El largo discurso presidencial parecía el de cualquier 28 de julio, con sus optimistas balances de lo hecho y su listado de obras prometidas. Pero esta medianía es ahora trágica, porque el 2020 no es cualquier año: llevamos 50 mil muertos en apenas 5 meses de pandemia y se van sumando 4 mil cada semana. En proporción a la población, que es la forma para poder hacer comparaciones válidas, nuestro país registra el nivel de fallecimientos producto de la pandemia más alto de todo el mundo.

¿Estoy exagerando? Todas las cifras indican que la tendencia de muertos no está reduciéndose; si algo sucede, es que está aumentando. No solo en Arequipa y otras ciudades del interior la gente se muere en la calle por alta de camas UCI u oxígeno; en la propia Lima la cola de espera por una cama UCI se acerca a un ciento de personas.

Lo que vivimos hoy es terrible, aunque a veces parece que los peruanos cerramos los ojos ante la tragedia que vivimos. Pero quien aspira a liderar una nación tiene que partir de un análisis descarnado y crudo de la realidad y no reforzar autoengaños.

Está muy bien reconocer el enorme esfuerzo de profesionales y trabajadores de la salud, así como el meritorio avance en camas hospitalarias y oxígeno que hay que aplaudir sin reservas. El problema es que todo eso se queda muy corto ante el enorme número de contagios, que según estudio reciente del Instituto Nacional de Salud llega en Lima y Callao a más de 2 millones 700 mil personas. Es ese vertiginoso ritmo de enfermos lo que causa los 4 mil muertos semanales por la pandemia de los que Vizcarra no quiso hablar en su mensaje presidencial.

Tengo una diferencia moral, que se transforma en indignación, con ese silencio presidencial. No olvido que mueren sobre todo los más pobres, los que viven hacinados, los que no tienen agua o desagüe, los que tienen que subirse a un bus congestionado para poder sobrevivir.  Oigo a Vizcarra decir que “durante décadas la salud no estuvo en la agenda pública, durante décadas la salud fue olvidada y postergada” y me da bronca que su política actual sea precisamente esa: postergar la salud pública para priorizar la agenda de la Confiep y los grandes negocios.

Lo que dijo el presidente sobre el presupuesto para la salud es por demás revelador, anunciando “la mayor inversión de salud de la historia…cerca de 20 mil millones de soles” cuando este año el presupuesto de salud es de 22,800 millones. Vaya manera de sacar a la salud pública de su postergación. Pero hay otro elemento sustancial de las políticas de salud pública que obvió, y ese es la importancia de evitar contagios antes que curar enfermos. Vizcarra atisbó esa cuestión esencial en momentos anteriores, cuando sacó adelante los octógonos informativos en la comida chatarra y cuando aplicó la cuarentena. Pero ahora ha olvidado la necesidad del buen uso de mascarillas altamente protectivas y de los protectores faciales, habló del transporte urbano como si no hubiera nada que hacer con él hasta el 2022 aunque sea foco de contagio y, habiendo ciudades y regiones como el Cusco que claman por una cuarentena para proteger sus vidas, no las incluye en su discurso.

No puedo dejar de relacionar ese “olvido” de la necesidad de cuidar la salud de los peruanos regulando mejor la economía y la sociedad, con ese viejo pregón ideológico de la Confiep que prioriza las ganancias empresariales por encima de la salud, el bienestar y la vida e insiste que nadie debe meterse con “su economía” ni regularla de ningún modo porque eso sería una nefasta “tramitología”.  

BONO Y POBREZA

Junto a la enfermedad y muerte, tenemos un empobrecimiento masivo y brutal. El estado peruano debe asegurar la subsistencia de las familias peruanas y la falla del gobierno en atender esa necesidad ha sido notoria. Pero Vizcarra se ha referido al bono de 760 soles como un logro del gobierno diciendo que llegó al 90% de primer padrón. Pero resulta que 760 soles para cinco meses son menos de 5 soles diarios, y eso para toda una familia. Esa misma ridiculez quiere repetirse ahora, un solo pago para otro semestre, cuando es obvio que no alcanza para nada.

Hay otra trampa en la afirmación presidencial sobre la entrega de los Bonos: el 23 de abril, hace más de tres meses, Vizcarra dijo que “ningún hogar se quedará sin bono universal”. No dijo “ningún hogar del padrón se quedará sin Bono”, no. Pues resulta que se han quedado sin recibir Bono alguno entre 6 y 7 millones de peruanos necesitados.

