En la región parece haber crisis políticas por todas partes, pero sin que haya un mismo patrón. Las protestas masivas en Ecuador y Chile junto a la derrota de Macri muestran el fracaso de la derecha y su retorno al ajuste fiscal, el FMI y el neoliberalismo. Al mismo tiempo los gobiernos de Correa en Ecuador y Bachelet en Chile se recuerdan críticamente mientras Maduro preside un país en ruinas. La situación en Bolivia y una probable derrota del Frente Amplio en Uruguay pasado mañana ratifican que las izquierdas no la tienen toda consigo. Hay crisis política para todos los gustos.
Si vemos en Latinoamérica media docena de países con crisis políticas y giros fuertes, pero sin un patrón izquierda / derecha claro ¿cómo podemos explicar lo que está sucediendo? Hace dos semanas escribimos sobre dos claves económicas para entender estas crisis: la extrema desigualdad en países como Chile y el problema generado por nuestras economías que, bajo gobiernos de izquierda o de derecha, crecieron con el boom de precios de las materias primas para detenerse después. Añado ahora más elementos para entender como los perfiles de nuestras economías deben ser parte importante de la explicación de estas crisis.
Permítanme insistir en la cuestión del crecimiento económico. Los más recientes estimados de la CEPAL indican que este año 2019 Latinoamérica tendrá un crecimiento negativo. Muy distinto al promedio de 6 por ciento de Asia emergente, donde sólo China e India juntan 2,500 millones de personas. Muy distinto también al promedio sudamericano de 5,5 por ciento anual durante el periodo 2003-2011, casi una década de crecimiento acelerado. Estamos mal por seguir un modelo basado en el extractivismo de materias primas sin mayor industrialización ni avance tecnológico y por no haber sabido aplicar políticas anticíclicas.
Esto trae fuertes consecuencias de inestabilidad política. Luego del acelere vino el frenazo así que la gente está llena de expectativas frustradas; los jóvenes hoy no tienen muchas oportunidades de empleo. La excepción es Bolivia, el país de la región que con mayor éxito guardó reservas en las épocas de vacas flacas y las usó para mantener el crecimiento en los tiempos de vacas flacas del 2014 en adelante. No por gusto Evo Morales obtuvo un 47 por ciento de los votos. Pero ojo, el desbalance fiscal acumulado por varios años en Bolivia obliga a un ajuste el próximo año, esté quien esté en el gobierno (lo que augura nuevos episodios de crisis).
EXTRACTIVISMO, REDISTRIBUCIÓN FISCAL Y POLÍTICA
El modelo extractivista tiene una segunda característica: cuando los precios del cobre, el petróleo o la soya están altos, las arcas del tesoro público se llenan. Mientras más utilidades hay más impuestos se pagan, aunque el cuánto depende de las políticas aplicadas. Ecuador y Bolivia fueron los países de la región más firmes en lograr que ese dinero, que les llovía del cielo a las trasnacionales, entrara al estado para mejorar su infraestructura, su educación y su salud. Pero todos los demás países también lo hicieron. En el Perú Humala les sacó un pelo de impuestos al lobo de las mineras (pero solo un pelo) y lo destinó a Pensión 65, Beca 18, Qali Warmal y el MIDIS y a educación bajo la gestión de Jaime Saavedra, el hombre del Banco Mundial consentido del MEF.
Para quienes pensamos que el desarrollo humano es lo más importante y no nos quitan el sueño las ganancias de las trasnacionales, lograr más ingresos públicos para invertirlos en carreteras y capital humano es una gran cosa. Pero esta opción tiene serios riesgos políticos a mediano plazo: permite postergar una reforma tributaria crucial para darle sostenibilidad al fisco y le da a los gobiernos grandes posibilidades de la reelección lo que la hace muy tentadora. ¿Alguien dijo Evo Morales?
