La cuarentena ha logrado que el crecimiento de la enfermedad y mortalidad por COVID-19 se hayan ralentizado pero no se hayan aplanado. Ha llegado el momento temido en el cual nuestro sistema de salud, raquítico luego de tres décadas de ahogamiento presupuestal, resulta desbordado por las necesidades de atención. Durante varias semanas enfrentaremos terribles escenas de enfermos clamando por UCIs y ventiladores y muertos acumulándose.

Repasemos por un momento las responsabilidades de esta situación: un gasto público en salud que apenas supera el 2 por ciento del PBI, colero de la región. Pudo ser distinto. Cuando vino el boom de precios de los metales, países como Ecuador y Bolivia capturaron rentas, aumentaron el gasto y mejoraron su salud pública, Perú lo hizo mucho menos y ahora nuestro sistema de salud no tiene aguante.

Los defensores del modelo neoliberal dicen que gracias a esa política ahora el fisco tiene fondos para responder a esta crisis, aunque al mismo tiempo niegan la entrega de un bono universal que alcance a todos los que lo necesitan. Por mi parte, si tuviera que escoger entre gasto y ahorro fiscal, preferiría que tuviéramos los hospitales, equipos y médicos. Pero había una tercera, mejor opción, el estilo Evo Morales: aumentar la recaudación tributaria gravando las sobreganancias mineras (y en el Perú quitando las exoneraciones que gozan los monopolios y conglomerados financieros) para darle salud y educación a las mayorías. Pudimos tener ahorro fiscal con más salud, cobrando impuestos como se debe. 

EMERGENCIA SIGUE

Regresando al presente, lo principal sigue siendo como reducir al máximo los muertos causados por la epidemia. China logró controlar totalmente el SARS-CoV-2 pasando a otra etapa, mientras varios países en Europa relajan muy restrictiva y limitadamente la cuarentena porque ya el número de casos y muertos va en descenso, pero esa no es la situación en el Perú. Si no ponemos por delante las necesidades de salud pública lo que estaremos provocando es una mayor mortalidad, ya que cada caso grave adicional es uno más que no podrá ser atendido como se necesita. Ya no hay más ventiladores, punto. Y la consecuencia de no tener esa ayuda es la muerte.

El problema se ha agravado porque se ha entregado el bono a una población muy restringida, dejando fuera a millones. Usaron un mecanismo de focalización que se sabía estaba lleno de deficiencias, las que no eran ni son subsanables en el corto plazo. Es como nuestro sistema de salud: así como no tenemos suficientes camas hospitalarias, médicos y ventiladores, tampoco tenemos un sistema de información que nos permita saber con precisión cuales son los pobres y mucho menos uno que pueda recoger el dramático cambio en las condiciones económicas con la crisis. En esas condiciones la política del gobierno es como si, cuando el barco está que hace agua, escudriñáramos a cada pasajero a ver quién podría comprarse su propio chaleco salvavidas antes de darle uno. Pero como en el Titanic, esa política solo se aplica a los de abajo; cuando se trata de bancos y grandes empresas el gobierno suelta 30,000 millones sin pestañear.

Así se profundiza la desigualdad y la exclusión, agravando las heridas que tienen partida a nuestra nación. El virus del SARS-CoV-2 no ataca a todos por igual; golpea más fuerte a quienes no tienen agua potable en sus casas para lavarse las manos y a quienes viven hacinados toda la familia en un pequeño cuarto. ¿No debiéramos asegurarnos que nadie queda sin sustento, antes que financiar a los dueños de bancos y grandes empresas?

Esta desigual mezquindad ha dejado millones sin sostén económico y con hambre. La consecuencia es que cientos de miles salen a las calles desesperadamente a tratar de vender cualquier cosita o, sin más opciones, optan por caminar cientos de kilómetros hasta sus pueblos de origen donde podrán tener algo que llevarse a la boca. La debilidad del estado, la desconfianza en lo público, la falta de empatía con el prójimo y la informalidad son los elementos institucionales y culturales que explican los agujeros de la cuarentena, pero la extrema necesidad económica es un factor igual o más importante. Mantener esa política de torpe focalización ahora es completamente absurdo, los “caminantes” muestran que hay un desborde social que exige respuestas. Me preguntaron cómo se podría trasladar a los 25 mil que quieren regresar a Cajamarca sin multiplicar la epidemia; lo que necesitamos es que la gran mayoría de ellos acepte quedarse dándoles un sostenimiento económico garantizado, es decir, el bono universal. No veo otra salida ¿o alguien cree que se puede cuarentenar por dos semanas a 25 mil en Cajamarca? ¿o acaso no importaría que el virus se esparza en todas sus provincias y distritos como pradera en llamas?

