El Perú sufre una extrema desigualdad. Estamos entre los países con mayor desigualdad económica del mundo. La derecha y la Confiep no consideran esto como un problema y tienen una ideología hecha a su medida para justificarla: el neoliberalismo aducen que las diferencias económicas incentivan el esfuerzo y el emprendedurismo.
Su problema es que a nivel internacional, en la última década ha habido múltiples estudios en torno a cómo la desigualdad económica genera impactos sociales y de salud negativos. Un libro bastante influyente al respecto, que recoge muchas investigaciones previas de los autores, es el de Richard Wilkinson y Kate Pickett titulado en castellano “Desigualdad: un análisis de la (in)felicidad colectiva”, aunque una traducción más fiel del original en inglés sería “Porqué a las sociedades más iguales casi siempre les va mejor”.
La lista de problemas sociales causados o agravados por la desigualdad según Wilkinson y Pickett es larga, y para cada uno de ellos su libro presenta gráficos, análisis estadístico y amplias referencias académicas. Entre otros incluyen efectos negativos sobre vida comunitaria y relaciones sociales, salud mental y drogas, salud física y esperanza de vida, obesidad, embarazo adolescente, rendimiento académico, violencia escolar y juvenil, encarcelamiento y movilidad social.
LA DESIGUALDAD AFECTA LA SALUD MENTAL
Ojo que lo interesante de este análisis es que diferencia los efectos de la desigualdad de aquellos de la pobreza. Me explico mejor: es bastante claro que la pobreza, incluso vista solo en términos de deficiencia absoluta de recursos materiales, tiene efectos negativos sobre la salud física y mental, la educación y otros problemas sociales. Es también claro que la desigualdad económica agrava la pobreza monetaria y la pobreza humana o multidimensional. Lo particular de los estudios y el libro de Wilkinson y Pickett es que encuentran que este efecto negativo de la desigualdad sobre la salud física y mental, la educación, la violencia y los lazos sociales se produce en sociedades afluentes, ricas, donde no hay falta de recursos y casi no hay pobreza. En otras palabras, además del efecto indirecto de la desigualdad, intermediado por la pobreza, sobre distintos problemas sociales, existe también un efecto directo. Quien fue el pionero en esta tesis fue el sociólogo inglés Michael Marmot, quien a lo largo de varias décadas realizó una serie de investigaciones conocidas como los “Whitehall studies”, por los edificios donde se concentran los altos funcionarios públicos ingreses en los cuales concentró su estudio. Marmot encontró que había un el “síndrome de status”: aunque los funcionarios públicos ingleses no fueran pobres, el encontrarse más debajo de la escala social aumentaba su mortalidad por problemas del corazón, asociada a mayor obesidad y menor ejercicio, menor descanso, así como otras enfermedades y presión alta.
¿De qué manera la desigualdad afecta la salud y genera otros problemas sociales? Se ha encontrado que los seres humanos naturalmente nos comparamos con otros en la escala social, y en esa comparación la desigualdad genera sentimientos de frustración y pérdida de autoestima, stress, ansiedad y depresión. Estos problemas de salud mental a su vez tienen efectos físicos como presión alta y condicionan conductas menos saludables, como el sedentarismo y malos hábitos de comida. También tiene efectos sobre la asistencia al colegio y la capacidad de aprendizaje en los niños y jóvenes. A nivel social, quienes se encuentran en esta situación de tener un status disminuido reaccionan de diversas maneras, ya sea buscando recuperar la autoestima mediante relaciones no saludables (embarazo adolescente) o recurriendo a la violencia, algo que se ha encontrado incluso en niños y jóvenes, o al robo y la delincuencia como forma de conseguir los bienes materiales que, ante el sistema predominante, se requieren para ganar status.
Hay que resaltar además que el problema de salud mental no es un asunto menor en nuestro país, aunque hemos estado mal acostumbrados a menospreciarlo, estigmatizar a quienes lo sufren y considerarlo un problema individual y no social. Según el estudio de “Carga de Enfermedad” que es la base estadística y epidemiológica para las políticas de salud, la causa número uno de enfermedad en el Perú son las neuropsiquiátricas, entre las que destaca la depresión con 218 mil años de vida saludable perdidos, y en segundo lugar están las llamadas “lesiones no intencionales” entre las que tiene un lugar destacado las causadas por actos de violencia.