Es una paradoja que mientras más dinero capture el estado de las rentas de los recursos naturales, más podrá gasta en educación salud y carreteras, pero al mismo tiempo facilita la reelección, generando inestabilidad a largo plazo. La historia reciente de Ecuador y Bolivia puede verse bajo este lente, pero también, en otras claves, la de Brasil y Argentina (otros recursos naturales y mayor tamaño de países) y la de Chile y Perú (gobiernos más neoliberales y menos redistribuidores), aunque cada uno bajo sus propias reglas institucionales.
CORRUPCIÓN
Gobiernos con dinero fácil son también propensos a la corrupción, como muestran diversos estudios internacionales vinculando modelos extractivistas con gobiernos rateros. Pero el eje de la corrupción en la región es también complejo: Lula sale de la cárcel luego de que hace meses se haya develado claramente que hubo un complot político de jueves en su contra, aunque la amplia corrupción de Odebrecht, OAS y demás constructoras no está en cuestión. Aunque esas raterías preceden al gobierno de Lula (en Perú hay coimas de Odebrecht desde los 80s), no podemos obviar que mediante esa conexión se aportaron varios millones a la campaña electoral 2011 de Humala. El ex – presidente ecuatoriano Rafael Correa parece estar sufriendo también una persecución político-judicial, aunque las evidencias de corrupción contra altos personajes de su gobierno no son asunto menor. Hay corrupción y hay el llamado “law-fare” o guerra legal, al mismo tiempo.
Los gobiernos de derecha no son ajenos a grandes esquemas de corrupción. En el Chile de Piñeira hay también casos sonados de corrupción, y se suman evidencias de que Bolsonaro ha estado cercano a asesinatos de opositores. La corrupción de gobernantes de derecha la tenemos muy presente en el Perú, ya sabemos que PPK cobró millones por favorecer a Odebrecht y quiso hacer una movida similar con Kuntur Wasi en el aeropuerto de Chinchero, mientras Alberto Fujimori está condenado por corrupción y su hija Keiko recibió millonarios aportes de Odebrecht y la Confiep quienes a cambio recibieron leyes que los favorecieron.
Hoy el Perú tiene el gran reto y oportunidad de lograr un avance grande en este terreno si logramos meter a todos esos ladrones en la cárcel y afirmarnos en reformas políticas y judiciales profundas. Aunque las capturas de Edwin Donayre y Félix Moreno nos dan esperanzas, falta mucho pan por rebanar. Pero no debemos dejar de ver que hay un problema económico estructural que facilita la corrupción cuando hay tanto dinero de por medio en la explotación de minerales que, según nuestra Constitución, le pertenecen a la nación y no a la empresa china MMG en las Bambas o a Southern en Tía María. Si las trasnacionales basan sus negocios en aprovecharse de nuestros recursos y tener monopolios abusivos como el de la cerveza, en vez de concentrarse en traer avances tecnológicos, se generan modelos rentistas de los cuales la corrupción es la otra cara de la medalla.
COLONIALISMO
Las economías basadas en la extracción y exportación de recursos naturales tienen una larga historia en nuestra región, con una fuerte raíz colonial. La dominación española tuvo como eje económico la extracción de la plata, que salía de Potosí (hoy en territorio boliviano) pero para extraer la cual se sacaba mercurio de Huancavelica y se mandaban miles de indígenas cuasi-esclavos mediante la llamada “mita”. Si bien la mita se terminó en 1804, el modelo económico no cambió con la independencia de nuestros países ni se hizo más democrática la relación con las poblaciones indígenas. En Latinoamérica colonialismo y extractivismo van de la mano.
Una característica fundamental de los sistemas económicos modernos basados en minerales y petróleo, es que esas riquezas naturales requieren pocos trabajadores para ser extraídas del subsuelo. En nuestros países eso deja a la enorme mayoría de la población sin otra opción que subsistir en base a pequeñas chacras de media hectárea o en microcomercios cuya baja productividad obliga a la informalidad. El sistema económico primario-exportador genera exclusión en el empleo, dejando a millones permanentemente fuera del mercado de trabajo. No se pueden entender nuestras inestabilidades políticas sin ver el océano de trabajadores desocupados subsistiendo como pueden con las justas ni la causa profunda de esa situación.