REACTIVACIÓN, EMPLEO Y TRANSPORTE

La Confiep y las grandes empresas presionan ahora porque se les levante la cuarentena. Porque seamos claros: cuando desde El Comercio y el MEF se habla de terminar la cuarentena, no están pensando en esa enorme cantidad de peruanos que vivía de la venta ambulante, el restaurantito apretado, el mototaxista, la tiendita en una galería, la peluquería del barrio. Tampoco están centrados en como producir mascarillas, equipos de protección personal y ventiladores que necesitamos tiempo record. Están hablando de las minas, la pesca industrial y las grandes empresas. En ellos piensan, y mientras calculan cuánta plata se mueve ahí, no nos dicen que la cantidad de gente que podría emplearse ahí sería ínfima en relación a la gente que se ha quedado sin trabajo y sin ingresos.  Esa política no resolverá el problema de la enorme pobreza, necesidad y angustia en muchos hogares, y por eso aunque se aplique seguirá siendo muy urgente la necesidad de un bono de amplia llegada, de vocación universalista.

Algunas industrias podrían retomar actividades para producir bienes muy necesarios, siempre que se asegure que se cumplan estrictos protocolos sanitarios. La agricultura, en particular, debe ser promovida, porque seguiremos necesitando alimentarnos. Pero tenemos un empresariado acostumbrado a despreciar los temas de salud y seguridad en el trabajo, como se vio en el caso de las personas muertas electrocutadas en Mc Donalds, con un sistema de fiscalización laboral casi inexistente y hoy fuera de funcionamiento. Las poderosos minas, donde las ganancias se cuentan por miles de millones, han tenido varios casos de contagio. Fui a un supermercado de un gran conglomerado empresarial especializado en “retail” y no había control del aforo ni desinfección de las manos de quienes ingresan ni se pide a los clientes que no anden tocando los productos que no van a llevar. ¿Qué podemos pensar entonces?  En estas circunstancias, con un alto riesgo social, lo razonable es ser desconfiados.

Por otro lado, antes de permitir la circulación masiva necesitamos tener los sistemas de transporte listos para que no se generen aglomeraciones que son focos de contagio masivo, lo que requiere que circulen el doble de unidades llevando cada una a menos gente de manera que se mantenga la distancia física necesaria.

UNA CUARENTENA SUFICIENTEMENTE BUENA

La cuestión central ahora, sin embargo, es que seguimos necesitando la cuarentena, pero tiene que ser una cuarentena que sostenga económicamente a la gente y que atienda las perforaciones que tiene; sólo así la cuarentena será humana y eficaz.

Sobre el sostenimiento económico, he insistido bastante, desde semanas atrás, sobre la necesidad de un bono de amplio alcance, “universal”, y de cómo sí es viable. Es urgente, ya no puede esperar más. Es indispensable, no hay salida que defienda la vida sin ese bono. Es posible financiera y operativamente. No quedan excusas para no hacerlo.

Dedicaré ahora unas líneas a hablar del otro tema crítico: los mercados, donde hemos visto varias veces demasiada gente y poca distancia física. Las familias tenemos que abastecernos para poder comer y vivir, pero la aglomeración de la gente en los mercados favorece la propagación del coronavirus. El problema no es de comportamientos individuales, sino de ordenamiento social. Pongo acá unas medidas posibles al respecto: 1. La matemática simple dice que si todos debemos salir a comprar, mientras más días y más horas estén abiertos los mercados, menos gente estará allí en un momento determinado; en consecuencia hay que permitirlos en domingo y ampliar sus horarios. 2. Para que vaya menos gente a los mercados hay que ampliar las entregas de productos a domicilio, con un protocolo sanitario que incluya lavado reiterado de manos, entregas minimizando el contacto y pago por internet siempre que se pueda. 3. Promover un app de celular que nos diga en tiempo real cuanta aglomeración hay en cada zona y nos recomiende a que sitios podemos ir sin mayor riesgo. 4. Finalmente, en todos los mercados hay que tener reglas de “aforo” o cantidad de gente que puede entrar, y aplicarlas teniendo solo 1 o 2 puntos de ingreso controlados.

No sé si serán buenas todas estas propuestas, pero estoy seguro que el objetivo en el que hay que concentrarse es en seguir martillando el coronavirus y asegurando la subsistencia. No sólo es una cuestión de vidas humanas; no hay reactivación económica posible con la enfermedad y la muerte campeando. Primero lo primero.