Con una segunda ola nacional que viene con tremenda fuerza, con las UCIs desbordadas y el contagio y la mortalidad subiendo a toda velocidad, el gobierno ha decretado cuarentena en Lima y varias otras regiones. La situación sanitaria es extremadamente crítica, estamos en alto riesgo de repetir una tasa de mortalidad de la primera ola que ya fue la mayor del mundo, y hay que empezar por reconocerlo. Pensar que se podía seguir como si nada pasara, como han hecho varios de los candidatos presidenciales, era tan inteligente como el avestruz que ante una amenaza esconde la cabeza bajo la tierra.
Es bueno que las medidas sean diferenciadas por regiones, dejando fuera de la cuarentena a quienes no están en situación tan crítica, y que se haya avanzado en definir las medidas para cada nivel de riesgo, definidos por unos semáforos de indicadores. Pero la pregunta crítica es ¿cómo demonios controlamos esta maldita epidemia?
En el sector salud, durante la primera ola hubo una rápida respuesta de ampliación de hospitales y camas, pero nuestro nivel de partida era realmente misérrimo y es poco lo que se puede hacer ahora en esta línea. Lo que necesitamos con urgencia es un rápido fortalecimiento de centros de salud de primer nivel y ampliar al máximo la telemedicina; los 9 mil establecimientos de salud deben funcionar, salir a hacer trabajo comunitario, usando pulsioxímetros para conocer quien realmente requiere oxígeno y atención hospitalaria, y tener fondos para el aislamiento voluntario en locales separados para quienes lo requieran. Eso, obviamente, requiere cumplir con los bonos y mejoras de condiciones de trabajo que ameritan médicos, enfermeras, profesionales y personal de salud. Hay que asegurar la implementación de plantas de oxígeno tanto permanentes como móviles, de tal manera que no exista ninguna región sin ellas; es inaceptable que de 100 millones de soles de presupuesto otorgados hace 8 meses, a la fecha todavía la ministra Mazzetti no haya podido establecer una sola planta de oxígeno operativa. Y aclaremos las falsas salidas: la invermectina no funciona como prevención y un sistema de aislamiento de enfermos y seguimiento de contactos no ha logrado controlar la epidemia en ningún país de Europa o América, ni uno solo. La vacuna es nuestra mejor esperanza de mediano plazo, pero hasta que tengamos unos 15 a 20 millones de peruanos vacunados, se nos va el año completo.
Hay que insistir hasta el cansancio en el buen uso de mascarillas N95 (personalmente he dejado de usar las de tela buscando mayor seguridad) y protectores faciales, lavado de manos, distanciamiento físico y la máxima ventilación en todos los espacios. Esto último es clave y se ha informado poco. El riesgo aumenta mucho al estar tiempo prolongado, con varias personas, en espacios cerrados, sin mascarillas, hablando, gritando o respirando aceleradamente como en un gimnasio o fiesta. Por eso, hay que evitar al máximo las reuniones presenciales; el trabajo debe ser remoto siempre que posible, asunto sobre el cual el gobierno debe actuar con mayor firmeza. Si tenemos que reunirnos con alguien, apliquemos la receta de distancia, ventilación, espacio de la mayor amplitud, mascarilla, tiempo limitado; suena fácil decirlo pero emocionalmente muchas veces no lo es y exige un esfuerzo. Recuerden: las nuevas variedades del virus son mucho más contagiosas que las de la primera ola y posiblemente más mortales, eso es lo que tenemos que entender.
Está bien que los comercios tengan aforos reducidos, pero se debe añadir ventiladores que circulen el aire, porque así se puede evitar que los virus se queden flotando por horas, contagiando a muchas personas. Por lo mismo, cerrar parques mientras se abrían centros comerciales y casinos era un absurdo completo; por el contrario, busquemos evitar todo lo posible los lugares cerrados sin ventilación y más bien -si lo necesitamos- oxigenemos cuerpo y mente saliendo a relajarnos en espacios abiertos, con mascarilla y guardando distancia. Con la misma lógica, debieran abrirse las playas.
¿Será suficiente la cuarentena de dos semanas? Un primer problema es que la nueva variedad inglesa del virus es mucho más contagiosa, y la variedad sudafricana (y posiblemente la brasileña) afecta aún a los que ya tuvieron la enfermedad con anterioridad, dejando sin piso la idea de “inmunidad de rebaño por contagio”. La situación en Estados Unidos y Europa muestra que se nos viene una ola muy brava. Como país, además de la falta de información y la poca conciencia de los riesgos que sustentan comportamientos poco cuidadosos, nuestra trampa mortal es el transporte público apiñado; abrir todas las ventanas es esencial pero no asegura que una combi o bus interprovincial deje de ser punto de contagio. Por eso, una medida urgente es reducir el aforo en taxis y buses, para lo cual hay que instalar un sistema de subsidios como el que ya tienen el Metro de Lima y el Metropolitano.
