BAILANDO HUAYNO A DOS METROS DE DISTANCIA

En la calle hay más gente circulando, aunque todavía lejos de lo que antes podíamos considerar “normal”. Aunque la cuarentena desde un punto de vista legal continúa, en la realidad se ha convertido en una semi-cuarentena: algunos la cumplen y otros no. Felizmente el uso de la mascarilla hoy es generalizado y mucha gente intenta mantener la distancia, aunque no siempre eso es posible en los mercados y el transporte público, y no faltan claro grupos de irresponsables, consigo mismos y con la sociedad que hasta organizan fiestas y chupandas.

¿Será suficiente esta semi-cuarentena para evitar que el COVID-19 se acelere, cuando esta epidemia no llegó nunca a tener una tendencia a la baja y en Lima y varias ciudades de la costa y selva los hospitales siguen totalmente sobrepasados? Tremenda duda, una duda mortal. Mi opinión es que debió irse a lo seguro, asumir la postura de Bolognesi de luchar frontalmente contra el enemigo hasta quemar el último cartucho, para lo cual había que repartir rápidamente un bono universal que realmente llegara a todos los peruanos y ser mucho más cauteloso con estos anuncios de “reactivación económica” cuando millones sufrían necesidad extrema. Pero ya estamos en este caballo a mitad del río y hay que hacerlo lo mejor posible.

A nivel internacional Tomás Pueyo planteó hace unos meses que para enfrentar esta epidemia habrían dos etapas, “el martillo y el baile”, traduciendo en políticas lo que la modelación de la epidemia por parte del Imperial College London sugería. La cuarentena era el martillo; luego de que esta bajara la curva de enfermos y muertos debía venir “el baile”, una etapa en la que debía irse de a pocos abriendo la circulación y con ello la producción. Para el Perú, el ingeniero Ragi Yaser Burhum lo tradujo como “el martillo y el huayno”, y no deja ser una paradoja el que se considera este baile de origen serrano cuando es en las provincias de mayor altura donde el Covid-19 ha golpeado mucho menos. Nosotros ya empezamos el baile del huayno aunque el martillazo no aplanó la curva, que era la condición básica de los modelos y planteamientos iniciales. No nos queda, ahora, sino bailar, manteniendo la esperanza de que este huayno no nos lleve a un tsunami mortal de coronavirus y obligue a una nueva encerrona.

BAILANDO A DOS METROS DE DISTANCIA

Empecemos recordando que, ya que estamos bailando un huaynito, no podemos bailarlo como solemos: tenemos que hacerlo a más de dos metros de distancia con mascarilla puesta. Nadie quisiera tener que bailar así, sin acercarse a la pareja y con media cara tapada. Pero así es la vida y debemos agradecer que al menos podemos hacerlo y mirarnos a los ojos.

Yo personalmente no soy nada bailador y lo que extraño mucho es el poder gozar una conversación, un lonche o unos juegos de mesa con mis hijas o mis amigos, y salir a comer algo rico y tomarse un traguito.  Quisiera mucho también poder ir a la universidad, hablar relajado con mis colegas tomando un cafecito, hacer mi clase, ayudar a estudiantes y trabajar con jóvenes promesas de la profesión. Muchas de esas cosas ahora las hago vía Zoom, wasap o similar pero definitivamente no es lo mismo, sobre todo con mis seres más queridos. Poco a poco tendremos que pensar como nos vinculamos en el mismo espacio pero manteniendo la distancia y condiciones de seguridad, respetando esos límites que la emoción nos urge traspasar. 

¿Sabemos algo más de las medidas de precaución? Un reciente estudio publicado en la prestigiosa revista de salud pública The Lancet revisó 172 estudios observacionales y 44 análisis comparativos en coronavirus. Dos cosas me llamaron la atención de las que había oído pero no estaba tan consciente: las máscaras de tela simple sirven (76% de eficacia) pero las N95, que son esas más profesionales, sirven mucho más (96 por ciento de efectividad), así que ya no salgo sin mi N95. La otra es que cubrirse los ojos es bien importante, la protección ocular reduce el riesgo en 78 por ciento, recordando que infectarse a través de los ojos puede suceder porque el virus llegó a través del aire o porque nos lo pusimos ahí al frotarnos los ojos.  Se ratifica que mantener un metro de distancia reduce el riesgo en más de 80 por ciento, pero si pueden estar a dos metros el riesgo es todavía menor.

