Noticia de la semana ha sido la mentira de pata de Dina Boluarte tratando de convencernos de que si tuvo una reunión bilateral con Joe Biden cuando apenas caminó unos pasos con él. Pero ha pasado casi sin comentarios los esfuerzos del gobierno de los Estados Unidos por salvarle la cara a Boluarte y las razones de ello, que son ¡vaya sorpresa! referidas a posicionamientos estratégicos de perfil económico.

El intento de lavada de cara vino luego que se hizo evidente que no había habido ninguna reunión entre Boluarte y Biden, momento en el cual Brian Nichols subsecretario de estado para América (equivalente a viceministro de relaciones exteriores para esta área) sacó un tuit diciendo que ambos presidentes sí habían conversado. Nichols no pudo decir que hubo reunión bilateral, porque no la hubo, pero es obvio que estaba respondiendo a pedidos desesperados al gobierno de Boluarte que enfrentó una crítica interna fuerte y bien merecida. Nichols, antes de tener el actual cargo, ha sido embajador de los Estados Unidos en el Perú entre 2014 y 2017, entre los últimos años de Humala y el (breve) periodo de PPK, así que conoce bien el ambiente político local. ¿Y por qué la lavada de cara? Porque Estados Unidos está preocupado, y ya lo manifestó previamente de manera formal, por lo que ellos consideran una excesiva presencia China en Perú y en particular por las implicancias de que el nuevo megapuerto de Chancay está en manos de una empresa china como accionista mayoritario. En esas circunstancias, a los EEUU le conviene llevarse bien con el gobierno de turno, aún cuando su récord de derechos humanos sea espantoso.

Vale la pena detenerse en el incidente porque revela el profundo cambio que se viene produciendo a nivel mundial debido a nuevos conflictos entre las grandes potencias, y que se hace patente ahora en el Perú. Los neoliberales peruanos han insistido por décadas que el concepto de sectores económicos de importancia estratégica no tiene sentido, que los puertos, la industria, las telecomunicaciones y la energía no tienen un valor importante para la seguridad y el desarrollo nacional, argumentando así que no debe ninguna empresa pública o acción estatal bajo esa premisa. Hoy está muy claro que los países orientan sus políticas comerciales y de inversiones bajo la premia opuesta, que si hay sectores estratégicos. Si alguien lo duda, discútaselo al gobierno de los Estados Unidos, el mayor y más importante del mundo, que nos lo acaba de enrostrar en la cara. En realidad no es algo nuevo, ya hace casi una década eso se pudo ver en nuestro país cuando, debido a una fusión internacional entre trasnacionales mineras (Glencore compró Xstrata), el estado chino para aprobar esa operación obligó a Glencore a vender la gran mina de cobra Las Bamba, la más grande del Perú, a una empresa minera estatal china  ¿Acaso era un capricho, o sólo negocios? No, era parte de una estrategia china, ya en ese momento, de asegurarse el abastecimiento de cobre para su crecimiento industrial.  Pero en ese entonces, todavía el enfrentamiento de Estados Unidos contra China era de bajo nivel; ahora tanto republicanos (Trump) como demócratas (Biden) tienen una política de contención con enfrentamiento hacia China, que ha ido escalando. En estas semanas, Biden insiste ante su congreso en pedir fondos adicionales para dar ayuda militar a Ucrania, Israel y Taiwan. ¿Y por qué incluye Taiwan, si no hay en ese espacio ningún conflicto activo? Porque el país que claramente se ha ido perfilando como el que puede socavar su rol de potencia dominante mundial es China, y Estados Unidos quiere ponerle “el pare” en todos los espacios.

Lo que estamos viendo es un cambio profundo. En cuanto a política internacional, el que Estados Unidos haya perdido su lugar de hegemón indiscutido y tenga que estar defendiendo su posición, lo ha llevado a relativizar aún más en su política internacional principios como los derechos humanos y la democracia. Vamos, que los Estados Unidos nunca le hizo asco a dictaduras retrógradas como Arabia Saudita y tampoco jamás ha aceptado someterse a la Corte Interamericana de Derechos Humanos o la Corte Penal Internacional, pero a veces parecía que en América Latina podía tener alguna simpatía por la democracia y los derechos humanos. Luego de verlos apoyar sin reservas el genocidio que está llevando adelante Netanyahu en Gaza, ¿cómo pensar que los sesenta muertos de Boluarte les iban a parecer importantes?

En la economía, durante tres décadas Estados Unidos y Europa impusieron acuerdos mundiales que establecían reglas comunes a todos y hasta China fue admitida a la Organización Mundial del Comercio (OMC). Se redujeron barreras al comercio y permitieron el despegue industrial de China y otros países del Asia, al mismo tiempo que reforzaban los monopolios basados en la propiedad intelectual de las grandes trasnacionales. Esas reglas permitieron al mismo tiempo que exportemos frutas con más facilidad y que nos cobren precios exorbitantes por las medicinas. Hoy las “reglas” de comercio de la OMC y los TLCs han sido tiradas al tacho por los propios Estados Unidos desde la época de Trump. Su nueva política es ir alineando el comercio y las inversiones internacionales con su bloque geoestratégico; y para eso los Estados Unidos aplican sanciones comerciales por doquier, incluso apropiándose (podríamos decir robando) fondos financieros de otros países – algo que no pasaba antes. Dentro de esa política de alineamiento, es que los EEUU directa y abiertamente le reclaman al Perú que hay muchas inversiones chinas acá y que en particular el megapuerto de Chancay les preocupa, porque saben que a partir de esa salida al mar es que se puede mover (o bloquear) muchos productos y no quieren que China tenga esa arma.

Esa es la realidad vigente en el mundo y que ya nos alcanzó. ¿Y el Perú? Como si nada hubiera pasado. Seguimos entregando nuestro cobre a quien se lo quiera llevar pagando bajos impuestos, como si no fuera de valor estratégico para los nuevos carros eléctricos y la transición energética; y desde luego las empresas chinas se lo llevan a China. A diferencia nuestro, el presidente de Chile Gabriel Boric con aprobación de su congreso ya subió los impuestos a la minería y firmó con China un pacto para industrializar su litio.  ¿Adónde va el gas peruano?  A donde la trasnacional lo decida, y ya varias veces de esa forma nos ha hecho trampa con lo que nos deben pagar, como si no fuera peruano. Podríamos hacer fertilizantes con él, como hace Bolivia, pero se entrega nomás y no se industrializa ¿El poco petróleo que tenemos, que no alcanza ni siquiera para abastecernos plenamente? Que lo saque cualquier trasnacional y se lo lleve donde quiera, hasta cuando lo dejan acá debemos pagarlo como si fuera importado.

Las acciones de Estados Unidos hacia el Perú nos indican que hay intereses y sectores estratégicos y que ellos actúan en consecuencia. Haríamos bien en recordarlo, pero en función de una estrategia nacional mirando al futuro, no para Boluarte refuerce su fallido intento de lavarse la cara y se olvide a la semana.