar procesos productivos y de comercialización. Para hacer esto posible, instituciones como Agroideas y CONCYTEC deben actuar como motores de articulación tecnológica y financiamiento estratégico, acercando la innovación a los territorios y sectores históricamente excluidos.

La elección es clara: o seguimos exportando lo mismo de siempre y aceptamos el lento declive, o apostamos por un nuevo pacto productivo donde el Estado, la academia y el sector privado lideren, juntos, un camino propio hacia la industrialización. No se trata de imitar modelos ajenos, sino de construir una estrategia nacional que articule nuestras capacidades y recursos en función de un objetivo ineludible: generar empleo digno, reducir brechas sociales y territoriales, y avanzar hacia un desarrollo humano verdaderamente inclusivo. No tenemos que parecernos a nadie. Solo tenemos que creer – de una vez por todas – que el Perú también puede.

Publicado en https://www.elsalmon.info/post/el-desaf%C3%ADo-de-insdustrializar-el-per%C3%BA