La situación venezolana es desastrosa, pero algunos en la izquierda no lo quieren reconocer. Es cierto que Venezuela tiene una derecha golpista, cuyas relaciones con una oligarquía que durante décadas se apropió de la enorme renta petrolera sin distribuir casi nada al pueblo son notorias. Es también cierto que parte de la movida actual contra Maduro está orquestada desde Washington DC, donde el gobierno de Trump ha establecido explícitamente que la política internacional de los Estados Unidos se orienta exclusivamente a defender sus intereses (y no a promover la democracia a nivel mundial), siendo muy claro que su interés es el petróleo venezolano. Para lograrlo, buscan impedir cualquier salida concertada, prefiriendo un golpe militar como el que hicieron, pero terminó fracasando, en 2002. Nada de eso puede ocultar, sin embargo, la responsabilidad central de Maduro, cuyas políticas han tenido resultados tremendamente negativos para el pueblo venezolano, en términos económicos, sociales y políticos.

Circulan por ahí en Internet mensajes resaltando los logros de Venezuela en términos de economía, pobreza y salud en años anteriores. No nos engañemos, esos datos estadísticos corresponden a años anteriores. El PBI venezolano acumula una caída en 4 años superior al 30%, lo que refleja una crisis productiva y económica de grandes magnitudes, que los peruanos solo hemos visto entre los años 1998-1990 durante el primer gobierno de Alan García. La hiperinflación ha hecho que en los últimos dos años los precios en Venezuela se multipliquen por veinte y sigan acelerando su subida, trayéndose debajo de manera brutal los salarios y pensiones reales. Estos dos hechos son los que explican la masiva salida de venezolanos en búsqueda de sustento al exterior, incluyendo Perú, pero a quienes el “demócrata” Trump cierra la entrada con un portazo.

La situación de salud pública también es crítica; según un resumen de estadísticas oficiales reportadas en la prestigiosa revista académica The Lancet, la mortalidad materna venezolana aumentó 66 por ciento el 2016 y la mortalidad infantil 30 por ciento, cifras con las cuales el desastre de Maduro sobrepasa largamente el de Alan García, cuando a pesar de similar caída en la economía y los salarios y tremendo desabastecimiento de los hospitales, al menos se mantuvo el programa de vacunas.

Por último, está claro desde la convocatoria a una última Asamblea Constituyente con reglas electorales sesgadas para reemplazar al Congreso cuyas elecciones ganó la oposición, que cualquier idea de equilibrio de poderes autónomos y reglas democráticas justas estaba siendo dejado de lado. Nuevamente, siendo cierto que parte de la derecha ha tenido un comportamiento golpista, eso no justifica ninguna dictadura.

UN BALANCE ECONÓMICO

¿Este pésimo resultado estaba cantado desde el comienzo del chavismo? Por el lado económico, hay que resaltar que se trata de un pésimo manejo macroeconómico y de desarrollo productivo. Pésimo, considerando que Venezuela tiene una riqueza petrolera inmensa. Pero por un lado, todo indica que no han cuidado a su gallina de los huevos de oro la estatal PDVSA, no han promovido otros sectores productivos como el agro y han desincentivado la producción y la inversión privada. Pero quizás el peor error económico es que no han guardado pan para mayo, ahorrando buena parte del chorro de dinero que les cayó en los años de las vacas gordas. Eso ha hecho que, cuando se cayó el precio del petróleo a nivel internacional, sufrieran un shock cuyas proporciones puede fácilmente compararse con un tsunami, frente al cual Maduro reaccionó pésimo, con controles de precios y del tipo de cambio que no van a ningún lado.

Pero como prueba de que las cosas podían hacerse diferente, allí está el otro país sudamericano que optó por un cambio: Bolivia. Evo Morales fue incluso más radical que Hugo Chávez respecto de los hidrocarburos, puesto que PDVSA ya era estatal desde hace años mientras que Evo nacionalizó el petróleo y gas. Pero la gran diferencia entre ambos es que Bolivia sí guardó pan para mayo (altas reservas internacionales y fiscales). Gracias a ello los últimos años Bolivia ha tenido un crecimiento económico de los más altos de la región (bien por encima del Perú), logrado con un fuerte impulso fiscal financiado con esos fondos ahorrados en años anteriores. El petróleo ya recuperó en parte su precio en los mercados internacionales (de un pico de 100 cayó a 30 y ahora anda por 60)  y todo parece indicar que la economía boliviana podrá pasar el bache manteniendo un fuerte ritmo de crecimiento, mientras la crisis económica venezolana con hiperinflación de por medio ya no tiene marcha atrás.

Así, una mirada a las experiencias latinoamericanas de la década pasada en política económica, a las que podríamos sumar lo hecho en Chile y Brasil, muestra que sí se puede capturar la renta de las actividades extractivas y usarlas en mejorar la educación, la salud y la infraestructura, manteniendo la estabilidad macroeconómica. Esta posibilidad fue la que el pueblo peruano vio cuando optó por un cambio hacia la izquierda y votó por Ollanta Humala, voto que fue tempranamente traicionado para continuar con el neoliberalismo.

