Llega el fin de año en condiciones económicas muy duras para millones de peruanos. Más de 3 millones de personas no tienen empleo y los ingresos de los trabajadores del comercio ha caído más de 20 por ciento, cifras que no vemos en más de treinta años. Los peruanos nos esforzamos duro pero muchísimos la tienen muy difícil. ¿Qué puede hacer el gobierno al respecto?
DEMANDA, INVERSION PÚBLICA Y PROGRAMAS DE EMPLEO MASIVO
Si hay un desempleo tan grande, el estado debe actuar. Desde el FMI hasta la revista de economía liberal más reputada, The Economist, coinciden en que ante un alto desempleo corresponde impulsar la demanda. Esa es la principal limitación que enfrentan los miles de trabajadores independientes, micro, pequeños y medianos empresarios: los productos no salen porque la gente está misia. Como las ventas están bajas, no tiene sentido contratar personal o invertir en nuevas tiendas. El estado puede empujar la demanda con un impulso fiscal, ampliando fuertemente la inversión pública y los programas sociales, como recomendara Keynes ante la depresión de 1930.
La inversión pública, según estudios del FMI y el BCR, tiene mucho efecto en promover la demanda, el crecimiento económico y, de esa manera, el empleo. Por eso, hay que acelerar a fondo en la inversión pública. El gobierno de Vizcarra anunció a mediados de año que se crearían 1 millón de empleos en obras públicas, pero eso viene avanzando demasiado lento dada la emergencia por la que atravesamos. Urge acelerarlo. Pero hay que atacar el problema por varios frentes, porque siempre demora preparar los proyectos, hacer las licitaciones y empezar a construir las grandes obras. Por eso, ante la urgencia hay que ayudar económicamente a la gente más necesitada con “bonos familiares” y otros programas sociales, que también son un aporte a la demanda necesaria para reactivar la economía.
Programas de empleo con pequeños proyectos que pueden hacerse con mayor rapidez son una buena opción de apoyo económico a los necesitados y refuerzo a la demanda. Desde hace dos décadas tenemos un programa de este tipo que ahora se llama “Trabaja Perú”, los últimos años estuvo catatónico pero en julio le dieron 770 millones de presupuesto con lo que dijeron crearían 280 mil empleos temporales. Esto debiera multiplicarse para el próximo año rápidamente hasta por diez veces más, ampliando los fondos existentes a quienes ya están en acción y cooperando con una amplia gama de instituciones adicionales: municipios de centros poblados, comunidades campesinas y nativas, organizaciones sociales bien establecidas, juntas de regantes, asociaciones de mujeres y comedores populares, otras entidades públicas. Se puede mejorar colegios (por ejemplo dotándolos de agua potable y desagüe) con proyectos cogestionados con padres de familia y alcaldes, como ya se hace anualmente para su mantenimiento. Los centros de salud y hospitales debieran tener un mecanismo similar, de pequeños fondos de ágil disposición para mejorar su infraestructura y adecuarse a las necesidades de la pandemia, trabajando también con la comunidad como con los CLAS – Comités locales de administración de salud.
Por si acaso, programas de empleo masivo en pequeños proyectos se aplican a nivel mundial hace muchas décadas (¡desde 1930!) y están en vigentes en más de un centenar de países, con gigantes como la India usándolos como base para lograr “empleo para todos” mandatado por ley. Se han ido ampliando de obras a servicios comunitarios como cuidado infantil y de personas vulnerables, que ahora podrían aprovechar espacios abiertos como parques. Estos programas tienen algunas ventajas y algunos flancos que cuidar. Sus ventajas: son autofocalizados ya que sólo atraen a quienes tienen real necesidad de empleo, implican esfuerzo personal, pueden desplegarse más rápido que grandes proyectos de inversión y se adaptan a condiciones locales. Sus flancos débiles a cuidar: puede haber cierta demora en la implementación y asegurar que no sólo ayuden dando empleo sino también con obras y servicios útiles. Su limitación: no resuelven el sostén económico para niños y niñas, personas con discapacidad y adultos mayores que no pueden trabajar.
