El tráfico en Lima es un horror. El tránsito es complicado en otras capitales y grandes ciudades latinoamericanas, pero el nuestro es de campeonato. Estoy en un seminario internacional en México DF, ciudad más del doble de Lima famosa por sus atoros, y aun así el tráfico palidece frente al de nuestra capital. El costo es enorme: todos perdemos muchísimas horas valiosas de nuestro tiempo, se encarece el transporte de personas y de mercancías, y la contaminación en la ciudad aumenta pues los vehículos pasan más tiempo emitiendo gases. Al mismo tiempo que se celebra la reducción de costos logísticos que puede significar el puerto de Chancay, el tráfico hace que estos costos den un salto en Lima, donde se produce más del 40% del PBI nacional. Es un verdadero desastre y hay que buscar soluciones.
Estas semanas nos abruman esas obras públicas que han pululado por doquier justo a fin de año, cuando ya sabemos que hay más tránsito en las calles. También esas construcciones de edificios que estacionan camiones justo en las horas pico en medio de la pista. Pero la crisis del tráfico limeño de estas semanas es como la gota que rebalsó un vaso que ya estaba al tope.
López-Aliaga apuesta por algunas obras dispersas, una por acá, otra por allá, sin ton ni son, que quiere que se hagan rapidito para que puedan sustentar su carrera presidencial, esa que cuando hacía campaña para alcalde de Lima negó rotundamente. Vamos a ver cuánto llega realmente a hacer; ya hemos visto que su primera gran obra, el puente encargado por los alcaldes de Miraflores y Barranco de su partido Renovación Popular, hasta ahora solo ha servido para malograr más el tránsito junto a un rosario de promesas de entregas incumplidas. Ojo que López-Aliaga ya nos endeudó por décadas de manera irresponsable careciendo de plan alguno. La pregunta de fondo sigue siendo, aun suponiendo que algunas de estas obras municipales lleguen para ayudar el tránsito en las zonas aledañas, ¿esta estrategia puede dar una solución real al congestionamiento limeño?
Mientras tanto, el tráfico de locos que tenemos se agrava por el cáncer de las pistas con huecos, que empieza a hacer una metástasis que no quiero ni pensar como llegará al 2026. Algunas veces más que huecos son cráteres o zanjas, incluso en vías principales y cruces críticos. ¿Acción de la municipalidad de Lima? Ninguna. Se deja que avenidas importantes se vayan deteriorando, siendo bien sabido que es mucho más eficiente aplicar mantenimiento preventivo y aplicar nuevas capas de asfalto antes que las pistas se deterioren y surjan los huecos. Se nos dice una y otra vez que los empresarios privados son los adalides de la eficiencia, pero nada hace al respecto nuestro alcalde. Hay varios otros cánceres pululando por las calles de Lima sin reacción municipal: los rompemuelles multiplicándose sin sentido ni medida, los carros y camiones estacionados donde no deberían, las intersecciones mal diseñadas y peor señalizadas, el desorden y casos multiplicándose diariamente hacia nuevas esquinas. Todo eso colabora, y bastante, en tener el tráfico de horror que tenemos. No es algo que carezca de solución, ni siquiera que sea tan caro o difícil de resolver, sólo requiere prestarle atención. ¿Así como se necesita eliminar barreras burocráticas en la economía, por qué no un fuerte programa para eliminar todas esas barreras al tránsito en Lima, atacándolas masivamente en muchos frentes de manera simultánea?
En estos tiempos, además, una forma importante de mejorar el tránsito tiene que basarse en la enorme cantidad de datos que se generan y acumulan cada segundo y la capacidad actual de las computadoras de procesar esa información a gran velocidad. A estas alturas de la historia es evidente que los semáforos deben ser semáforos inteligentes, cuya duración se ajuste de acuerdo al tránsito y faciliten los flujos en diversas direcciones lo más posible, y que todo el sistema de señales debe estar interconectado de tal manera de permitir “olas verdes” y flujos más rápidos. Incluso el diseño de los flujos en las intersecciones, las regulaciones y sanciones, debe ser inteligente, siguiendo el comportamiento real de peatones, ciclistas y choferes de los vehículos de diverso uso y tamaño. Si tenemos estas varias apps que optimizan nuestras rutas en la ciudad capturando donde estamos en cada instante, ¿toda esa información no puede servir para mejores diseños de pistas, intersecciones y regulaciones de flujos? Eso es tan obvio que muchas capitales de Latinoamérica ya lo tienen. Pero acá, seguimos en cero, habiendo López-Aliaga demorado dos años la opción de un proyecto de apoyo del Banco Mundial al respecto.
La base para una solución de fondo, desde luego, tiene que ser planificación urbana y del transporte con lógica de bienestar público, con ordenamiento del transporte, inversiones en metros y metropolitanos y un sistema eficiente de rutas complementarias, vías adecuadas y seguras para ciclistas y una mejor regulación con una fuerte campaña de educación vial. Si hay alguna área en la cual la propuesta “libertaria” de que el mercado lo soluciona todo y el estado debe hacer y regular lo menos posible, es en el transporte urbano. Lo que sufrimos hoy, hay que decirlo, es la herencia del modelo neoliberal que impuso Fujimori de manera particularmente extrema en el transporte urbano, que luego fue mantenido en este milenio y que ha producido la caótica y tremendamente ineficiente situación de hoy, con altísima informalidad. Por esa vía, sin embargo, el horror del tráfico limeño no tiene solución real y sostenible. Los metros nunca jamás son iniciativas privadas, y menos aún lo son los sistemas integrados del transporte con preferencia de espacios para peatones y ciclistas, que son hoy reconocidos mundialmente como los mejores sistemas. Una política pública de transporte bien pensada con fuerte intervención estatal es la clave, y así es como se ha hecho en todas partes del mundo.
Hoy eso parece mucho pedir para este país donde carecemos de gobierno más allá de algunos grupos de interés que han capturado el estado, y el alcalde metropolitano no pasa de repetir viejas estrategias. Recordemos que las obras de transporte vienen siendo utilizadas políticamente desde hace décadas en una ecuación donde se conjugan dos lados: el publicitario con la foto de inauguración y el oculto con la coima millonaria. Aunque la total ineficiencia con el puente de Miraflores, donde se cerró la bajada a la Costa Verde inútilmente, fina cortesía de los alcaldes de Renovación Popular, pone en cuestión si el primer lado de esa ecuación llegará a funcionar.
Mientras tanto, en estos tiempos difíciles en nuestras calles, yo me enfrento a este problema sacándole el cuerpo lo más que puedo. Trato de evitar todo lo que sea ir a distritos alejados o adonde sé que llegar está duro. Para reuniones, aprovechar las posibilidades de conexión virtual es lo mejor. La bicicleta es mi medio preferido de transporte, con el que evito atoros y hago buen ejercicio (aunque de la bocanada de humo negro con la que una coaster ataca alevosamente a veces no me salvo). La otra opción, si se puede, es escoger cuidadosamente el momento: la hora punta hay que evitarla a toda costa. Cuando no me queda de otra, agradezco que mi carro es pequeñito, tiene gran maniobrabilidad y entra en cualquier lugar.
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