SUBSISTENCIA SIN CALLE
Está claro, sin embargo, de la experiencia del año pasado, que no se puede pedirle a la gente que se quede en su casa si no se aseguran sus medios de subsistencia. La indecisión, lentitud e ineficiencia del gobierno de Vizcarra en repartir el bono de ayuda de emergencia fue, literalmente, fatal: empujó a que la gente saliera a la calle multiplicando los contagios y rompió el clima de respeto a las normas impuestas. Se podía; repitamos una vez más: hay bastantes fondos públicos, el dato oficial es que el gobierno tiene 72 mil millones depositados en los bancos peruanos y un bono nacional no cuesta ni la décima parte de esa suma (el aprobado por Sagasti, ni la vigésima parte). Pero se demoró, y luego se impidió que el Banco de la Nación fortaleciera sus capacidades y medios de entrega electrónicos, mientras se permitía que la banca privada se negara a colaborar como debía en esta prioridad nacional.
Ahora, con la desconfianza instalada, hay que empezar sin demora con la entrega de los bonos. No podemos esperar a que las familias estén sin tener qué comer; el riesgo no solo es de subsistencia de esas familias sino de que se rompa socialmente la cuarentena por quienes dicen “si me quedo en casa no como”. Hay además ya dos experiencias de entrega de bonos; fueron lentas por malas decisiones políticas y deficientes por problemas de gestión y falta de firmeza en darles prioridad, pero si ya se hizo antes, ahora se puede hacer muchísimo más rápido y mejor.
Los bonos debieran empezar a pagarse la próxima semana, no más; ya se tiene el listado de beneficiarios y el dinero puede fluir en muy corto plazo. No se puede volver a caer en el error de negarles el bono a muchas familias necesitadas buscando la “focalización perfecta” que no existe. De una vez hay que empezar a preparar una cuarta entrega en zonas extremas y un tercer bono en zonas de muy alto riesgo. Sería lógico entregar un monto mayor a quienes tienen niños y ancianos vulnerables, facilitando así que la gente se cuide quedándose en casa y reduciendo las aglomeraciones y posibilidades de contagio.
Para que el empleo no se vea tan afectado, la agricultura y la construcción son actividades donde se puede mantener, con protocolos sencillos, la distancia física, y que además tienen condiciones para ampliar la producción y el empleo con rapidez; por ello deben ser priorizadas con urgencia. La inversión pública, con un shock de 15 mil millones de soles adicionales y con un programa de pequeñas obras locales para dar empleo temporal, es la forma de empujar la construcción. Por otro lado, la estrategia de subsidiar la planilla y de entregar préstamos a baja tasas de interés mediante ReactivaPerú fue importante en la primera ola, pero dejó fuera a muchos microempresarios. Desde ya hay que programar una nueva etapa de este programa, siempre con tasas de interés del 1 al 2% anual, con especial énfasis en ampliar su cobertura al agro y a las pequeñas y microempresas, abriéndose a instituciones como cajas y cooperativas. El FAE-Agro debe relanzarse con todo. Sectores como los del turismo y artesanías, cuya demanda va a seguir muy deprimida todo el año, requieren especial apoyo para subsistir.
A mediano plazo, muchas más cosas hay que hacer para ayudar a los microempresarios: facilitarles crédito y tecnología, organizarlos en asociaciones y vincularlos a cadenas de valor, apoyarlos para que accedan a la seguridad social, simplificar los trámites pedidos para iniciar un pequeño negocio, combatir la corrupción que los chantajea, acercar el estado a sus realidades. También hay muchas cosas por hacer para mejorar los salarios y condiciones de trabajo de quienes tienen un empleo formal. Como país debemos enfrentar retos fundamentales que requieren cambios constitucionales y un nuevo modelo económico. Pero en estos momentos, como nunca antes, tiene vigencia la famosa frase de Keynes acerca de que “en el largo plazo todos estamos muertos”. Hay que enfocarse en la emergencia, sanitaria y social, con una buena respuesta en salud, asegurando los medios de subsistencia a todos los peruanos y facilitando el “quédate en casa”, para controlar la pandemia y salir lo antes posible de esta cuarentena tan fregada.
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