SEGURIDAD Y PROTECCIÓN SOCIAL
Por eso, se necesita también una seguridad social reforzada. En esta época navideña es fácil de entender el respaldo, económico y de cuidado, que como sociedad debemos dar a quienes no tienen la capacidad de autosostenerse. La navidad invita a pensar en la solidaridad que, como hemos visto dramáticamente con la pandemia, debe ir mucho más allá de la familia. Necesitamos una red de seguridad social mucho más amplia. Hospitales colapsados y UCIs copadas, con personas y familias endeudadas al cogote y quebradas, lo han demostrado. Se ha hecho más evidente un problema algo que ha estado siempre ahí, cada vez que alguien sin seguro caía enfermo de cáncer u otra enfermedad grave, cuando una familia perdía quien le daba sostén económico y tras sequías, inundaciones y heladas.
Tenemos que responder a la emergencia reforzando la seguridad social con una perspectiva de mediano plazo. Eso implica apoyar las redes de apoyo de emergencia que han surgido en comedores populares y comunidades, entregar alimentos y bonos adicionales a las familias con niños y ampliar sustancialmente la cobertura de los sistemas de pensiones por vejez y por discapacidad. Por eso también carece de sentido la propuesta de “devolución de fondos de la ONP”, imposible porque los aportes ya se destinaron a pagar jubilaciones y que dejaría sin pensiones ni seguro de salud a miles de peruanos.
A LO SEGURO
Hay quienes optimistamente piensan que la economía se recuperará rapidito porque los gimnasios y casinos abrirán. Esas medidas implican un alto riesgo en relación a una segunda ola de Covid y no tienen mayor efecto sobre la economía y el empleo. Por otro lado, lo vacíos que están los bolsillos y la ausencia de turismo extranjero generan un peso muerto muy grande. Eso frenará la reactivación si no se actúa apretando el acelerador de la demanda en otros frentes.
Ojalá esté equivocado y se reactive rápido la economía peruana sobre todo la economía popular, la de los microcomerciantes y pequeños, la de la agricultura familiar y campesina. Quisiera mucho que mis temores resulten infundados. Pero ¿debemos correr el riesgo de una depresión que puede durar varios años mientras esperamos que una creencia ciega del equilibrio de la oferta y la demanda nos regrese a un 2019 que dejaba que desear en términos de desigualdad, salud y seguridad social? Mejor no correr ese riesgo. Mejor optamos, al estilo del surgimiento de las políticas keynesianas y el New Deal de Franklin Roosevelt en Estados Unidos de hace 90 años, por enfrentar la depresión con un empujón de la inversión pública, programas de empleo masivo y seguridad social.
Esa misma política de “curarnos en salud” vale también para el Covid. La segunda ola puede o no llegar y ojalá que la amplitud de enfermedad y daño que causó la primera nos ayuden, pero eso es algo totalmente incierto. Ese es el otro riesgo que no podemos corrernos. Siendo clave la vacuna, pero el resultado del “comando vacuna” liderado por los mejores cuadros de la Confiep es que no tenemos ninguna vacuna segura, que posiblemente lleguen con bastante tardanza hacia el segundo o tercer trimestre, y que lo único que tenemos a medio contratar es la de Pfizer que por requerir refrigeración a – 80 grados sólo se va a poder aplicar en Lima y grandes ciudades. Hay que actuar urgente buscando otras vacunas, incluyendo chinas y rusa, pero ya estamos llegando tarde. Demorará. Tenemos que estar muy alertas y tener un fuerte sistema de pruebas-aislamiento-seguimiento de contactos. Una parte clave de ese esquema, el aislamiento, solo puede funcionar si damos un fuerte soporte económico y sanitario a quienes se enfermen; si seguimos dejando a los contagiados y a los pobres a su suerte, seguirán sin tener más opción que salir a la calle a buscarse la comida del día, facilitando la trasmisión del Covid. Un sistema de seguridad social reforzado nos ayudaría también a controlar la pandemia.
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