Ahora se anuncia que “pronto” se llegaría a 2 y medio millones de familias más. Pero hay algo importante que Vizcarra ha ocultado en su mensaje: su gobierno ha decidido que 934 mil personas sobre los cuales no han logrado información sobre a que familia pertenecen, simplemente se les negará cualquier ayuda de este tipo. Esta decisión figura en el Acta 006-2020-PCM/CIAS del Consejo Interministerial de Asuntos Sociales del 17 de julio, reunión en la que estuvieron Vizcarra, Cateriano y 15 ministros más. Con el mayor desparpajo y a ocultas, deciden que las deficiencias del propio gobierno, las paguen miles que resultan excluidos. Como se planteó desde un inicio, la alternativa directa y sencilla es darle un Bono a todos los que tienen DNI y listo, estando a identificadas y probadas diversos mecanismos de pago para hacerlo.

¿Por qué lo hacen? Solo puede haber una razón: ahorrarse algunos millones de soles en ayuda social, de tal manera que mientras a las empresas se les da mediante reactiva Perú y otros mecanismos casi 100 mil millones de soles, a las familias se da menos de la octava parte. El hambre, la evicción, la miseria, el dolor, la necesidad insatisfecha, de estos cientos de miles de familias a quienes se niega la ayuda económica pasan a último plano.

RECESIÓN Y DESEMPLEO

La falta de empleo e ingresos de millones de peruanos es el otro asunto clave frente al cual no se está planteando soluciones reales. El discurso de Vizcarra evidencia el serio error de pretender una recuperación económica mientras la epidemia sigue descontrolada. Por ejemplo, es francamente absurdo pretender, como dijo en el mensaje de 28 de julio, que ocho proyectos de infraestructura turística por 142 millones de soles van a atraer un millón de turistas: ¿a quién se le puede ocurrir que van a venir turistas en masa a un país que tiene la tasa de mortalidad más alta del mundo? Por más que permitan negocios de manera indiscriminada sin un criterio de salud pública, hay muchos rubros en los cuales no va a haber consumidores por el simple hecho de que tenemos miedo de contagiarnos y morir. Yo a una discoteca o un cine no voy ni pagado.

Reactivar sin criterio de salud pública se topa entonces con este muro, el de los consumidores que con buen sentido queremos cuidarnos. La idea del gobierno de cerrar los ojos frente al contagio, dejar libres a las empresas para que intenten regresar al pasado, y reaccionar tarde y mal frente a las siempre desbordantes demandas de UCIs, no sólo favorece que se multipliquen enfermos y muertos, es también un freno efectivo a cualquier reactivación económica.

Por otro lado, Vizcarra nuevamente anuncia que su gobierno apretará el acelerador del crecimiento económico con el plan ArrancaPerú de inversiones públicas. Este plan tiene dos grandes problemas. El primero es el tamaño: menos de 1 por ciento del PBI. Esta cifra ya hubiera sido baja antes de la pandemia; ante la enorme caída de la demanda, es una insignificancia. La segunda es el tiempo: si aun está por empezar, aunque ya se había anunciado hace mes y medio, es obvio que ese ínfimo impulso reactivador recién estará agarrando viada dentro de muchos meses.

Con el freno pisado a fondo y el acelerador apenas con un toque, ningún carro se va a mover, y menos uno desvencijado y achacoso como es la economía peruana. Este 28 de julio era una oportunidad para dar un giro. Enfrentar la epidemia frontalmente y con todas las herramientas disponibles, desde el sistema de salud pero también en el transporte, el comercio, la economía, las comunicaciones y el liderazgo político. Empujar una reactivación selectiva donde tengan prioridad el agro, los servicios de salud y la educación, todas necesidades básicas que pueden emplear a muchas personas. Para reactivar la demanda, aplicar dos políticas vigorosas, decididas, amplias; inversión pública todo dar y apoyo económico a las familias con un bono mensual hasta fin de año. Ha sido una oportunidad desperdiciada.

PROSPECTIVA

En el pasado Martín Vizcarra confrontó a la corrupta mafia aprofujimorista. Ante la pandemia aplicó una cuarentena sin la cual la epidemia hubiera sido mucho peor. En ambos momentos, tomó decisiones difíciles y la ciudadanía reconoció el valor de su liderazgo. ¿Dónde quedó ese Vizcarra? El mensaje de 28 de julio indica claramente que ha desaparecido.

La tristísima verdad es que con la epidemia arrasando y la demanda deprimida, al final de este mandato presidencial lo que vamos a tener son unas cifras de muerte y pobreza escalofriantes. Ojalá que, en nuestro bicentenario, eso sirva para promover ese gran giro que necesitamos como nación. No hay que perder la esperanza.