Sin mayores oportunidades alternativas, los distintos grupos sociales luchan, a menudo violentamente, por una porción de la riqueza natural. Ese es el origen económico de decenas de conflictos sociales en Perú, como en Cotabambas, Chumbivilcas y Espinar en Cusco alrededor de Las Bambas y otras minas, conflictos agravados por los efectos ambientales negativos de esa mega-minería. También es parte sustancial de la historia de Bolivia, Chile y Ecuador, donde predominan conflictos y cambios sociales de escala nacional. No se puede entender a Evo Morales y Rafael Correa, o a Salvador Allende, sin considerar sus políticas de apropiación estatal de riquezas naturales ni la reacción de los grupos afectados por el cambio.
El modelo económico extractivista que privilegia las ganancias de las trasnacionales y reproduce el colonialismo, se sustenta en algunas ideologías políticas. Una es la del “cholo barato”, la idea de que nuestra economía se basa en salarios bajos y en rechazar cualquier mejora del salario mínimo aunque quien lo diga sea, como el presidente del BCR Julio Velarde, alguien que gana 41,000 soles mensuales pagados por el estado. Junto a ello, está la idea de una supuesta “incapacidad nacional” de desarrollarnos tecnológica y productivamente, por lo cual no nos queda otra sino mantener la dependencia del capital extranjero. Esta idea se mantiene a pesar de que ahora tenemos en nuestro suelo grandes empresas chinas, coreanas y vietnamitas, producto de desarrollos autónomos en esos países como alternativa a la “opción única” de origen europeo. Nuestro espíritu de colonia sobrepasa las evidencias más presentes.
De trasfondo ideológico está el racismo, la afirmación de una supuesta supremacía o mayor valor de los “blancos” y de la “cultura occidental”, un tema muy presente hoy que la usurpadora “presidenta de Bolivia” afirma que costumbres aymaras son “satánicas”. Es obvio que se trata de una reacción frente a quien fuera el primer presidente indígena tras casi dos siglos de independencia de un país con mayoría de población quecha y aymara, algo que es claramente indicativo de la profundidad de este problema.
Esta combinación de contradicciones de clase, nación y raza sigue siendo una explicación fuerte estructural, de las crisis políticas latinoamericanas. A su base económica está el modelo extractivista. Por ello, no es muy sensato confiar que el Perú sea inmune a las crisis políticas.
COMPLEJIDADES EN TIEMPOS DISTINTOS
La frase “Todo lo sólido se desvanece en el aire” se aplica bien a Latinoamérica hoy y nos obliga a reflexionar profundamente el sentido de los cambios que estamos viviendo.
La explicación de la actual seguidilla de crisis políticas en Latinoamérica no es fácil y no se limita a lógicas que vienen de la economía. Sin duda hay otros elementos, políticos e institucionales, detrás de estas crisis: cargamos con una historia de colonialismo; tenemos democracias poco consolidadas y profundas; han salido a luz grandes escándalos de corrupción; emergen nuevas agendas de cambio bajo el influjo feminista y de la diversidad sexual; crecen reacciones conservadoras intolerantes bajo el manto de iglesias evangélicas no exentas de corrupción.
Vivimos además una nueva época donde la conectividad acelerada y las redes sociales han trasformado el cómo nos comunicamos y formamos nuestros puntos de vista sobre la sociedad y la política, espacios también sujetos a mucha manipulación y fake news. En este cúmulo de posibles factores, no olvidemos la fuerza de la economía.
PD: Esta versión del artículo tiene una sección adicional a la publicada en Hildebrandt en sus Trece, la que tiene como subtítulo «Corrupción»
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