DEMOCRACIA EN DEBATE

Los años del boom de las materias primas fueron también en Sudamérica los años del surgimiento de nuevas izquierdas, alguna vez clasificadas como las radicales o rojas (Hugo Chávez en Venezuela, Evo Morales en Bolivia, Rafael Correa en Ecuador) y las “rosadas” (Bachelet en Chile, Lula en Brasil, Pepe Mujica en Uruguay). Hoy la corrupción demanda mirar las cosas con otro filtro, pero fueron los “rojos” los que plantearon cambios de régimen con asambleas constituyentes y rupturas de viejas dominaciones oligárquicas. Al mismo tiempo, sin embargo, aunque los “rojos” se mantuvieron dentro de democracias electorales, tendieron a optar por reelecciones sucesivas de sus presidentes-caudillos, cuyos finales hoy vemos: muerto Chávez vino un muy torpe Maduro  y en Ecuador, donde Correa optó por dejar el poder, ha devenido en una ruptura con quien aparecía como su heredero, Lenin Moreno. Qué suceda con Evo Morales está por verse, pero la lección parece claramente indicar las grandes dificultades de sostenibilidad de estos regímenes de democracia plebiscitaria, como han sido llamados.

El problema es que, en términos de democracia, cabe aplicar el aforismo cristiano de que quien se siente libre de culpa tire la primera piedra. Ya en esta misma revista el director ha señalado que el Perú no es ningún ejemplo de democracia, con un presidente que, cuando ministro y premier, daba ventajas a Odebrecht con una mano mientras le recibía millones con la otra. En Brasil, un país donde la izquierda respetó la división de poderes, se mezclan una corrupción arraigada históricamente en el propio congreso y que alcanza al propio presidente interino Michel Temer, quien hoy gobierna con 6% de aprobación nombrado tras un golpe parlamentario de sustento jurídico totalmente endeble, a diferencia de las contundentes pruebas hoy presentadas contra PPK. En Latinoamérica hemos tenido además golpe parlamentario en Paraguay, golpe abierto primero y ahora reelección fraudulenta en Honduras, fraude reiterado en México, escándalos de corrupción en media docena de países alcanzando a presidentes, y elecciones con competidores sacados por diversos pretextos (el mal ejemplo de Perú 2016 parece multiplicarse).

En  los países considerados “cuna de la democracia” las cosas también están picantes. Trump es presidente a pesar de que Hillary Clinton sacó 2 millones de votos más que él y gracias a que el dictador ruso Putin movió las redes sociales en su favor (según ha comprobado el FBI y el Fiscal Federal). En Europa, Francia, Alemania e Italia crecen las derechas xenófobas, mientras  Polonia, Hungría y Turquía claramente violan las reglas de la democracia liberal. Potencias como China y Rusia no tienen nada de democráticas, como tampoco lo tienen varios aliados de los Estados Unidos, siendo el reino de Arabia Saudita, donde las mujeres no solo no votan sino que no siquiera pueden manejar un auto solas, el más oprobioso pero nunca  criticado debido a la “real politik” del petróleo.

Los académicos recién  empiezan a discutir esta nueva situación de la democracia a nivel mundial. Recomiendo el último libro de Stephen Levitsky sobre cómo mueren las democracias, y los artículos de Dani Rodrik sobre las políticas económicas hiper-globalizantes que enajenan a las mayorías, resaltando que hoy las democracias liberales no solo están asediadas por caudillos que atacan el equilibrio de poderes sino también por la enorme distancia generada entre gobernantes y gobernados, como ha sucedido en la Unión Europea (donde gobierna la burocracia).

DE REGRESO AL PERÚ

En esta pequeña, compleja, problemática y diversa patria en que vivimos, ¿qué nos corresponde hacer? Vamos, si los Estados Unidos ya no piensan más que en ellos mismos, no pretendamos nosotros ser los campeones de la democracia internacional. Tampoco caigamos en una supuesta solidariedad antiimperialista en favor de experiencias y regímenes francamente cuestionables. Arreglemos primero nuestra casa, empezando por limpiarla de alimañas.

A la luz de la historia reciente, las condiciones de la democracia merecen una reflexión profunda, la que recién se inicia a nivel internacional. Desde donde estamos, debemos sacar lecciones de las recientes experiencias latinoamericanas, teniendo siempre presentes que cada país es diferente y que nos toca buscar nuestro propio camino sin calco ni copia. En el Perú, las gravísimas deficiencias que ha mostrado nuestra propia experiencia democrática ameritan una redefinición profunda. No podemos seguir con este esquema político que ha generado tanta corrupción y rechazo popular: necesitamos urgentemente una reforma electoral y un nuevo proceso constituyente.

(publicado el 23 de febrero de 2018 en Hildebrandt en sus Trece)