El coronavirus se esparce incontenible. Las bolsas mundiales cayeron asustadas para recuperarse parcialmente después. Más allá de síntomas financieros, la economía mundial está bien golpeada. Acá un primer análisis de lo que se puede venir para el Perú, conscientes de que aún no tenemos idea de la magnitud que esta epidemia pueda tener.
El Coronavirus: Pandemia de tamaño incierto
El coronavirus llegará al Perú, eso es indudable y no creo que pase de días. Llega cuando la selva peruana está afectada por una epidemia de dengue que ya ha causado 11 mil enfermos y 37 muertos desde que empezó el brote en octubre pasado, noticia que no ha llegado a los titulares porque afecta a los más excluidos.
Sobre el coronavirus hay mucha alarma y muy poco conocimiento real. El rango posible de casos de infectados y muertos es muy amplio, pueden ser de miles o millones de enfermos y decenas o miles de muertos. Pero siempre es bueno prepararse para lo peor y no se puede descartar que el coronavirus nos golpee duro. Aunque el MINSA estima hasta 20 mil casos probables, en México se han analizado tres escenarios distintos, uno con muy pocos casos importados, otro con una trasmisión interna mediana y un escenario catastrófico con 10 millones de infectados, 500 mil casos graves y 12 mil muertes. México tiene una población cuatro veces la nuestra así que una simple división entre 4 nos puede dar una aproximación extrema para el Perú.
A la incertidumbre propia de algo nuevo y con escaso conocimiento científico, se suman dos factores propios de nuestro país. El primero es que este virus se está expandiendo con rapidez en el hemisferio norte donde ahora es invierno y las bajas temperaturas facilitan infecciones respiratorias; los casos en el hemisferio sur son escasísimos y el tiempo corre a favor de mayor conocimiento, medicinas y equipos para enfrentar la endemia.
La segunda es la baja capacidad de respuesta de nuestro sistema de salud: ¿se imaginan ustedes nuestros hospitales con cien mil casos requiriendo asistencia especializada y ventiladores? Llevamos meses con epidemia de dengue y el presupuesto no aumenta. La pandemia nos agarra en el “año de la universalización de la salud” pero con menos presupuesto para el SIS – Seguro Integral de Salud que hace dos años. Es urgente reforzar nuestros sistemas de salud y eso requiere una inyección presupuestal. Si no compramos medicinas e insumos ahora, el desabastecimiento puede ser terrible. Aún sin esa medida indispensable, los déficits de inversión y gestión en salud pública de décadas nos pasarán la factura.
Antes de pasar a discutir la economía, vale recordar que se estima que 2 de cada mil enfermos pueden morir (la llamada “tasa de letalidad”) y que los casos graves afectarán sobre todo a personas mayores de 60 años y con otras dolencias. Que no panda el cúnico. La mejor prevención es lavarse las manos con cierta frecuencia y prolijidad, no malgasten su plata en mascarillas si están sanos.
La economía mundial y el Perú
Me concentro en aquello de lo que conozco más: la economía. A nivel mundial la OCDE estima, suponiendo que la pandemia de coronavirus llega a su pico en China en marzo y en el resto del mundo no se difunde demasiado, que aún así el crecimiento económico mundial será apenas 2,4 por ciento, el número menor en los doce años desde la gran crisis financiera de 2008-2009.
¿Cómo nos afecta esto? Como seguimos siendo una economía primario-exportadora, el principal golpe es la caída en los precios de los metales. El cobre ha perdido un 10 por ciento de su valor en lo que va del año y el zinc todavía más. Esto hace que los ingresos del estado se reduzcan y que la inversión privada, minera y no minera, se retraiga. Estas reacciones ya están estudiadas y estimadas en detalle, y no son de sorprender. Que los inversionistas pongan menos plata cuando caen los precios y con ellos la rentabilidad es la respuesta esperada, aunque igual “El Comercio” insiste con el cuento de que la inversión minera se retrasa porque no se ha impuesto Tía María a sangre y fuego.
Otro sector que se verá afectado es el turismo, ya que el temor hace que mucha gente prefiera quedarse en casa y las restricciones al movimiento no ayudan. En países industrializados ha habido efectos negativos por la ruptura de cadenas de suministros, pero no creo que ese impacto se de en el Perú ya que acá no hay mayor producción tecnológicamente avanzada que requiera miles de partes distintas.