Mi familia y yo aún tratamos de ir de compras lo menos posible: a veces logramos hacer pedidos que nos traigan a casa, en la bodega de la esquina hay atención con poca gente, otras veces hay que salir al mercado o supermercado. Ni modo. Felizmente, somos profesores universitarios y profesionales de lo simbólico y analítico y ninguno tiene que salir a trabajar. Cuando hay que transportarse, evitamos el transporte público; caminar o usar bicicleta es seguro y nos da aire, hacemos ejercicio y no generamos contaminación y congestión, pero eso no es posible para todos. Las grandes empresas debieran proveer transporte seguro a su personal.

En el trabajo, hay que mantener la misma regla, con firmeza, sin excepciones: más de dos metros de distancia de los demás en todo momento y con una mascarilla bien protectiva, si no es una N95 al menos una que tenga varias capas de tela (no de cualquier manera, hay algunas combinaciones y tipos de tela recomendadas por los estudios realizados). Deben lavarse las manos y desinfectar las superficies con frecuencia, al menos una vez cada hora. Tenemos que asumir con rapidez esta difícil realidad, está costumbre que no es sencillo asimilar. Y no podemos aceptar que un empresario obligue a trabajar a poca distancia y sin las medidas de seguridad necesaria; cuando así pase, hay que tomar las fotos, subirlas a las redes, denunciarlos y hacerles roche: la vida es lo primero. No podemos permitir que vuelva a suceder como en Antamina que terminó con más de doscientos casos de coronavirus y al menos un fallecido.

En este contexto, de cuarentena levantada de facto, se mantienen reglas que hoy no parecen tener ningún sentido como la encerrona de los domingos y desde las 9 de la noche. Hoy, claramente el mantener la distancia física es una responsabilidad que recae sobre los ciudadanos, ya no sobre la policía o el ejército, y lo mejor es que haya más espacios abiertos durante más tiempo. Conviene que las tiendas y bancos atiendan horarios más prolongados para facilitar la distancia física entre las personas, y eso no solo debiera ser permitido sino facilitado y hasta obligado.

EL BONO UNIVERSAL SIGUE SIENDO NECESARIO

Algunos pueden pensar que porque la gente a está saliendo a trabajar, para qué insistir con el bono. La última encuesta del instituto de Estudios Peruanos muestra la gravedad del empobrecimiento y la crisis de las economías familiares. El 70 por ciento de los encuestados, y eso que son encuestas a teléfonos celulares y que por lo tanto no incluyen a quienes no tienen ese medio, ha reducido su consumo de alimentos.  El 35 por ciento en algún momento se ha quedado sin alimentos, es decir, con hambre y sin poder satisfacerla. Traduzcamos esto en números: ¡son 10 millones de peruanos con hambre! Para quienes pensaban que en zonas rurales el efecto es menor, se equivocan: en esas zonas el 90 por ciento (¡) come menos que antes y el 59 por ciento, casi 3 de cada 5, se ha quedado sin comida unos días. Los pobres de las ciudades, los llamados estratos D/E, tienen una situación igual de dramática: el 87 por ciento come menos y el 55 por ciento se ha quedado sin comida.

¿Esto se va a resolver de la noche a la mañana, con la “reactivación fase 2”? No, claro que no. Aun muchos negocios, como la enorme mayoría de restaurantes y servicios personales, están cerrados. Son millones las personas sin empleo, que salen a las calles a ver que comercian o que pequeño servicio realizan, en cual esquina limpian vidrios a los pocos carros que pasan, muchos de ellos de taxistas también empobrecidos. Salen a recursearse a una calle donde es muy difícil vender porque la enorme mayoría está ajustada en sus bolsillos y también asustada frente a la enfermedad y frente al desempleo y el hambre.

El estado tiene fondos para enfrentar esto. Para una emergencia es que se hicieron ahorros fiscales en el pasado. Ya dieron 30,000 millones a la banca y empresas pero a la gente no le ha llegado ni la sexta parte de esta suma, pero hace semanas que han establecido que para la banca haya otros 30,000 millones. Darle dinero a la gente más necesitada es urgente por su situación que la hace extremadamente vulnerable a cualquier enfermedad y en particular al coronavirus. Hay que superar la idea de que solo la enfermedad y la falta de oxígeno matan, también la pobreza, el hacinamiento, el hambre, la malnutrición y la precariedad.

Además, si queremos que haya alguna reactivación y que las industrias y comercios puedan reactivarse, es indispensable que haya demanda, para lo cual la gente tiene que tener algún dinerito en el bolsillo. ¿Para qué van a producirse más pantalones, libros o muebles, si las ventas van demasiado flojas?

Bailemos el huayno, ya que así se ha decidido. Pero al menos que el estado otorgue un sustento para que podamos estar todos en este baile sin tantas angustias, todos con algún respaldo económico que evite el hambre.