Ridículas las declaraciones de PPK señalando solo como de “extrema izquierda” a quienes piden que se vaya. Tanto que, justificadamente, ha sido más motivo de burla que de discusión real. En medio del choteo, un amigo tuiteaba que ya quisiera él que todos los que piden la salida de PPK fueran de extrema izquierda. Siendo yo de izquierda de toda la vida, me dejó pensando, nuevamente, sobre qué demonios es una “extrema izquierda”.

¿Qué ideas circulan o han circulado en las izquierdas que yo no comparto y que algunos podrían considerar extremas? Una, la idea de la revolución violenta. Dos, el desprecio por la democracia representativa y el equilibrio de poderes, para reemplazarla por una “dictadura del proletariado” basada en el control del poder por un solo partido. Tres, la estatización de toda la economía.

Hoy en día, hablar de revoluciones armadas me parece no solo fuera de sitio y lugar sino además, considerando la historia del Perú de los ochentas, jugar con un fuego muy peligroso. Hemos sufrido en carne propia la enorme destrucción, dolor,  muerte e inhumanidad que trae la guerra, ese monstruo grande que pisa fuerte. Sería idiota e irresponsable plantear algo así; pero no conozco a nadie en la izquierda que hoy plantee eso. Un cambio social profundo por la igualdad que es la gran bandera de la izquierda, exige un amplio convencimiento popular y un gran respaldo de la opinión pública expresado en votos en las urnas, manteniendo un diálogo abierto con el país y las diversas fuerzas sociales y políticas.

Eso de las “dictaduras proletarias” y los partidos únicos es también muy negativo. La libertad tiene que cuidarse y respetarse, en especial la libertad de expresión. Al respecto no es necesario revisar las experiencias de otros continentes u otras latitudes. En el Perú fue Alberto Fujimori quien logró la mayor concentración del poder, controlando junto a Vladimiro Montesinos el Poder Judicial y la fiscalía, comprando con millones de dólares a canales de televisión y (por mucho menos) a parlamentarios de oposición. Resultado: una profunda corrupción. La democracia exige separación de poderes y para ello hay reglas de juego que deben ser respetadas (en relación a lo cual el gobierno de Nicolás Maduro no cumple ni el mínimo indispensable).

Finalmente, está claro que una economía solo puede prosperar si el mercado y la inversión privada tienen un espacio importante para desarrollarse. Una economía totalmente estatizada no es buena receta, como lo han demostrado las experiencias de Rusia y China, en dos sentidos distintos, pero también las de Cuba y Venezuela (ambas con malos resultados). Eso no quiere decir, para nada, que hay que cerrar todas las empresas estatales y desregular el mercado al máximo para que los monopolios hagan lo que les da la gana: es posible una “economía del bien común” como ha escrito recientemente el premio nobel Jean Tirole.

Yo no sé si se me puede considerar de “extrema izquierda”. ¿Extrema izquierda es querer un cambio profundo, que acabe con la corrupción, que termine con los lobbies y las puertas giratorias, que afirme rotundamente la igualdad y la inclusión, que busque empleo digno para todos como objetivo económico central, que se gobierne escuchando y empoderando a los campesinos y trabajadores, a las regiones, a las mujeres y a los jóvenes? A mí, no me parece que sea algo “extremo” sino simplemente algo razonable.