Llevamos 110 mil fallecimientos por la pandemia del Covid y los muertos se apilan al ritmo de más de mil diarios. Las camas UCI están repletas, la gente viaja de Lima hasta Pisco por oxígeno, el contagio no cesa. Se han perdido 3 millones de empleos adecuados. No veo, sin embargo, que ni el gobierno ni la mayoría de candidatos estén proponiendo o haciendo algo al respecto: actúan como si no estuviéramos en emergencia.

El golpe de la traición de Mazzetti ha sido duro. El problema del oxígeno sigue sin enfrentarse como se debe, obligando a todas las empresas privadas a poner su capacidad de producción en lo inmediato a producir oxígeno medicinal para salvar vidas, y no se ve el gran esfuerzo que se necesita de multiplicar el personal de salud (empezando por pago los adeudos), fortalecer centros de salud y dotarlos de oxímetros y oxígeno. Tras el escándalo del Vacunagate mi esperanza subió cuando Allan Wagner anunció que llegarían doce millones de vacunas en marzo y ahora resulta que sólo son dos. Pero el cadáver, ¡ay!, siguió muriendo.

DISCUTIENDO ECONOMÍA

La emergencia también es económica: hay 3 millones de empleos perdidos (George Forsythe en el CADE de la semana pasada repitió este estimado nuestro sobre el tema, le damos las gracias por confiar en nosotros pero un reconocimiento de autor hubiera sido lo correcto). Frente a ello, las propuestas económicas debieran considerar la urgencia del momento y la velocidad de aplicación de las medidas. El Bono Universal, por ejemplo, tiene una gran ventaja: puede hacerse YA, ayudaría mucho a los 10 millones de peruanos pobres, les permitiría alimentarse y pagar los servicios básicos y sería una inyección de dinero que circularía rápidamente en la economía. Se pudo y se puede hacer rápido, pero no parece haber empatía con el sufrimiento humano ni un entendimiento de lo que significa una emergencia. Así que repitámoslo: una emergencia es aquella situación en la cual existe un grave riesgo para la vida o la salud o se prolonga un sufrimiento agudo, y por eso exige actuar en un plazo sumamente corto. Responde en una emergencia como si se tratara de una situación normal, deteniéndose varios meses a preparar un plan, seleccionar un equipo de gestión y diseñar detalladamente los procesos es un gran error, pues se pierden vidas actuando así. El criterio más importante en una emergencia es actuar muy rápido para salvar vidas y reducir el dolor, porque eso es lo que una respuesta humanista demanda. Lamentablemente, en el Bono se siguen dando vueltas para mejorar el padrón y buscar una mejor forma de pago, mientras se inicia la entrega a un grupo minoritario de beneficiarios de programas sociales poco presentes en las ciudades. Con la experiencia adquirida, ya se podría pagar un cuarto Bono Universal en dos semanas. Se debiera aprobar de una vez un Bono Nacional.

El Bono debe combinarse con un programa de empleo temporal, pero ponerlo en marcha requiere al menos tres meses, y lo digo con conocimiento de causa porque yo mismo alguna vez he tenido a mi cargo esa tarea. En tres meses con un gran esfuerzo se pueden crear 200 mil empleos; no hay forma de que con un programa de este tipo pueden crearse 2 millones de empleos en el corto plazo como ha dicho Keiko Fujimori. En cambio, un Bono si puede llegar a incluso más gente y en menos de un mes. La razón es que un programa de empleo temporal necesita de tener elaborados los proyectos, las obras, las tareas a ejecutar, aunque sea a un nivel básico; y luego tener todo un equipo de gestión a nivel nacional dirigiéndolo.

Otra necesidad de emergencia es dar ayuda financiera a las empresas para que puedan sobrevivir y no quiebren. El año pasado el programa Reactiva dio 55 mil millones de soles de préstamos a tasas de 1 a 2 % anual, 25 mil millones de eso fueron a pymes y aun así muchísimas de ellas y la agricultura quedaron fuera; pero este año apenas han anunciado 2 mil millones para ello. Poquísimo. Mientras en sectores como el turismo es un asunto de sobrevivencia empresarial, en otros como la agricultura debe ser parte de un paquete integral de apoyo al agro, una segunda reforma agraria, con asistencia técnica, obras de riego, compras públicas y protección frente a importaciones subsidiadas, que pude comenzar desde ya porque es una actividad que se realiza con distancia física y no genera riesgo de contagio.

