El nuevo ministro de economía Carlos Oliva ha definido su política: Continuismo. “En el MEF en los últimos 25 años ha habido una política institucional con una dirección muy clara, y es la que voy a mantener”, ha dicho.  Por eso escribo Continuismo con C mayúscula, con Oliva reclamándose tan francamente heredero de Fujimori, Boloña y Camet.

Para defender esta política, el discurso que se resalta desde el MEF, los analistas y medios neoliberales es que la situación económica ya está mejorando. Como los precios de las materias primas han subido un buen tramo los años 2016 y 2017, esa alza de precios, solita, hará que la economía vuelva a crecer. Si los altos precios trajeron un boom económico entre el 2006 y el 2012, tienen confianza en que ese resultado se repetiría.

Una primera crítica este punto de vista es que, aunque los resultados macroeconómicos pueden haber mostrado crecimiento, muchos otros problemas sociales no avanzaron en resolverse sino todo lo contrario. La anemia sigue alta y la obesidad crece. El sistema de salud es una desgracia mortal. La inseguridad es un azote incesante. Y la corrupción, ni hablar. Quienes defienden el modelo económico piensan a este respecto que se trata de asuntos separados, de tal manera que ni la crisis de la salud ni la obesidad tienen relación alguna con el modelo económico. Tampoco la corrupción ni las debilidades de la democracia tendrían que ver con el neoliberalismo; solo sería pura coincidencia, algo muy difícil de creer.

Ese punto de vista obvia, muy cómodamente, que la Confiep que prevalece en las discusiones de política económica y mantiene las exoneraciones tributarias de 16 mil millones de soles, es la que misma que junta con Odebrecht una bolsa de 2 millones de dólares para Keiko. Se olvida que las promovidas Alianzas Público-Privadas preferidas por el neoliberalismo han terminado siendo una cueva de ladrones y que es la política de “destrabe” quien favorece que siga subiendo el consumo de comida chatarra y el tránsito limeño sea un desastre. Aunque no es posible responsabilizar a la política económica neoliberal de todos esos males, tampoco es posible exculparla: lo social, lo político y lo institucional no están divorciados ni corren por cuerdas separadas de la economía.

¿Seguirá el Buen Viento?

Concentrémonos, sin embargo, en el tema económico. Después de todo, sería muy bueno que regresemos a un crecimiento del 6 por ciento como el que tuvimos durante el pasado boom de precios de metales. Aunque no se creaban todos los empleos que necesitamos, al menos no íbamos como el cangrejo en este asunto crucial para las familias peruanas. ¿Bastará con confiar en que los buenos vientos de la economía internacional llenarán nuevamente las velas de este pequeño barco sin motor propio llamado “economía peruana”?

Hay dos elementos a considerar aquí. El primero se refiere al viento. Es verdad que hay buenos precios de los minerales y otras materias primas, pero el escenario económico internacional nos obliga a ser muy cautos respecto a su futuro. Los titulares de los periódicos internacionales están llenos de la guerra comercial que Trump está desatando contra prácticamente todo el mundo; a veces se la agarra con China, otras con México, también golpea a Canadá y a Europa (sólo no se pelea con Rusia debido a la ayuda que le dieron en su campaña electoral a través de medios cibernéticos). La cuestión es que nadie sabe en qué terminará la arremetida del elefante Trump contra la cristalería de los acuerdos comerciales mundiales (que no significan para nada “libre comercio”, por cierto, sino una serie de ventajas en protección de patentes y de inversiones extranjeras). Aunque el TLC entre Estados Unidos y Perú hasta ahora pasa piola porque somos absolutamente insignificantes para los EEUU y nuestra base industrial es misérrima, las consecuencias de esta guerra comercial sobre la economía mundial son impredecibles.

El otro cambio importante para determinar la fuerza y dirección del viento de la economía internacional sobre el Perú es el retiro del estímulo monetario y el alza de tasas de interés dispuesta por la Reserva Federal, el banco central de los Estados Unidos. Esto apenas está empezando, con un alza de medio punto en las tasas de interés, siendo claro que se viene otro tanto.

Ambos cambios en la política económica estadounidense, la guerra comercial y el alza de las tasas, empujan a una caída de precios de los metales y a que los capitales vengan menos por estas costas. De ninguna manera podemos estar confiados de lo que pueda suceder frente a estas amenazas.

