Esta semana se ha realizado el CADE.  Debiera ser un momento de reflexión para la clase empresarial, tiempo de hacerse preguntas profundas, como estas que parafraseo de Waldo Mendoza: ¿si las políticas neoliberales de los últimos 20 años han sido tan exitosas en términos de crecimiento económico, como así terminamos con 300 mil muertos por Covid y la mayoría muestra gran descontento de manera persistente en elecciones y en encuestas? Intentemos algunas respuestas centradas en la economía.

PORQUE TANTOS CONTAGIOS

La primera pregunta es ¿por qué si hubo buen crecimiento económico tuvimos tantos muertos? La pregunta no es sólo sobre el pasado: nuestra salud pública sigue siendo muy débil, mucha anemia infantil, muchas colas y esperas para atención de enfermedades, débil prevención. Pero revisemos el momento crítico de la pandemia que arroja lecciones potentes. Hay varias razones para ello, empezando porque tuvimos muchos contagios. La cuarentena decretada por el gobierno Vizcarra en marzo 2020 fue respetada y ayudó inicialmente, pero se derrumbó en un par de meses por una razón muy simple: muchas familias en las ciudades tenían hambre. Mucha gente rompió la cuarentena para buscar algún ingreso. Si hubiéramos tenido un fuerte sistema de protección social y hubiéramos rápidamente dado dinero a las familias mediante el bono universal, los informales y desempleados no habrían salido masivamente a la calle y la cuarentena habría sido exitosa. Una política de protección social muy débil con escasísima cobertura urbana generó este problema. Pero esa realidad forma parte de una política fiscal que es amarrete con los pobres y la salud pública, al mismo tiempo que facilita sobreganancias en las actividades extractivas y cobra muy poco a quienes concentran la riqueza.

Tuvimos además una segunda ola, que nos agarró cuando la cuarentena ya se había levantado y en el gobierno de entonces predominaba la idea de que una segunda ola era imposible porque ya había inmunidad de rebaño, lo que llevó a respuestas para evitar el contagio tardías e insuficientes y a una nueva ola de mortandad aún mayor que la primera. En este caso, la soberbia de un pensamiento sesgado hacia la economía empresarial por encima de la salud pública y lo social, fueron las causas profundas.

Hay otras razones estructurales para el alto contagio. Un transporte público deficiente, con pequeñas combis que son espacio cerrados donde la gente respira juntos por una hora o más, promoviendo el contagio. Viviendas muy hacinadas eran espacios donde toda la familia se contagiaba con facilidad.  

Resumiendo las explicaciones del contagio: un débil sistema de protección social y condiciones de vida y de transporte inadecuadas son una causa fundamental de la explicación. Treinta años de crecimiento económico con políticas neoliberales no resolvieron ninguno de estos problemas. Hay varias razones para ello, pero hay una causa económica fundamental: el gasto público en protección social, vivienda y transporte es bajo, lo que se debe a la escasa recaudación tributaria. Ha hecho muy bien el gobierno colombiano, con Gustavo Petro y su ministro José Antonio Ocampo, en priorizar la reforma tributaria.

LAS MUERTES

La segunda parte de la explicación es porque tantas muertes. Una imagen inolvidable es la de centenas de personas clamando por una cama de hospital o por oxígeno. Pocos países en el mundo han enfrentado el Covid-19 con un déficit de atención en salud tan grande como el Perú. Mientras el 2019, justo antes de la pandemia, Argentina tenía 2.3 camas hospitalarias por mil habitantes, Chile 2.0 y Colombia 1.6, en Perú eran apenas 0.9. Si nos concentramos en médicos por habitante, Colombia tiene 2 veces y media más que el Perú y Argentina casi 5 veces más. ¿Por qué estamos así? Porque durante décadas el Perú ha mantenido un gasto público en salud muy por debajo del promedio regional, de la OCDE y de las recomendaciones internacionales:  Al 2018 los datos de la OMS muestran que este era 3.2 por ciento del PBI, frente a la recomendación de la Organización Panamericana de la Salud de un mínimo de 6 por ciento del PBI. En Argentina era 5.9, Colombia 5.5, Chile 4.6 por ciento del PBI. Esa brecha viene de hace varias décadas atrás, y ha acumulado un déficit de camas, médicos y atención de salud enorme. Cuando la necesidad explotó con la pandemia, ninguno de esos países vio las dantescas escenas que vimos en el Perú con gente puesta fuera de los hospitales clamando por su balón de oxígeno y falleciendo por no conseguirlo. Puede haber problemas de gestión y de un mal sistema, pero no hay lonche gratis: si se gasta poco en salud, se obtiene poca salud. Remontar este bajo gasto público en salud requiere elevar los ingresos del estado, cobrando impuestos justos a quienes tienen grandes ganancias y fortunas.

¿Y PORQUÉ EN LAS ELECCIONES LA GENTE RECHAZA EL MODELO?

Con 300 mil muertos a cuestas y tremendo sufrimiento, al que acompañan hacinamiento, pésimo transporte público, inexistencia de un mínimo sistema de protección social en las ciudades y un sistema de salud con baja cobertura real de atención, ¿no son suficientes razones para el descontento?

Podemos añadir a eso dos percepciones fundamentales de la ciudadanía. La primera: el 85% de los peruanos cree que la distribución de la riqueza es “injusta” o “muy injusta” (Latinobarómetro 2020). No es un error: apenas 32 personas cada una con más de 100 millones de dólares suma el 22% de la riqueza nacional. Porcentajes también altísimos consideran que el acceso a la educación (74%), a la salud (76%) y a la justicia (89%), son injustos; en todos estos casos 10 a 15 puntos por encima del promedio latinoamericano.

Además, más del 85% de peruanos ha opinado consistentemente según encuestas de Latinobarómetro, que “se gobierna para grupos poderosos en su propio beneficio”. Somos el país latinoamericano donde mayor porcentaje cree que quien tiene más poder no es el gobierno sino las grandes empresas (55%).

Eso se expresa en las elecciones. La votación del 2006 por García y 2011 por Humala fueron votaciones por el cambio; aunque luego esas grandes transformaciones prometidas no se dieron. No es de extrañar, por eso, que si aplicamos una mirada histórica, de largo plazo, abarcando las décadas pasadas, observamos una acumulación de descontento. Mientras hubo crecimiento alto, las perspectivas de mejora y movilidad ascendente pudieron amenguar las brechas sociales y el rechazo a la desigualdad y a una política oligárquica. Pero ese crecimiento fue cayendo: 5.6% anual en la primera década del milenio, 4.8% entre 2011 y 2015, 3.2% anual entre 2016 y 2019. Las mejoras en empleo formal, ingresos y pobreza monetaria se fueron ralentizado, sin que el modelo económico neoliberal sufriera cambios sustanciales, más bien, se insistió en profundizarlo con rebaja de impuestos a las grandes empresas entre 2014 y 2016 y paquetazos de permisividad ambiental. Se facilitó, por ejemplo, que Las Bambas cambie el mineroducto del diseño inicial por un transporte por carretera, sin consultar a las comunidades ni evaluar seriamente el impacto ambiental, con el resultado de contaminación y protestas continuas que vemos ahora.

Hemos llegado a un entrampamiento nacional. El gobierno de Castillo, elegido tras las banderas del cambio, una vez más las abandona, con denuncias de corrupción y concentrándose en sobrevivir en medio de una oposición ultraderechista y antidemocrática.  Recordemos, sin embargo, que si se insiste en hacer lo mismo que antes, no esperemos distintos resultados. La coyuntura no puede cerrar nuestros ojos ante el obvio agotamiento del modelo neoliberal.