En estas condiciones nuestra economía, que el año pasado apenas creció 2 por ciento sin generar nuevos empleos urbanos, enfrenta un fuerte viento en contra. Es tonto pensar que la forma de evitar una parálisis total sea levantando otras velas, es decir abriendo nuevas minas. Hace falta poner a funcionar otros motores a buena marcha, lo que podrían hacer buenos pilotos decididos a capear el temporal echándole más energía a la economía interna, a la construcción, la industria, los servicios, el agro y las pequeñas y medianas empresas innovadoras.
La política económica
La economía peruana necesita, hace ya varios años, un empujón y un giro para retomar el crecimiento y la creación de empleos. Desde el 2015 se crean muy pocos puestos de trabajo. En el contexto de una mayor oferta de trabajo debido a la masiva inmigración venezolana, que PPK y luego Vizcarra permitieron siguiendo el libreto impuesto por Trump, la escasez de empleos lleva a mayor informalidad, ingresos bajos y descontento popular. Según la encuesta del Instituto de Estudios Peruanos de febrero, la proporción de peruanos que cree que el gobierno no hace nada para reactivar la economía subió de 35% en noviembre a 54% en diciembre, porcentaje que «es mayor entre quienes están en desacuerdo con la migración venezolana» y en el Sur del país. Ahora que enfrentamos un shock externo fuerte, más que nunca es necesaria una política económica que contrarreste este viento en contra.
Para reactivar la economía urbana, incentivar el desarrollo industrial y los medianos y pequeños negocios, hay dos instrumentos macroeconómicos. El primero es la política monetaria y de crédito; por ejemplo, ya China redujo sus tasas de interés y el banco central de Estados Unidos – la Reserva Federal – redujo las suyas en medio por ciento, una rebaja fuerte que no se había visto en más de una década. En el Perú lamentablemente hasta la fecha el Banco Central de Reserva mantiene los intereses altos y el crédito restringido, algo que le conviene mucho a Dionisio Romero y el Banco de Crédito. Que sean directores del BCR los fujimoristas destacados José Chlimper y Rafael Rey, y que el primero haya sido quien acarreaba maletines con 250 mil dólares – monto similar al que le entregaba Dionisio Romero a Keiko cada visita –a los dueños de radios en la campaña de Keiko es, no sean malpensados, purita coincidencia.
La otra política macroeconómica importante es la inversión pública. El año pasado esta fue un fiasco. A fin de año el gobierno nos quiso hacer creer que en los últimos días había repuntado pero los datos estadísticos muestran que la inversión pública cayó un brutal 7,7 por ciento el cuarto trimestre del 2019 para acumular un retroceso en el año de 2,1 por ciento. Esta ha sido la principal causa del crecimiento bajo de apenas 1,8 por ciento el cuarto trimestre.
La ministra Alva ha resaltado recientemente que la inversión pública estaría creciendo de manera importante en los dos primeros meses de este año, aunque me temo sea un “efecto rebote” de la pésima ejecución fiscal de finales del 2019.
El asunto crucial es si tendremos un aumento sostenible y fuerte de la inversión pública, con proyectos eficaces y sin corrupción. Hasta ahora el bloque de la derecha, el MEF y la Confiep habían acusado una débil gestión del gobiernos regionales y municipalidades, sin prestar atención a la disponibilidad de fondos que tienen. Reconociendo ahora este problema, la ministra Alva anunció hace poco que estaban entregando con mayor anticipación los fondos de canon, que hasta el año pasado el MEF recién los transfería a mediados de año en un práctico sabotaje a los gobiernos descentralizados. Sería bueno que añada a esto un aumento sustancial del reducido presupuesto en salud, para poder pagar horas extras y entregar bonos a los profesionales que deberán estar en la primera línea frente al coronavirus, y facilitar medicinas disponibles.
Pero hay que mirar un poco más allá. Si ampliamos nuestro análisis a todo el 2020, debemos pasar de 4,4 por ciento del PBI de inversión pública a no menos de 5,5 si queremos tener un crecimiento mayor que el año pasado. El problema que Vizcarra y Alva tienen que enfrentar es cómo cuadrar una mayor inversión pública con ingresos tributarios decrecientes debido a la caída de precios internacionales de los metales y con una meta ajustada de déficit fiscal. Sucede que hay una regla de hierro: gastos igual a ingresos más déficit.
Puesto de otra manera, para aumentar el gasto en salud y la inversión pública, o se captan más impuestos o aumenta el déficit; no hay de otra. El gobierno debe enfrentar con firmeza los severos problemas de evasión, exoneraciones y devoluciones “express” de impuestos (el año pasado estas batieron record llegando a 17,000 millones en total con 4,600 millones a favor de la minería); mientras no haya mayores ingresos al cofre fiscal, mantener este inicial empuje de la inversión pública requerirá flexibilizar la meta de déficit.
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