Estamos en medio de una situación económica muy difícil, con pandemia afectándonos fuertemente por dos años y ahora un alza de precios internacionales de alimentos y energía que golpea duro a los hogares peruanos. Pero hay un sector que destaca por haber mantenido un fuerte crecimiento: las exportaciones no tradicionales. El 2021 sumaron más de 16 mil millones de dólares, habiendo crecido 28 por ciento en el año, un avance muy grande y que representa más de doble que el crecimiento de nuestro PBI que fue 13 por ciento. Si el PBI del 2021, gracias a las medidas para acelerar la inversión pública y sostener el consumo de los hogares necesitados, logró recuperar la enorme caída de más de 11 por ciento durante la pandemia y superar el nivel del 2019 en 1 por ciento, las exportaciones no tradicionales lograron ser 19 por ciento superiores al nivel pre-pandemia. Mantienen un buen ritmo, en el primer trimestre del año su volumen creció 23 por ciento. En síntesis, el desempeño de las exportaciones no tradicionales ha sido excepcional, con un rebote muy fuerte luego tras la pandemia que es señal clara de que mantienen el dinamismo que tienen ya por dos décadas.

¿Por qué este importante sector se define por negación, en oposición a lo ‘tradicional’? Las exportaciones tradicionales se relacionan con las actividades extractivas; la minería, el gas y petróleo, la harina de pescado, son nuestras principales exportaciones tradicionales. Siendo importantes en términos de valor, los problemas de nuestras exportaciones extractivas es que tienen precios muy variables lo que genera fluctuaciones macroeconómicas difíciles de manejar, no son intensivas en empleo (que es lo que más necesitamos), son riqueza concentrada en muy pocas trasnacionales y grupos de poder y a menudo generan daños ecológicos y sociales como se ha visto en decenas de casos.

IMPORTANCIA ESTRATÉGICA

Por esas razones, es muy importante nuestra diversificación productiva, tanto para el mercado interno como para el externo. Ahí se ubican las exportaciones no tradicionales. En décadas anteriores se trataba de un sector prácticamente marginal en términos macroeconómicos; cuando en 1979 un importante libro de economía, “Anatomía de un Fracaso económico” de D. Schydlowsky y J.J. Wicht propuso que promover estas exportaciones era clave, su valor no era ni la vigésima parte que lo que es ahora. El 2021 las exportaciones no tradicionales equivalieron a más de 7 por ciento del PBI y crecieron 2,560 millones de dólares, más de 1 por ciento del PBI. Empiezan a tener relevancia macroeconómica y no se trata solamente de una potencialidad a futuro lejano.

Hoy casi la mitad de éstas son exportaciones agrícolas, que han sido muy dinámicas los pasados veinte años. Dentro de este sector ha habido diversificación con nuevos productos; las uvas, arándanos y paltas que suman 3,500 millones anuales de exportación prácticamente no se exportaban una década atrás; la misma palabra “arándano” ni siquiera la conocíamos. Nuevos productos vienen creciendo y esta dinámica de agroexportación que antes se limitaba a la costa y parte de la ceja de selva, hoy empieza a ampliarse hacia diversos valles de la sierra con las paltas y otros productos, y alcanzando más a medianos y pequeños y productores. Irrigaciones como Majes-Sihuas, que finalmente se logró destrabar, pueden darle más tierras con agua a este sector, que la necesita para crecer, pero no debiera privilegiarse a los grandes terratenientes. Hay también mucha potencialidad en pequeñas y medianas irrigaciones y proyectos de apoyo productivo y tecnológico en la sierra y ceja de selva, de menor costo, y donde se puede obtener mucha productividad adicional como el desarrollo reciente de las paltas lo demuestra. Todo ello pasa, desde luego, porque este año se enfrente con rapidez y la magnitud necesaria el serísimo problema de escasez y encarecimiento de los fertilizantes que tenemos, severamente agravado con la guerra de Rusia contra Ucrania. No hay crecimiento a mediano plazo sin respuesta urgente frente a la crisis.

Los agroexportadores han gozado muchos años de beneficios extraordinarios en materia tributaria y laboral; estos han empezado a disminuirse por una ley promulgada en enero del año pasado, lo que llevó a una gritería de la derecha pro-Confiep que insistió que esa medida liquidaba el boom agroexportador. La mentira ha quedado revelada con el crecimiento de esas exportaciones el 2021 en 1,200 millones adicionales, de lejos la mayor alza de nuestra historia. Una ventaja de las exportaciones agrarias es que demandan bastante mano de obra; el problema ha sido las condiciones laborales de explotación que han predominado, pero ahora queda claro que podemos avanzar simultáneamente en crecimiento agroexportador y en justicia laboral y tributaria. La ley aprobada retira gradualmente esos beneficios excepcionales que tienen los grandes agroexportadores, que todavía este año y los siguientes van a pagar menos tasa de impuesto a la renta y menos aportes a la seguridad social que otros, y no se debe seguir erosionando la base tributaria ni facilitando la evasión con exoneraciones que no se justifican.

INDUSTRIA Y TECNOLOGÍA

Otra parte de nuestras exportaciones no tradicionales corresponden a varias ramas industriales. Desde cuatro décadas atrás exportamos textiles, ahora principalmente polos de algodón. El año pasado crecieron fuerte llegando a 1,600 millones de dólares, 21 por ciento encima del nivel pre-pandemia, habiéndose mantenido la medida promocional del drawback aun cuando tenían un tipo de cambio alto que les daba una importante ventaja, y en el primer trimestre de este año crecieron otro 27 por ciento. También hemos avanzando en químicos y plásticos, cuyas exportaciones el año pasado casi llegaron a 2 mil millones, creciendo 22 por ciento. Y aunque tenemos escasos avances en producción de maquinaria, mientras estaba en el MEF hice una visita, que me dejó maravillado, a una empresa nacional que produce equipos para explotar socavones mineros (´tunelera´) que se venden en todo el mundo.

En la economía del desarrollo hubo un debate entre si era más conveniente una estrategia orientada a las exportaciones o una hacia el mercado interno. Algunos países asiáticos, desde Japón primero, Corea del Sur luego y China después, lograron un despegue económico con exportaciones industriales, lo que demanda ser fuertemente competitivas a nivel internacional; todos esos países lo lograron luego de proteger su industria en el mercado local y China ahora retorna a priorizar su consumo interno. Así, la pregunta sobre si es mejor exportar que producir para el mercado interno no tiene una respuesta única, válida para todo tiempo y todo país. La ventaja que tiene la producción industrial hacia la exportación es que el mercado mundial es enorme, prácticamente infinito para cualquier país, y eso sin duda lo han sabido aprovechar esos países asiáticos. Pero hoy competir en ese terreno es muy difícil y los cambios tecnológicos en curso hacen que un crecimiento industrial ya no tenga el impacto sobre el empleo de antes. Para agravar las cosas, la apuesta de varios economistas del desarrollo y organismos internacionales por amarrarnos a las cadenas globales de valor que las trasnacionales creaban para ahorrar costos, se ha venido abajo con la guerra, y en especial el conflicto comercial que ha desatado Estados Unidos contra China.

Pero tenemos potencialidades industriales y es muy importante perseguir todo espacio de diversificación productiva, en especial dando valor a nuestros recursos naturales. Exportamos madera pero casi no vendemos muebles. Ni uno por ciento del oro que vendemos al exterior es en forma de joyas procesadas. En un país con tanto desempleo, eso es absurdo. Ninguna oportunidad de generar empleo debe quedar desaprovechada.