 Y si sigue ¿hinchará igual las velas?

El otro asunto a discutir es si, aún bajo un viento similar, las condiciones de partida y las reglas actuales colocan las velas de tal manera que se hinchen como la década pasada. Otros dos cambios parecen importantes para pensar que eso no necesariamente sucederá.  Por un lado, hasta el momento no hay una avalancha de inversiones mineras como las que se gestaron y maduraron entre 2008 y 2015, entre otras razones por la volatilidad del alza de precios de los metales. Están llegando los capitales mineros, pero con menos fuerza que antes. Quizás haya todavía que esperar para que ello suceda, pero las expectativas ahora no son tan altas y regresar a los 8 mil millones de inversiones anuales (2011-2015) de inversión minera parece improbable.

La segunda condición diferente es la capacidad del estado peruano de capturar una parte de esas riquezas e invertirlas en infraestructura. Las nuevas reglas tributarias dadas por PPK favoreciendo enormemente a las mineras que se pueden ahora llevar 6 mil millones de dólares anuales de devoluciones aceleradas, tienen como consecuencia menos dinero entrando al erario nacional y por tanto menos inversión pública. Añádase a esto el deterioro de la situación política y la gobernabilidad, incluyendo lo que sucede con algunos gobiernos regionales y locales a quienes se sigue repartiendo el canon exageradamente, para tener la figura completa.

Estos son los factores que explican que, a la fecha, aunque los precios de los metales han mejorado un buen 25% desde su piso del 2015, el crecimiento del PBI peruano fue bajo el 2016-2017 y todavía los indicadores de empleo, la faja de trasmisión fundamental entre la macroeconomía y el bienestar de los hogares, no se ven nada bien. Desesperados por generar buenas noticias en este terreno, el MEF y el BCR han sacado de la manga una nueva y cuarta medida de empleo. En efecto, el Perú tiene desde hace años tres mecanismos para saber cómo va el empleo: una encuesta a empresas del ministerio de trabajo, una encuesta nacional a hogares del INEI y otra encuesta a hogares especial sobre empleo del INEI solo para Lima. Pero como ahora como estos datos no les gustan nuestras autoridades macroeconómicas han sacado una nueva medida a partir del registro de la SUNAT que nadie sabe bien cómo se calcula y que solo mide el empleo formal, cuando más de un tercio del empleo en empresas en informal. No es difícil pensar que se trata de “mentiras estadísticas”, una de las tres formas de mentir según la famosa frase de Benjamin Disraeli.

¿Cuándo desarrollaremos un Motor Propio?

Frente a esta situación, lo lógico sería aplicar una política muy fuerte para prender otros motores, propios, de la economía peruana. Seguir con un barquito a vela que depende de que haya o no viento en el siglo XXI es no responder a los cambios en la tecnología y la economía mundiales de las últimas décadas.

La inversión pública, por ejemplo, que en 2009-2014 llegó a 5,5 por ciento del PBI, ahora apenas llega a 4, cuando el construir carreteras aumenta la demanda en el corto plazo y reduce sobrecostos logísticos e integra el mercado interno en el mediano plazo. La diversificación productiva, incluyendo la industria, el turismo, el agro, los servicios, el aprovechamiento de nuestra biodiversidad y nuestras culturas, debiera promoverse con fuerza, mediante una buena banca de desarrollo, apoyo franco a start-ups y nuevos negocios, un salto en investigación y desarrollo, articulación de cadenas de valor y un tipo de cambio real competitivo.

Pero la política económica, ya nos lo ha dicho el ministro Oliva, no va a cambiar. Bajo esta política al gobierno sólo le queda, como alguna vez confesó que hacía el ex – ministro Luis Miguel Castilla, “prender velitas” para que el crecimiento de China siga y con él los buenos vientos internacionales en los precios del cobre. Así, nuestra economía estará sujeta a la buena o mala suerte.  El gobierno de esta manera juega con fuego, olvidando que fue precisamente el pésimo manejo de política macroeconómica de PPK, con esta misma línea, una causa fundamental de que la ciudadanía lo rechazara y se abrieran las puertas a su destitución.