El año 2025 viene con dos grandes interrogantes: que hará Trump y cuánto durará Dina Boluarte. No hay mayores dudas sobre qué hará este gobierno, porque eso ya lo sabemos: mantenerse en el poder bajo la dirección de la alianza APP – Fuerza Popular, mientras la presidenta intenta maniobrar frente a los juicios que se le vienen. Pero Dina está cada vez más repudiada y Acuña y Keiko pueden preferir alguien como Malcricarmen Alva que hará todas las artimañas que necesitan para perpetuarse en el poder y que al mismo tiempo crean que los quema menos de cara al 2026. La vacancia puede llegar en cinco o seis meses.
En el terreno económico, está claro que se mantendrá el modelo neoliberal que favorece a las trasnacionales y grandes monopolios, con salarios bajos, contaminación y daños la salud pública y abusos contra los consumidores. El bloque de poder económico, concentrado en los sectores minero, financiero y agroexportador, está firmemente al mando, aunque sectores como la minería ilegal, transportistas ilegales y universidades trucha, bien conectados con algunas bancadas parlamentarias, también pescan a río revuelto.
En estas condiciones, la economía peruana el 2025 seguirá arrastrándose, aún más lentamente que el 2024. Recordemos que en los dos años de este gobierno el PBI per cápita apenas ha crecido 0,2 por ciento, una cifra que se parece a la popularidad de Dina: no se distingue estadísticamente del cero. Los problemas de falta de empleos, informalidad aumentando y salarios por el piso se mantendrán. Continuaremos con un déficit público alto, violando la meta fiscal como si nada y endeudándonos sin ningún sentido. En suma, el escenario sería de continuismo, más malo que mediocre, a pesar de que los precios internacionales del cobre y el oro están al tope, constituyendo un fuerte viento de popa a favor nuestra economía. Pero una política económica que no ayuda a una recuperación vigorosa, la ola de extorsiones y sicariato crecientes y la incapacidad de gestión pública e inestabilidad política, son como estar amarrados a una enorme ancla que impide cualquier avance económico. Así vaquen a Dina y este Congreso asuma directamente el control, esto no cambiará.
TRUMP
La gran interrogante es qué va a hacer Donald Trump, quien no se caracteriza por actuar en consecuencia con lo que dice. Sus palabras muchas veces son una amenaza para negociar o sólo algo que se le ocurrió en el momento y no una decisión firme. Además, en varias de las políticas anunciadas hay varios intereses en juego de personajes de su entono cercano, por ejemplo ha hablado mucho de enfrentarse a China pero su asesor privilegiado el oligarca Elon Musk tiene enormes intereses allá.
Analicemos las propuestas de Trump en relación a nuestra economía. Aunque Trump durante la campaña dijo que pondría aranceles (impuestos a la importación) a todo el mundo, no creo que los aplique al Perú. ¿Porqué? No es porque tengamos un Tratado de Libre Comercio firmado que lo impide, porque ya Trump forzó a México y Canadá a revisarlo y a pesar de eso, nuevamente amenaza a esos países con aranceles cuya firma comprometía que se no se hicieran. Más allá de eso, la realidad es que nosotros estamos en una posición económica muy distinta a esos países. El discurso de Trump es sostener la alicaída industria norteamericana mediante un nuevo proteccionismo que corte su competencia. Pero el Perú no compite con empresas estadounidenses; les vendemos mayormente metales como cobre, oro y zinc que sus industrias necesitan, y frutas y verduras como uvas, mangos y paltas que ellos no producen. En el sector industrial, que es donde Trump centra su campaña política, nuestras exportaciones textiles son una ínfima proporción de sus importaciones (ni la mitad del 1%), no les hacemos ni cosquillas.
Hace algunas semanas varios medios recogieron declaraciones del trumpista Mauricio Claver-Carone, quien dijo que podrían poner aranceles del 60% a los productos que salgan del puerto de Chancay. Es una tontería sin credibilidad alguna: nunca se ha visto en el mundo que se pongan aranceles por puerto, si no por países. Ese señor fue impuesto por Trump en su primer gobierno como presidente del Banco Interamericano de Desarrollo y lo botaron del cargo porque estaba beneficiando a su amante; sus palabras recientes no son sino su intento de colgarse del saco de Trump haciendo eco de su retórica anti-China de una manera muy burda.
La discusión de los efectos de la política de Trump sobre el Perú deben verse en otras dimensiones. Si EE.UU. aplicara aranceles agresivamente puede generar un shock fuerte sobre China y otros países, generando una ola de barreras comerciales y efectos multiplicativos, deteniendo su crecimiento. Eso sí llevaría a que estos países le compren menos al Perú y a una caída de precios de nuestras exportaciones. Los chinos podrían usar el puerto de Chancay para mandar al Perú a precio de dumping lo que no puedan vender en Estados Unidos, terminando de arruinar nuestra golpeada industria textil. Un buen gobierno tomaría medidas defensivas para proteger esos empleos, en realidad ya las debiera haber tomado hace rato, pero ya sabemos que buen gobierno es precisamente lo que no tenemos en el Perú actualmente.
El otro gran riesgo con Trump es su amenaza de expulsar a millones de migrantes, básicamente latinos. Entre ellos hay varios cientos de miles de peruanos. Muchos están allá desde décadas atrás sin haber conseguido papeles de residencia permanente. Sólo en los últimos dos años la recesión ha empujado a más de un millón de peruanos al exterior. Si EEUU expulsara a varias decenas de miles, de peruanos, eso nos generaría un doble golpe. Por un lado las remesas, esos dineritos que mandan a sus familiares en Perú y que suman varios miles de millones de dólares anuales, se verían afectados. Por otro lado, una ola de personas llegando nuevamente agravaría el desempleo, la informalidad y la ilegalidad. En el mejor de los casos, la migración a Estados Unidos se va a volver mucho más difícil, cortando una salida de sobrevivencia y esperanza de progreso para muchos peruanos. Problema difícil, en el que sería bueno un frente común latinoamericano, nuevamente improbable con este gobierno.
De Trump también es preocupante es su política macroeconómica: se inclina hacia una rebaja de impuestos a las grandes corporaciones que generaría gran déficit fiscal, lo que sumado a mayores aranceles y escasez de trabajadores, empujaría la inflación al alza. Eso desataría un aumento de tasas de interés allá, que los capitales financieros se muevan a EEUU generando un dólar encarecido. Si esto sucediera – digo, es un decir – la consecuencia en el Perú sería menores precios de las materias primas y presiones a la devaluación del sol. En suma, los vientos externos favorables de hoy cambiarían de dirección. Con el barco de la economía peruana ya maltrecho y una situación política de alta invertidumbre, esta tormenta nos puede causar daños mayores.
Prefiero ser realista a edulcorar una realidad más bien amarga. En este fin de año, cercana la navidad y el año nuevo, quisiera poderle regalar a mis lectores visiones más optimistas de lo que se viene para la economía peruana del 2025. “Soy amigo de Platón, pero más amigo soy de la verdad», habría dicho Aristóteles. Más allá de los riesgos y complicaciones, mis mejores deseos para cada uno de ustedes: ¡que vengan mejores tiempos este 2025 y que vengan pronto!
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