Estas respuestas de emergencia deben engancharse con una mirada de mediana y largo plazo, empezando por un aumento de la inversión pública de 32 mil a 47 mil millones de soles, con proyectos que generen empleos, inyecten dinero en la economía y mejoren los puntos críticos de nuestra infraestructura de carreteras, agua, educación y salud.

ANTI- ESTATISTAS HIPÓCRITAS

Las candidaturas de derecha y centro, Keiko, Forsythe, Guzmán y Urresti, tienen esta contradicción: por un lado dicen que cualquier iniciativa estatal de gasto, como estas ayudas de emergencia, son malas, porque implican mayor intervención del estado. Ellos proponen un ajuste fiscal, reducir el gasto para disminuir el déficit. Para sostener ese discurso Keiko insiste en que el estado no tiene plata, aunque la información oficial es que hay 75 mil millones de soles del fisco en los bancos, lo que es irrefutable. Pero todos ellos entran en una gran contradicción porque, al mismo tiempo que critican los bonos y otras medidas de ayudas de emergencia, proponen generar millones de empleos temporales que ¡oh sorpresa! tienen que ser pagados por el estado. Están atrapados: por un lado critican las acciones necesarias del estado frente a la emergencia e insisten en que la sacrosanta actividad privada – léase las grandes empresas – es la solución a todo si se les deja libres para al abuso y la explotación, por el otro, prometen programas que requieren miles de millones de presupuesto, costos altos que quieren ocultar pero no pueden.

El asunto de fondo es que, vamos, plantear que el estado ayude a la gente en una emergencia no es de izquierdas, es propio de un capitalismo mínimamente humano con democracia. ¿Si ni siquiera nos ayudamos en la desgracia, en la extrema necesidad, que sentido de colectividad podemos tener? Por eso hoy incluso los países que se caracterizan por tener los capitalismos más individualistas bajo gobiernos de derecha extrema tienen grandes programas de apoyo a la gente, como Estados Unidos con Trump y ahora con Biden, Inglaterra con Boris Johnson, Alemania con la Merkel y etcétera, etcétera, etcétera. A la necesidad básica de salvar sus naciones, se suma una razón macroeconómica: ante esta crisis tan grave es indispensable una política que sostenga la economía. Hasta el FMI propone más ayuda fiscal y más dinero a la gente; esto es lo que dicen en su último informe de la economía mundial (traducido al español): «políticas fuertes y rápidas, monetarias y financieras [tipo Reactiva] y fiscales [más gasto] han ayudado a prevenir peores resultados….en algunos casos, las transferencias a los hogares [tipo bonos en Perú] rápidamente levantaron el consumo… en particular de los pobres”.

Sin embargo, temo que con el último #VacunaGate el gran sector popular, el más afectado por la pandemia y la crisis económica, ha agotado la confianza en el estado. Si luego de tantos meses no tenemos ni oxígeno, se roban las vacunas y frente a 3 millones de empleos perdidos el gobierno no hace nada, si un Vizcarra que en algún momento enfrentó la corrupción del Keiko-congreso y una Mazzetti que era la defensora de la salud habían sido tremendos sinvergüenzas, no es difícil entender que el ánimo sea “¿y ahora, quien podrá defendernos?” sin que haya ningún chapulín colorado a la vista. Temo que en nuestro pueblo hoy predomina el “sálvense quien pueda”; dada la enorme carestía económica salen a trabajar y ganarse unos cobres aún arriesgando la vida. Quizás la idea prevaleciente es que “así funcionan las cosas” en un Perú donde los accidentes de tránsito de combis y buses descontrolados matan decenas a diario y donde McDonald´s puede zafarse de una negligencia que llevó a dos jóvenes a morir electrocutados con un pequeño pago a las familias. Lo que vivimos hoy no sería sino la misma historia de siempre, la de los afectados por las inundaciones de El Niño de 2017 que siguen sin una vivienda, la de los sobrevivientes del terremoto de Pisco del año 2007 que un quinquenio después seguían sin ser ayudados, la historia de un estado que abandona a sus ciudadanos a su suerte incluso en los momentos y situaciones más extremas.

Como muchos peruanos, confieso que me sentí representado por el editorial de César Hildebrandt la semana pasada: me reafirmaba esta idea de que los peruanos somos “de las estirpes condenadas a cien años de soledad sin una segunda oportunidad sobre la tierra”. Pero no estoy dispuesto a tirar la toalla. Acá sigo, parao y sin polo, y vengo a ofrecer mi corazón, rojo y a la izquierda, porque siempre se abren nuevos caminos y juntos es posible cambiarlo todo.