A este trabajo se añade una reciente tesis doctoral de Ioana Van Deurzen de la Universidad de Tilburg University, basada en datos mundiales, que obtiene algunos resultados particularmente relevantes para nuestro país. Uno primero es que encuentra que una mayor desigualdad genera un menor acceso a los servicios de salud y un incremento de la anemia, dos problemas cruciales en el Perú. Uno segundo es que los efectos negativos de la desigualdad sobre la salud mental afectan a los países de ingresos bajos y medios como el Perú, países que no habían sido incorporados en el libro de Wilkinson y Pickett.
DESIGUALDAD, CORRUPCIÓN E INSEGURIDAD CIUDADANA
Los efectos de la desigualdad sobre la corrupción son otro tema clave. Estudios previos (You y Khagram, 2005) ya habían planteado que la desigualdad genera más corrupción. La idea es que un mayor nivel de desigualdad lleva a que la gente presione por medidas redistributivas, lo que va contra los intereses de los ricos, quienes responden usando su poder económico para defender sus intereses. Si cualquier parecido con la realidad peruana no les parece casual, sepan además que hay análisis estadísticos que han mostrado que esta asociación es válida, y que la propia tesis de van Deurzen nuevamente lo comprueba.
Otra revisión de los estudios sobre los efectos de la desigualdad, hecha por Beatrice d’Hombres, Anke Weber y Leandro Elia, encuentra que la mayoría de investigaciones concluye que la desigualdad promueve comportamientos criminales. Hay dos teorías de sustento: la desigualdad hace que los empobrecidos puedan ganar más con los robos, y que hay un sentimiento de frustración en la comparación con los más ricos. Parece bastante lógico pensar que ese sentimiento de frustración se agrave cuando se percibe que buena parte de la riqueza acumulada por algunos grupos proviene de la corrupción. Esta teoría también nos suena adecuada a nuestra realidad nacional.
POLITICAS Y POLITICA
Como el sistema económico capitalista genera desigualdad, durante buena parte del siglo XX los países desarrollados construyeron un “estado de bienestar” con salud, educación y protección social sostenidas en base a impuestos progresivos que recaen sobre quienes tienen más riqueza. Incluso hoy que esos estados de bienestar han sido disminuidos por las crisis y las políticas neoliberales, en muchos países europeos las políticas fiscales redistributivas reducen la desigualdad en 40 por ciento o más de lo que el “mercado” produce. Pero el retroceso en las políticas sociales y laborales ha generado que a partir de 1990 la desigualdad se haya incrementado fuertemente en Estados Unidos, Inglaterra y la mayoría de países desarrollados. Muchos analistas ven esa como la causa central del surgimiento de populismos de derecha anti-globalistas como Trump y el Brexit. Surgen también propuestas como un impuesto a la riqueza, planteado por el economista francés Thomas Piketty y hoy recogido en Estados Unidos por el ala de centro-izquierda del partido demócrata.
Pero esas discusiones no parecen llegar a nuestras costas. Cuando acá se plantean políticas para reducir inequidades extremas tales como impuestos sobre las ganancias, derechos laborales básicos o leyes anti-discriminación, la derecha y la tecnocracia neoliberal responden que son malas para “los mercados”. Incluso el “centro liberal” se deja llevar por estos cantos de sirena de las supuestas ineficiencias económicas que traerían políticas redistributivas, a pesar de que hasta estudios del FMI han mostrado que una menor desigualdad económica es buena para el crecimiento.
Nuestro país está atravesado por varias desigualdades que se refuerzan entre sí. Las diferencias entre clases y grupos socioeconómicos golpean más a quienes tienen la desventaja de venir de provincias, ser indígenas y hablar una lengua originaria o no ser hombres heterosexuales. La desigualdad económica se traduce rápidamente en inequidades en el nivel educativo, el cuidado de su salud y su esperanza de vida. La injusticia de esta situación es indignante. Peor cuando sabemos que el mayor billonario del Perú cobra precios abusivos por las medicinas en su monopolio de boticas y ha logrado una fortuna superior a lo que ganan en doce meses 6 millones de peruanos.
Más allá de la indignación, hay que saber que esta enorme desigualdad tiene consecuencias sociales y políticas bastante serias. Si no enfrentamos la causa profunda de la corrupción, la salud y la inseguridad ciudadana, como sociedad seguiremos con muchas dificultades para lograr una vida buena.
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